Deuda externa: ¿Qué pasa si no pagamos?
Escribe José Castillo
Todos los partidos patronales, sean del oficialismo macrista o de la oposición peronista en todas sus variantes, insisten en garantizarle al FMI que seguirán con su programa de ajuste a partir de 2020 y, en especial con el cumplimiento de los pagos de la deuda externa. Desde la izquierda afirmamos lo contrario. No hay salida para el país, no es posible ninguna política de “redistribución de la riqueza”, “nacional y popular” ni nada parecido si no rompemos con el Fondo y dejamos de pagar la deuda. Como muestra básica: el acuerdo con el FMI exige más ajuste aún que 2019 en los dos años subsiguientes, y los vencimientos de deuda de 2020 a 2022 suman la impagable cifra de 150.000 millones de dólares.
Muchos compañeros, al escuchar todo esto, nos preguntan ¿se puede dejar de pagar la deuda? ¿Cuáles son las consecuencias?
Empecemos diciendo que no solo “se puede”, sino que es la única salida. No es algo novedoso. En muchas ocasiones, diferentes países dejaron de pagar sus deudas. Los economistas Kenneth Rogoff y Carmen Reinhart, de la Universidad de Harvard, en Estados Unidos, se han dedicado a contabilizar los defaults de deudas soberanas (las declaradas por Estados) desde 1800 hasta la primera década de 2000.
Rogoff y Reinhart han contabilizado unas 250 cesaciones de pagos en 200 años, es decir, un promedio de más de una por año. Así, por citar algunos ejemplos que nos involucran, Gran Bretaña nunca pagó la deuda que acumuló con la Argentina al final de la Segunda Guerra Mundial. Estados Unidos, al independizarse, dejó sin pagar su deuda con Inglaterra.
En casi todos los países donde hubo cambios revolucionarios se repudió la deuda de los regímenes anteriores. Así sucedió en Rusia en 1917, y en Cuba en 1959.
Pero no necesitamos irnos tan lejos. La gigantesca movilización del Argentinazo que echó a De la Rúa y Cavallo obligó en diciembre de 2001 a suspender los pagos de la deuda. No era un número menor: estaban presupuestados para 2002 10.000 millones de dólares para pagos de intereses de deuda. Era el 20% del presupuesto. Ese dinero se terminó usando para financiar, entre otras cosas, más de dos millones de planes para desempleados. La Argentina, por no pagar la deuda, tuvo superávit fiscal en esos años, perdiéndolo justamente cuando, de la mano del primer canje de Néstor Kirchner y Lavagna, volvió a pagarle a los acreedores en 2006.
Otros compañeros nos acercan sus dudas: ¿qué consecuencias económicas y políticas tendrá no pagar? ¿No nos bloquearán? ¿No quedaremos aislados?
La experiencia reciente de la Argentina pos-2001 nos enseña que no. Nuestro país, aun en “default” vendió soja al mundo en valores récord. Por supuesto que siempre puede haber represalias, y mucho más si se trata de un gobierno que plantea seriamente una ruptura con el imperialismo y los organismos financieros internacionales. Pero, como indica la propia experiencia internacional, también siempre será posible “triangular” exportaciones, cobrar por otros canales que los hegemonizados por las grandes finanzas o hacerlo en otras monedas.
Por otra parte, ante cualquier represalia imperialista, siempre nos quedará apelar a la solidaridad de las clases trabajadoras y los pueblos, en particular de Latinoamérica. Para eso propugnamos la creación de un club de deudores, porque el flagelo de la deuda externa es algo que nos perjudica a todos. Dejando todos de pagarla y uniendo nuestras riquezas, podríamos transformarnos en una auténtica potencia económica, que es justamente lo que el imperialismo quiere evitar.
Por eso, le reiteramos a todos: dejar de pagar la deuda externa y poner esos recursos para resolver las más urgentes necesidades populares, no solo es posible, es la única salida para el pueblo trabajador.