A cien años de la fundación de la FUA
2018 engloba tanto el centenario de la Reforma Universitaria como el de la fundación de la federación que reúne al conjunto de los centros de estudiantes del país.
Escribe Nicolás Núñez, comisión directiva FUA
Los antecedentes hay que buscarlos en las movilizaciones en las facultades de Derecho (1903-1904) y de Medicina (1905) de la UBA. Conflictos que se dieron en un contexto donde el régimen oligárquico se vio acorralado por nuevas fuerzas sociales (en particular la nueva clase media), en una pulseada que culminó con la sanción de la Ley Sáenz Peña, que otorgó el derecho (restringido a los varones) al voto y luego en el triunfo de Hipólito Yrigoyen en 1916.
La Ley Avellaneda, de 1885, se había propuesto dar un marco legal para regular las universidades nacionales de entonces (Buenos Aires y Córdoba). Otorgó una relativa autonomía a las universidades para definir sus estatutos, pero instauraba un sistema de gobierno para las facultades en el que la mayoría absoluta estaba en manos de corporaciones y “academias” de graduados y una minoría de profesores.
En la UBA, los estudiantes vieron con buenos ojos una reforma de estatutos que en 1906 fortaleció el peso de los profesores sobre las corporaciones de graduados. Pero otro reclamo fue ganando terreno: en 1908, en Montevideo, el I Congreso Americano de Estudiantes se propuso pelear por la participación estudiantil en el gobierno universitario.
La reforma y la fundación
El viento de cambio que había agitado de forma “ordenada” a la UBA tuvo características tempestuosas en Córdoba. Hacia fines de 1917, un conflicto en la Facultad de Medicina adelantó un convulsivo año 1918, en el que se constituyó un comité prorreforma que elevó una carta al presidente pidiendo su intervención. Yrigoyen decidió recibirlos. Al tomar magnitud nacional el conflicto, los estudiantes resolvieron el 11 de abril fundar la FUA sobre la base de las federaciones de Buenos Aires, Córdoba, La Plata, Santa Fe y Tucumán (estas últimas universidades fueron fundadas en 1890, 1889 y 1912 respectivamente).
En junio estalló la rebelión estudiantil en Córdoba contra la casta profesoral eclesiástica. Enrique Barros, presidente de la federación cordobesa, envió un telegrama a la FUA: “Hemos sido víctimas de la traición y la felonía. Ante la afrenta hemos declarado la revolución universitaria”. La FUA responde con otro telegrama: “Estamos con ustedes en espíritu y corazón”.
Durante once días de julio y con la presentación de 47 proyectos, sesionó en Córdoba el primer congreso nacional de estudiantes, que delineó el programa “reformista” que dio fisonomía al movimiento estudiantil hasta el día de la fecha: autonomía, gobierno con participación estudiantil, impulso al desarrollo científico contra la educación “profesionalista”, asistencia libre a clase, concursos para el acceso a la docencia, extensión universitaria, entre otros puntos.
Allí también se dieron las primeras polémicas entre las distintas vertientes políticas que habitaban el proceso de la reforma. El presidente de la FUA, Osvaldo Loudet, estudiante de Medicina de la UBA, fue quien definió respecto del congreso estudiantil que “todo es ajeno a él menos las cuestiones de pedagogía universitaria”. Posición de “isla universitaria” que tiene eco hasta el día de hoy. Su postura contrastaba con otros referentes que pelearon por la adhesión del movimiento al gobierno radical, como Gabriel del Mazo.
Otros, como Deodoro Roca, definieron que “el solo universitario es una cosa espantosa”, y propusieron ligar el proceso de reforma universitaria a la pelea junto con la clase trabajadora por la revolución social.El Grito de Córdoba y su “Manifiesto liminar” dirigido a los estudiantes de toda América latina abrieron un gran proceso de debates y movilización a escala continental que puso al legado “reformista” como centro de polémicas de todo tipo.
Un siglo después
El movimiento estudiantil a escala nacional, y por detrás la FUA, siguieron en gran medida las peripecias de las clases medias urbanas a lo largo del siglo XX. De ahí surge pensar el peso predominante que ha tenido la Unión Cívica Radical y su agrupación, la Franja Morada, en la federación. Así, “reformistas” colaboraron tanto con el golpe de 1930 a Yrigoyen como con la Unión Democrática proyanqui y con el golpe gorila del ’55.
Las excepciones de esa predominancia radical podemos encontrarlas en la década del ’30, donde el Partido Comunista pegó un giro después de denigrar la reforma por “pequeñoburguesa”, y buscó ligarse a su legado, con lo que logró ubicarse en la conducción de la federación e impulsar una unidad con sectores del movimiento obrero.
Ya en los ‘60, en el marco de un proceso de radicalización hacia la izquierda de la juventud a escala mundial, nuevamente el PC primero y luego su ruptura maoísta, el PCR, alcanzaron la conducción de la federación, que tuvo un rol importante en el Cordobazo. La llegada a esa situación de corrimiento hacia la izquierda estuvo precedida por hechos como la guerra de Vietnam y también de afluentes como la intervención de nuestra corriente morenista en las facultades de Farmacia y de Ciencias Exactas de la UBA en la segunda mitad de la década del ’50, dando origen a una nueva fusión entre el legado “reformista” y el trotskismo en el movimiento estudiantil.
Desde 1983 a la fecha la FUA es encabezada por Franja Morada. Los distintos gobiernos y las autoridades universitarias discursivamente reivindicaron la Reforma a la hora de edificar el sistema universitario nacional. Pero en los hechos la participación estudiantil en el cogobierno es meramente simbólica, y lejos de ser una universidad que impulse el desarrollo científico al servicio de las necesidades populares, sus planes de estudios son cada vez más adecuados a las necesidades del mercado.
La FUA, que con 10.000 estudiantes supo escribir historia en 1918 en la Argentina y toda América latina, hoy representa a más de un millón y medio de estudiantes sin proponerse ser un actor de peso en la lucha en defensa de la educación pública. La integración de la Franja Morada al cogobierno universitario, con prebendas de todo tipo en los rectorados de las universidades (secundada por el peronismo y el kirchnerismo en todas sus variantes) llevó a hechos en los que la FUA fue cómplice de las reformas menemistas en los ‘90. Hoy llega al punto de que su presidenta sea diputada nacional de Cambiemos y haya votado el presupuesto de ajuste a la educación y el saqueo a los jubilados de diciembre.
Urgentemente, el movimiento estudiantil argentino necesita otra conducción.