Escribe Simón Abreu

En 2016, dos terceras partes de las exportaciones argentinas consistieron en productos agropecuarios. La mayor parte son oleaginosas y cereales, entre granos, aceites, harinas y otros subproductos, en total 80,2 millones de toneladas, que significaron unos 26 mil millones de dólares. Esta actividad está casi totalmente concentrada en pocas empresas, la mayoría extranjeras.

El principal exportador es la empresa yanqui Cargill, con 10,9 millones de toneladas; le sigue el grupo chino Cofco, con 9,5 millones; luego se ubica la yanqui Bunge con 9,1 millones. La francesa Dreyfus, que exporta 8,3 millones y la yanqui ADM-Toepfer, con 6,3 millones. Los grupos argentinos AGD y Vicentin ocupan el sexto y séptimo lugar con 6,3 y 5,79 millones respectivamente. La suiza Glencore exporta 4,58 millones y la Asociación de Cooperativas Argentinas  3,47 millones.

De tal manera que estos nueve pulpos concentran el 80,1% de las exportaciones de granos y cereales del país y están entre los principales beneficiarios del gobierno de Macri y sus medidas, como la eliminación de retenciones y rebaja de impuestos, la eliminación de cupos de exportación que obligaban a vender parte de la producción en el mercado interno o la disminución de los impuestos a la soja en 5 puntos anuales. Mientras bajan los impuestos y se favorece con toda clase de ventajas al oligopolio exportador, los aumentos en los precios de los alimentos siguen castigando al pueblo trabajador. Además, persiste un modelo de exportar materias primas, o productos con poco procesamiento, e importar bienes industriales y tecnología. En el caso del maíz, el 97% de las 22,3 millones de  toneladas exportadas se vende en granos sin procesar. Una situación que no es nueva, pero que con el gobierno de Macri se exalta como un supuesto modelo que “aprovecha” nuestras “ventajas naturales”, como aseguró el presidente durante su viaje a Berlín en julio de 2016. Se privilegia a un sector extremadamente concentrado en las manos de estos monopolios extranjeros.