La Revolución de Octubre sigue vigente
Escribe José Castillo
El 25 de octubre de 1917 el II Congreso de los Soviets de toda Rusia anunciaba la toma del poder por los obreros y los campesinos. El nuevo gobierno revolucionario, encabezado por Lenin y Trotsky, proclamó de inmediato su objetivo, el socialismo en Rusia y en el mundo. A un siglo de distancia, seguimos afirmando lo mismo que los revolucionarios rusos: sin socialismo y democracia para los trabajadores no habrá salida para la humanidad.
Hacía apenas ocho meses que las masas rusas habían derribado al régimen autocrático del zar. Ese escaso tiempo bastó para que comprobaran en carne propia que el gobierno provisional (en el que convivían partidos burgueses con otros de “centroizquierda”) no ofrecía ninguna solución a las urgentes demandas de paz, pan y tierra. Sólo Lenin, Trotsky y los bolcheviques planteaban que no había que apoyar a ese gobierno y, en cambio, pelear para que el poder pasara a manos de los soviets (las asambleas de delegados de obreros, soldados y campesinos que habían surgido como fruto de la revolución de 1905). Con ese planteo se fueron fortaleciendo y ganando la mayoría en los soviets. Así será como, el 24 de octubre, en las vísperas de la apertura del II Congreso de los Soviets de toda Rusia, la organización militar de los bolcheviques y el Comité Militar del Soviet de Petrogrado llevan adelante la insurrección armada que destituye al gobierno provisional. Horas después el Congreso de los Soviets abre sus sesiones asumiendo el poder. El primer gobierno de los obreros y campesinos de la historia ya era una realidad.
Las primeras medidas
El gobierno revolucionario inició inmediatas negociaciones de paz, abolió la propiedad privada de la tierra en manos de los terratenientes y la iglesia y planteó el control obrero de la producción. A ello se sumó la igualdad de derechos a todos los pueblos oprimidos por el imperio ruso, incluyendo la separación (como sucedió con Finlandia), la determinación de que todos los funcionarios debían ganar igual que un obrero industrial promedio, la confiscación de las empresas imperialistas, la anulación de la deuda externa, la estatización de la banca, el establecimiento de la educación pública, el matrimonio civil y el divorcio (y en 1920 el derecho al aborto). Poco después se aprobó la formación del Ejército Rojo, que marchó a combatir a los contrarrevolucionarios que se habían alzado en armas.
El nuevo gobierno soviético, con Lenin y Trotsky a la cabeza, se planteó como objetivo la construcción del socialismo en Rusia y en todo el mundo. Por eso no dudó, a lo largo de 1918, en avanzar en la expropiación del conjunto de las empresas. Y, en 1919, promovió la fundación de la III Internacional para unir a los revolucionarios de los distintos países en un estado mayor por la revolución socialista internacional.
¿Qué pasó después?
La Revolución Rusa abrió enormes expectativas en las clases trabajadoras y los sectores populares de todo el planeta. Estallaron revoluciones en muchos lugares. Pero fueron derrotadas y la Rusia soviética quedó aislada. El cansancio de las masas y la pobreza hicieron que comenzara a desarrollarse un proceso de burocratización del aparato del nuevo Estado, de los soviets y del propio Partido Bolchevique. Lenin, en sus últimos años de vida (murió en enero de 1924) advirtió y combatió esas políticas equivocadas, en alianza con Trotsky. Pero no pudieron revertirlas. La muerte de Lenin despejó el camino para que Stalin impusiera su dirección, cambiando el régimen soviético y liquidando al leninismo.
El stalinismo fue una catástrofe para los trabajadores y revolucionarios del mundo. Transformó la democracia de los trabajadores en su opuesto, un régimen totalitario, dirigido por una casta burocrática llena de privilegios que terminó asesinando a la inmensa mayoría de la dirección bolchevique de la revolución de 1917. Además lanzó la teoría reaccionaria del “socialismo en un solo país”, donde se pasó a priorizar la convivencia con el capitalismo imperialista, traicionando todas las revoluciones que se dieron desde entonces. Décadas más adelante, todo esto culminaría con la restauración capitalista.
La necesidad de nuevas revoluciones de octubre
Estamos en el siglo XXI. Muchos se preguntan si, después de todo esto, es posible el socialismo. La respuesta es que el capitalismo imperialista sigue generando miseria, explotación, opresión a las mujeres y las minorías, desempleo, guerras y millones de refugiados. En las últimas décadas se suma una peligrosísima crisis ambiental, de consecuencias impredecibles. El socialismo no solo es posible, sino más necesario que nunca, de lo contrario la humanidad corre serio riesgo de ser arrastrada a la barbarie.
Pero las experiencias de un siglo nos dicen que la única salida pasa por que efectivamente los trabajadores tomen el poder y gobiernen. No sirven los “caminos a medias”, como han planteado tantas veces los que sostienen que hay que cogobernar con los patrones “buenos”, “patrióticos”, “democráticos” o “progresistas”. La única salida para construir otra sociedad pasa por expropiar a la burguesía, en vez de construir una utópica “economía mixta” como han proclamado Chávez o Evo Morales, o en décadas anteriores los sandinistas nicaragüenses. Y mucho menos seguir a un partido patronal como el peronismo. Hay que hacer, efectivamente, tal como hicieron Lenin, Trotsky y los bolcheviques en octubre de 1917.
Pero también la experiencia de la degeneración burocrática de la Revolución Rusa (y posteriormente de lo sucedido en China y Cuba) nos enseña que es imprescindible la democracia de los trabajadores contra las dictaduras de los “partidos únicos” o los “comandantes”. Y que ninguna revolución triunfante tiene salida si se encierra en sus propias fronteras, en vez de promover y apoyar su extensión en el resto de los países. A 100 años, la Revolución de Octubre de 1917 en Rusia, y las enseñanzas de Lenin y Trotsky están más vigentes que nunca.