Luis Franco, el gran poeta de la revolución: A 30 años de su muerte
Escribe Tito Mainer
Solo un puñado de compañeros y amigos fueron quienes, desde mediados de los años ’40, acompañaron toda su vida al trotskismo morenista. Luis Franco, poeta, ensayista e historiador, fue uno de ellos. Desde aquel primer peronismo hasta los tiempos de Alfonsín estuvo siempre allí como un fiel amigo del partido. Aunque silenciado por la crítica literaria “oficial”, Franco fue uno de los más sobresalientes escritores argentinos. Con orgullo recogemos su riquísmo legado, que es parte de nuestra tradición política.
Nacido en Belén, Catamarca, en 1898, a los 20 años ganó su primer Premio de Honor como poeta. De ideas libertarias, ateo confeso y simpatizante de la Revolución Rusa, el estalinismo en la Unión Soviética lo volcó hacia la oposición de izquierda; muy poco después del asesinato de Trotsky le dedicó un poema.1 En la década del ’40 conoció a Nahuel Moreno y nació entre ellos un mutuo respeto y simpatía que Moreno cultivaría siempre. Aunque Franco no “sentía” la militancia orgánica, colaboró en varios proyectos partidarios. En 1957/58, junto con Milcíades Peña, Carlos Astrada y el mismo Moreno, como fundador de la revista Estrategia para la liberación nacional; en el ’65 gestionó ante su amigo el presidente Arturo Illia la libertad y la vida del líder campesino peruano Hugo Blanco, condenado a muerte (a quien también le dedicó un poema). En 1972 acompañó la fundación del Partido Socialista de los Trabajadores porque “la mayor urgencia política del momento es la formación de un partido con la conciencia y la combatividad revolucionarias (…) acá y en todas partes del mundo (…) más allá de toda ilusión reformista”. 2 En 1982, terminada la guerra de Malvinas, firmó la convocatoria a fundar el Movimiento al Socialismo (MAS) 3 participando en sus dos primeros congresos.
Un gran silenciado
Destacados literatos como Leopoldo Lugones, Roberto Arlt y Noé Jitrik elogiaron su profusa y variada producción que se nutre de casi veinte obras en verso y cerca de cuarenta en prosa, además de múltiples artículos periodísticos. Muchos no dudan en ubicarlo a la par de Jorge Luis Borges en la cima de la literatura nacional. Franco rompió con las ortodoxias y enfrentó tanto a los escritores aislados en una cúpula de cristal como a los adherentes al “realismo socialista” en el arte, y ese principismo político, ético y estético como su ateísmo militante lo marginaron de la gran “vidriera”.4 Sus posiciones lo ubicaron siempre junto a los oprimidos y, del mismo modo que otro pionero del trotskismo argentino, Liborio Justo (de una vida casi paralela, 1902-2003),5 alzó su voz para denunciar el despojo de tierras y la masacre de los pueblos originarios. En Los grandes caciques de la pampa (1967) se propuso “destapar las raíces de la propiedad terrateniente argentina” y “la entrega de nuestro agro a la oligarquía”, tarea que justifica porque “toda incursión en el pasado que no lleve por finalidad esclarecer nuestro presente y el camino de salida hacia el futuro, no tiene razón de ser”.
También en cuestiones de género se anticipó en décadas. En La hembra humana (1962), un hermoso canto a la vida, sentenció: “Convertida en herramienta sexual y en incubadora de hijos la hembra humana queda de suyo por debajo de la hembra de cualquier otro animal”.6 Plasmó también su admiración hacia Rosa Luxemburgo: “El parlamentarismo burgués es, en general, el almácigo de todas las tendencias oportunistas actuales del socialismo en la Europa occidental”. Otra cita suya bien podría haberla escrito este 25 de mayo: “¡Hay que salvar al mundo de las patrias! ¡A las patrias, de... los patriotas!”.
Recoger el legado de Franco es un deber de todos quienes defienden la tradición morenista. Franco fue un convencido de la necesidad del socialismo internacional y un camarada fiel. Murió en la pobreza, próximo a cumplir 90 años. Y lo recordamos con alegría porque, como él mismo subrayó, “toda pompa es fúnebre”, sumándonos a su visión esperanzada: “La vida no solo es bella y grata, pese a todo, sino que el hombre puede hacerla aún mucho más digna de ser vivida”. ¡Hasta el socialismo siempre, querido y admirado compañero Luis Franco!
1. Acotó después: “Mis versos a Trotsky y a la revolución podrán o no estar logrados, pero no son versos de circunstancias: son de fondo”.
2. Avanzada Socialista Nº 6, 5 de abril de 1972.
3. “Es la hora del socialismo”, solicitada en el diario Clarín, 7 de septiembre de 1982.
4. En 1984 fue galardonado con el Premio de Honor de la SADE y el diploma Konex a la poesía.
5. Ver Justo, Liborio (Quebracho), Pampas y lanzas (1962) y A sangre y lanza (Anaconda, 1969).
6. La hembra humana¸ Futuro, Buenos Aires, 1962, pág. 255.
Pequeño diccionario de la desobediencia Luis Leopoldo Franco condensó conceptos con sentencias o aforismos. Muchos de ellos los compiló en su Pequeño diccionario de la desobediencia (1959), obra que le generó un especial reconocimiento internacional. En su presentación se destaca: “El autor ha hecho mucho más que catalogar como un técnico de laboratorio; ha tomado partido, se ha decidido por una fracción y ha escrito con voluntad de combatiente. Si en este libro, fruto de su madurez, niega y destruye, ello se debe a que, ante todo, afirma y erige”. Leamos: |