Jul 16, 2024 Last Updated 9:12 PM, Jul 15, 2024

Escribe José Castillo

La producción de acero en la Argentina fue posible gracias a dos empresas públicas: Altos Hornos Zapla y Somisa. Ambas fueron creación del general Manuel Savio que, junto con Enrique Mosconi (en YPF), integró una camada de ingenieros militares que se jugaron por la industrialización y la independencia económica frente al imperialismo. Gobiernos militares y civiles posteriores se dedicaron a vaciarlas y terminaron privatizándolas, sumiendo al país en la desindustrialización y el saqueo.

Manuel Savio ingresó al Colegio Militar de la Nación en marzo de 1909, a los 17 años, y egresó un año después como subteniente en la recientemente creada “arma de ingenieros”. Su primer destino fue el 5º Batallón en la ciudad de Tucumán, donde conoció a su jefe, Alonso Baldrich, ingeniero que llegó a general y que, junto con Enrique Mosconi fueron los grandes constructores y defensores de YPF contra la Standard Oil yanqui. Baldrich, un gran nacionalista económico, ejerció gran influencia sobre las ideas de Savio.
En 1917, el entonces teniente 1º Manuel Savio fue destinado al Colegio Militar. Allí fué profesor de “Metalurgia y explosivos”, “Servicio de ingenieros” y “Organización industrial militar”. Al mismo tiempo se perfeccionó, cursando en la Escuela Superior de Guerra, siempre en la especialidad de Ingenieros, e incluso traduciendo obras de la Escuela Superior Técnica de Artillería de Francia. En la década del ´20 viajó a Europa y visitó establecimientos industriales vinculados con la producción bélica, en particular en Francia y Alemania. Luego se dedicó a preparar a varias camadas de futuros ingenieros militares. La concepción de Savio era convertir al Ejército en una fuerza propulsora que establezca la industria pesada en la Argentina, sin la cual la independencia nacional sería meramente formal, ya que se dependería siempre de la voluntad de las grandes potencias para acceder a los insumos estratégicos.

Altos Hornos Zapla
La coyuntura de la Segunda Guerra Mundial, el aislamiento forzado que produjo y la consiguiente escasez de insumos para el desarrollo de la industria y del propio armamento del ejército le dieron a Savio la oportunidad de llevar a la práctica sus ideas. 
En 1941 se creó la Dirección de Fabricaciones Militares y Savio fue nombrado su primer director. La misión específica de ese organismo era la “movilización industrial”, pero no con vistas a un determinado conflicto bélico, sino como tarea permanente. Savio estaba convencido de que, al no existir empresarios privados argentinos interesados o con capacidad para llevar adelante el desarrollo de la industria pesada, era forzoso que el Estado acometiese esa tarea por sí mismo, a través del Ejército. Afirmaba que “la industria del acero es la primera de las industrias y constituye el puntal de nuestra industrialización. Sin ella seremos vasallos”.
Savio se había propuesto buscar yacimientos de hierro en el país. Terminó encontrándolos en las serranías de Zapla, donde emplazó un alto horno para explotarlo. Así, en 1943 se inauguraron los Altos Hornos Zapla, donde, el 11 de octubre de 1945, se produjo la primera colada de hierro fundido de arrabio. Se trató de una experiencia piloto que consistía en un pequeño alto horno que trabajaba con carbón de leña. La prueba demostró que se podía producir arrabio en el país a precios razonables y avanzar hacia el autoabastecimiento siderúrgico. 
Savio era un visionario. No sólo pensaba en el acero, también redactó una ley de materias primas básicas: cobre, plomo, estaño, tungsteno, berilio, otros metales no ferrosos, uranio y demás minerales radioactivos. Previó la explotación del aluminio y del manganeso. Planificó el desarrollo de la industria química para producir ácido sulfúrico a partir de azufre autóctono. Creó la sociedad de aceros especiales Atanor para producir caucho sintético y que debía llevar hacia la petroquímica. Proyectó la conversión de una vieja fábrica de munición de artillería para explotar nitrato de amonio y obtener fertilizantes nitrogenados. Incluso estudió las posibilidades de un programa de prospección geológica-minera en la Antártida argentina.

Somisa
El 31 de junio de 1947, durante el primer gobierno peronista, como parte del Plan Siderúrgico Nacional, propuesto por el propio Savio y aprobado por la ley 12.987 (que pasó a la historia como la “ley Savio”) se creó la Sociedad Anónima Mixta “Siderurgia Argentina” –Somisa-. El ya general Manuel Savio fue su primer presidente. El mismo elegirá la ubicación de la futura planta, en los márgenes del arroyo Ramallo, en las cercanías de San Nicolás. Sin embargo, no podrá ver plasmada su obra. Apenas un año después, el 31 de julio de 1948, con apenas 56 años, murió repentinamente de un paro cardíaco. 
Pasaron los años. La obra de Somisa avanzó a cuentagotas, con escaso presupuesto y nula voluntad política. Recién el 5 de mayo de 1961 se produjo la primera producción de acero en la que ya se llamaba “planta General Savio”, en San Nicolás. 
En los años posteriores, Somisa creció y se transformó en una gran empresa. Llegó a proveer 500.000 toneladas de productos semiterminados de acero, con 11.600 obreros. Sin embargo, vivió el mismo desguace que otras empresas públicas. Se la obligó a vender sus productos por debajo del costo a sus competidoras privadas, en particular a Acindar, que revistaba en su directorio al tristemente célebre José Alfredo Martínez de Hoz, ministro de Economía de Videla.

Saqueo, privatización y desindustrialización: el sueño frustrado de Savio
Finalmente, Somisa fue privatizada en 1992, regalada y entregada al Grupo Techint, que la rebautizó como Siderar. Altos Hornos Zapla también fue prácticamente desguazada y sus restos entregados en 1999 al empresario corrupto Sergio Taselli (el mismo de los negociados en los ferrocarriles y en el yacimiento carbonífero de Río Turbio). 
Altos Hornos Zapla y Somisa fueron los dos ejemplos más representativos de empresas estatales industriales que avanzaban hacia el desarrollo de la industria pesada en el país. Constituyeron un gran paso para la industrialización argentina, igual que las decenas de plantas de Fabricaciones Militares, de las que en la actualidad sólo quedan cinco, luego de las privatizaciones de la década del ´90. 
Savio decía: “Sin acero no hay nación”. Razones sobran, a 70 años de su muerte, para reafirmar este postulado. Por eso hoy, más que nunca, es necesario volver a producir este recurso vital y columna vertebral de la industria por nosotros mismos, reestatizando la actual Siderar, para reconstruir una Somisa estatal, gestionada por sus trabajadores y técnicos, al igual que una Altos Hornos Zapla, que otra vez sea factor de desarrollo en una de las zonas más postergadas de nuestro país.

 


savio y el ejercitoSavio y el ejército

Manuel Savio, así como era visionario en sus concepciones industrialistas, tenía una muy fuerte limitación: estaba convencido de que el gran actor que podía llevar adelante sus postulados era el ejército argentino. 
Pero el ejército al que ingresó Savio a comienzos de siglo ya tenía un par de marcas de origen. Era el mismo “ejército nacional” que había sido títere de los intereses británicos en la guerra del Paraguay y que había ejecutado el genocidio de los pueblos originarios de la Patagonia (y posterior reparto de latifundios a los terratenientes) en la mal llamada “conquista del desierto”. 
Savio, como su mentor Baldrich y Enrique Mosconi, tenían claro que para llevar adelante sus planteos había que chocar con los intereses imperialistas de las grandes potencias, particularmente Gran Bretaña y Estados Unidos. De hecho, quien primero lo sufrió fue Mosconi, que pagó su enfrentamiento a la Standard Oil, mientras defendía a YPF, con su expulsión de la empresa petrolera estatal tras el golpe de 1930. 
Pero Savio, a pesar de que vio lo que le sucedió a su amigo Mosconi, apoyó el golpe. De hecho, lo hizo toda la camada “nacionalista” del ejército de esa época, incluyendo al entonces teniente Perón. Sin embargo, fueron ellos los que llevaron adelante la parcial y contradictoria pelea contra el imperialismo yanqui en los años 40, durante el primer peronismo. Este será el “mejor Savio”, el de Fabricaciones Militares, Altos Hornos Zapla y Somisa. 
Savio no vivió para ver en qué terminó ese ejército que el veía como “vanguardia de la industrialización”. Ya estaba muerto cuando el golpe de la revolución “fusiladora” del 55 le entregó el país a los yanquis. O mucho más adelante, durante la última dictadura militar, cuando el ejército llevó adelante, junto con un nuevo genocidio, ahora sobre la clase trabajadora, el más feroz plan de desindustrialización y entrega. 
Savio era sin duda un visionario. Sus proyectos de empresas públicas produciendo los insumos estratégicos del país, como pilar para salir de la dependencia y la semicolonización, son un ejemplo. Pero no será el ejército quien lo haga. Sólo podrá ser llevado adelante por la clase trabajadora, en el camino hacia su gobierno y el socialismo.

 

El 3 de septiembre de 1938, en la más absoluta clandestinidad, un grupo de dirigentes revolucionarios impulsado por Trotsky fundó en las afueras de París la Cuarta Internacional.

Desde la muerte de Lenin en 1924, la burocracia soviética encabezada por Stalin había sido responsable de gravísimas derrotas del proletariado mundial: la de la revolución china en 1925-27, la de la revolución española y el triunfo del nazismo. El Estado obrero soviético y la Tercera Internacional, una de las mayores conquistas de la revolución, sucumbieron a la burocratización. Trotsky, el líder bolchevique que dirigió la Revolución Rusa junto con Lenin, fue expulsado del Partido Comunista primero y después de la URSS por rechazar ese viraje político. El estalinismo sumó a su política contrarrevolucionaria la persecución implacable de toda oposición dentro y fuera de la URSS, con miles de deportados y asesinados, en particular toda la vieja dirigencia bolchevique.

Con el ascenso de Hitler al poder en 1933, y la catastrófica derrota del proletariado alemán, en gran parte por la política suicida del estalinismo, Trotsky concluyó que la Tercera Internacional estaba muerta.

El 3 de septiembre de 1938, “en algún lugar de Suiza” que encubrió un punto de reunión clandestino en las afueras de París, unos treinta delegados de distintos países (más la adhesión de organizaciones que no pudieron enviar delegaciones) fundaron la Cuarta Internacional. Aprobaron, entre otros documentos, el Programa de Transición (La agonía mortal del capitalismo y las tareas de la Cuarta Internacional), cuyo diagnóstico fundamental se sintetizó en que “la crisis de la humanidad es la crisis de su dirección revolucionaria”.

Trotsky caracterizó la fundación de la Cuarta Internacional como “el trabajo más importante de toda mi vida”: unir a los marxistas revolucionarios alrededor de un programa que sintetizaba toda la experiencia del marxismo revolucionario mundial.

Pese a la evidente debilidad de sus fuerzas, los hechos posteriores a septiembre de 1938 y el desarrollo de la lucha de clases reafirman que la fundación de la Cuarta Internacional y la adopción del Programa de Transición permitieron darle continuidad al único marxismo revolucionario existente, el trotskismo. El asesinato de Trotsky en agosto de 1940 significó un abrupto vacío en su dirección, sin posibilidades de reemplazarla en el corto plazo dada la juventud e inexperiencia de sus cuadros. Años más tarde, la dirección revisionista y burocrática de Pablo y Mandel la sumió en una crisis crónica y una dispersión de las que aún no se ha recuperado.

Desde Izquierda Socialista y la UIT-CI ratificamos la vigencia de su programa y objetivos, así como la necesidad de seguir la pelea por su reconstrucción, una tarea clave en la lucha por el socialismo mundial.

Escribe José Castillo

El 8 de junio de 2005 salía el número 1. Desde entonces se difundió en algunos períodos como quincenario y en otros como semanario. A partir de mediados de 2016 se consolidó la publicación semanal. El Socialista hizo públicas nuestras posiciones sobre todos los acontecimientos de la política nacional e internacional. Las luchas obreras y populares, las rebeliones juveniles y, sobre todo, en este último tiempo, el impresionante ascenso del movimiento de mujeres, tuvieron destacada cobertura.

No es poco que un periódico alcance su número 400. Recorre más de 13 años de la política argentina y mundial. Pensemos que El Socialista comenzó a salir cuando el kirchnerismo recién comenzaba a tomar forma. El chavismo estaba en ascenso. Bush gobernaba los Estados Unidos. Faltaban todavía varios años para que se constituyera el Frente de Izquierda. Tuvimos que dar cuenta de muchísimos acontecimientos, participar en decenas de polémicas y abrir nuestras páginas para que se reflejaran centenares de conflictos de toda índole.

Una larga trayectoria de periódicos revolucionarios

Izquierda Socialista se referencia en la corriente trotskista fundada por Nahuel Moreno y existente en el país desde 1944. A lo largo de toda su historia le dio prioridad a publicar un periódico nacional con sus posiciones. De diferente tamaño, periodicidad e incluso calidad de edición, no dejó de salir ni siquiera en las más duras condiciones de la clandestinidad. De todos ellos, queremos destacar cuatro, con los que, humildemente, El Socialista aspira algún día a poder compararse. Quisiéramos logar la inserción en la clase trabajadora que tuvo Palabra Obrera, que se vendía por decenas de miles de ejemplares en la época de la resistencia peronista (1956-1959) y llegó a transformarse en una auténtica referencia para el movimiento obrero de la época. Aspiramos a lograr el grado de elaboración política que tuvo Avanzada Socialista, el periódico del PST entre 1972 y marzo de 1976, que en medio del enorme ascenso que venía del Cordobazo y las durísimas polémicas con la izquierda peronista y la guerrilla, era leído por toda la vanguardia y reconocido por la claridad de sus posiciones, incluso por las corrientes adversarias. Desearíamos que se lograra la lectura detallada y la tenacidad en la colocación que tuvo Opción, el nombre que llevó la mayor parte del tiempo el periódico del PST durante la dictadura. Y, por último, nos gustaría lograr la precisión en acertar en las consignas y la capacidad de agitación masiva de Solidaridad Socialista, el periódico del viejo MAS en la década del ´80.

¿Para qué sirve un periódico?

Estamos convencidos de que sin periódico no hay partido. Con él “agitamos” nuestras consignas (lanzamos nuestras ideas para que el conjunto de los trabajadores y el pueblo las conozcan y, de ser posible, las tome como suyas), pero también hacemos “propaganda” (escribimos en profundidad, explicando lo que pensamos para que pueda ser leído por cada compañero que se detiene a ver el contenido).

Como decía Lenin en el ¿Qué hacer? el periódico es un “organizador colectivo”. Con él llegamos a cada rincón del país donde hay un compañero de Izquierda Socialista. Cada grupo del partido se reúne semanalmente a discutir política a partir de sus contenidos: leen las notas principales y debaten las posiciones que ahí se expresan. También es la herramienta con la que llegamos a simpatizantes, amigos del partido u otros compañeros interesados en lo que decimos. Ahí está, por escrito, nuestra opinión sobre los principales hechos que preocupan a los trabajadores, a los jóvenes o a las mujeres.

Con él vamos, también, a nuestros lugares de trabajo, estudio, o a los barrios, sea casa por casa o en las avenidas o estaciones. Ofreciéndolo masivamente, haciendo conocer a Izquierda Socialista y tratando de vincularnos a nuevos compañeros para invitarlos a nuestras charlas y reuniones.

El periódico también es nuestra carta de presentación cuando vamos a apoyar una lucha, abriendo las páginas para difundirlas, ofreciéndole a los compañeros que escriban o haciéndoles reportajes.

El futuro de El Socialista

Nuestro periódico quiere vivir un proceso de mejora continua. Que cada número sea más lindo que el anterior, esté mejor diseñado y sea más atractivo. Que tenga cada vez menos de los (siempre inevitables) errores de redacción. Que le agreguemos más contenidos, y si es necesario más páginas para reflejar todas las luchas. Que esté cada vez mejor escrito, en un estilo llano, accesible, pero a la vez correcto, ayudando a los que lo leen a que puedan expresar mejor sus ideas y posiciones. Que en cada número podamos acertar mejor en las consignas de tapa, para que “peguen” y llamen la atención cuando lo ofrezcamos.

Pero eso es sólo la mitad de lo que queremos. Aspiramos, fundamentalmente, a que se venda más. A que nos veamos obligados a hacer tiradas cada vez más grandes. A que “entre” y sea leído en cada fábrica, oficina, escuela o universidad. A que se lo consiga en cada barrio, porque ahí están semanalmente los compañeros de Izquierda Socialista ofreciéndolo. A que cada militante del partido se transforme en un difusor del periódico. Que lo lleve “como una segunda piel” en su mochila o cartera, listo para ofrecérselo al primer amigo o vecino con el que tenga oportunidad de hablar.

A que, en síntesis, a través de El Socialista más compañeros y compañeras conozcan a nuestro partido y se sumen a la tarea de pelear por derribar este sistema capitalista que sólo nos deja miseria y saqueo, para construir, desde el gobierno de los trabajadores, la sociedad socialista, sin explotación ni opresión

¡Por otros 400 números!


El debate sobre las redes sociales: ¿El periódico es algo “viejo”?

Sabemos el enorme poder que tiene internet y las redes sociales. No desconocemos que, cada día más, lo visual, atrae más que la lectura. Por eso desde Izquierda Socialista hacemos esfuerzos cotidianos por mejorar nuestra página web (www.izquierdasocialista.org.ar) así como nuestra presencia en facebook, twitter, youtube y el resto de las redes sociales.

Pero eso no elimina la necesidad de tener un periódico donde expresemos con claridad y por escrito nuestras posiciones. Lamentablemente, detrás del hecho innegable del avance de las redes sociales, muchas corrientes esconden la falta de claridad en la delimitación política. Los periódicos digitales, que en sí mismo no están mal, son muchas veces utilizados para hablar de cualquier cosa, permitiendo el florecimiento de todo tipo de posiciones oportunistas. Lamentablemente, esto sucede cada vez con más frecuencia en el propio ámbito de los partidos con los que compartimos el Frente de Izquierda. Tal es el caso del PTS que, tras lanzar La Izquierda Diario, ha abandonado casi por completo la publicación de un periódico partidario con sus posiciones.

Otro debate es si, aceptando la importancia de tener un periódico partidario que salga con regularidad, ya no hace falta tenerlo en papel porque la tendencia cada vez mayor lleva a la lectura digital. No desconocemos el fenómeno (por eso El Socialista es plenamente accesible en nuestra página de internet). Pero no alcanza con la simple lectura digital. El periódico en papel nos permite visitar compañeros, discutir “cara a cara”, ofrecerlo ampliamente en escuelas, fábricas y barrios a miles de personas que, de otra manera, nunca llegarían a conocerlo. Llevarlo a todas las luchas en las que nos hacemos presentes. En síntesis, El Socialista en su versión impresa está y quiere seguir estando como prioridad en la actividad de Izquierda Socialista.

Escribe Mariana Morena

El 21 de agosto de 1968 los tanques y tropas del ejército soviético ocuparon la ciudad de Praga junto con sus aliados del Pacto de Varsovia. Pese a la tenaz resistencia popular, realizaron una masacre y derrotaron al movimiento obrero y estudiantil que pugnaba por un socialismo con bienestar y libertades contra el totalitarismo estalinista.

Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial en 1945, Stalin pactó con los imperialismos yanqui e inglés respetar la propiedad privada capitalista en las “zonas de influencia” ocupadas por el Ejército Rojo en Europa del Este. Pero la presión de las masas y el hecho de que la mayor parte de la burguesía había sido colaboracionista de los nazis y había huido, generó que se terminara expropiando los medios de producción en todos esos países.

En Checoslovaquia, el Partido Comunista llegó al poder en un frente popular en las elecciones de 1946 por el rol decisivo de sus activistas en la resistencia contra el nazismo. En 1948, en el marco de una huelga general en Praga, la presión de los sectores obreros y populares por mejoras económicas, combinada con la de la burocracia estalinista en defensa de sus propios intereses, llevó a la expulsión del gobierno de los representantes de la burguesía. Se decretó la propiedad estatal de las tierras, minas, fábricas, bancos y el comercio exterior, abriendo un período de mejoramiento de las condiciones de vida populares, pero bajo un régimen dictatorial de partido único subordinado al Kremlin. Fue el surgimiento de un Estado obrero burocrático, como en todas las “repúblicas populares” dominadas por el estalinismo.

El “socialismo con rostro humano”

Desde los años ´50, la burocracia estalinista checoslovaca implementó procesos judiciales y purgas que se cobraron unas 40.000 víctimas. Junto con la falta de libertades democráticas y el terror, se fue acentuando el deterioro del bienestar de la población a raíz de reformas cada vez más procapitalistas sobre la economía centralmente planificada (el producto nacional bruto pasó de 7% en 1961 a -0,1% en 1963).

En Praga se construyó el monumento a Stalin más grande de Europa. Su muerte en 1953 y el ascenso al poder de Kruschev en la URSS impulsaron un período llamado de “desestalinización”. La estatua fue demolida pero las cárceles siguieron atestadas de opositores. En junio de 1967, un grupo de escritores se manifestó por la independencia de la literatura de la doctrina del partido y por una real democracia obrera (entre ellos, Milan Kundera, autor de la novela La insoportable levedad del ser, que transcurre en los meses de la “primavera” que estaba por acontecer).

En octubre de 1967, una protesta estudiantil por problemas de suministro de luz y calefacción fue reprimida brutalmente. La burocracia se vio forzada a destituir al dictador Novotny y nombrar en su lugar a Alexandr Dubcek, un dirigente con más prestigio y tolerancia. En marzo del ’68 estalló una lucha interna dentro del partido, de la que el ala más “liberal” de la burocracia salió fortalecida por el escándalo de un ex ministro de Defensa que les vendió secretos militares a los yanquis. Para no perder el control, Dubcek encaró reformas democráticas por un “socialismo con rostro humano”, apostando a modificar los aspectos burocráticos y totalitarios del régimen.

Se abrió un período de debates y movilizaciones obreras y estudiantiles por mayor libertad que desbordaron totalmente a Dubcek. Era un espejo de lo que estaba sucediendo en Europa Occidental, inmersa en pleno Mayo Francés, y más a escala mundial, de las luchas emblemáticas representadas por el Che Guevara en Latinoamérica y la resistencia a la guerra de Vietnam. Jóvenes obreros y estudiantes ganaron las calles: fue la Primavera de Praga. Incluso, las movilizaciones se replicaron en otros países del este europeo, como Yugoslavia. La burocracia del Kremlin se conmovió, pero la represión a la revolución húngara del 1956 era el antecedente de que no permitirían rebeliones contra su dictadura.

La invasión

La URSS lanzó sobre Checoslovaquia medio millón de soldados y 5.000 tanques del Pacto de Varsovia invadieron el 21 de agosto. Desafiando los toques de queda, miles salieron a manifestarse, parándose frente a los tanques e incluso trepándose a ellos. Hubo enfrentamientos callejeros, actos de sabotaje y una huelga general el 23; incluso se dieron escenas de confraternización con los soldados. Pero finalmente primó la represión. Los tanques dispararon contra la multitud. Dubcek fue “invitado” a trasladarse a Rusia y volvió para darle cierta legalidad al gobierno títere que instaló Moscú una vez derrotada la resistencia.

La ocupación soviética de Checoslovaquia causó un centenar de muertos y una inmensa ola de emigración (un total de 300.000). En el primer aniversario de la invasión la persecución de manifestantes con perros pastores alemanes provocó que les gritaran “son como la Gestapo”. La represión de la Primavera de Praga fue ampliamente repudiada, incluso por varios partidos comunistas de Occidente. Fidel Castro, por el contrario, apoyó a los invasores. Nuestra corriente trotskista, encabezada por Nahuel Moreno, condenó la ocupación y fue acusada por eso de ser “agente del imperialismo”. Una falsa acusación que se nos hace cada vez que denunciamos a los regímenes totalitarios de izquierda. Pero seguimos insistiendo: estamos convencidos de que no habrá socialismo sin plena democracia obrera.


La revolución política

La Primavera de Praga fue un levantamiento contra la dictadura estalinista. Fue una de las primeras expresiones concretas de lo que Trotsky caracterizó en la década del ´30 como revolución política contra la burocracia. Hubo ensayos similares en los ´50, también derrotados, en Berlín Oriental, Polonia y Hungría, a los que se sumó Polonia en los ´70 y luego nuevamente en los ´80 con la lucha del sindicato Solidaridad.

En 1989 una ola generalizada de luchas sacudió todos los Estados obreros burocráticos y acabó con las dictaduras de los partidos comunistas gobernantes. La ausencia de alternativas revolucionarias y las ilusiones en el capitalismo hicieron que no se pudiera evitar la restauración capitalista y el imperialismo pudo recuperar el terreno perdido cuarenta años antes. La caída de las dictaduras estalinistas terminaría siendo una gran victoria popular, pero con las terribles contradicciones de la restauración capitalista, y sus consecuencias tanto materiales como en la conciencia de millones de trabajadores en el mundo.

En la misma Checoslovaquia, donde había acontecido la Primavera de Praga, el pueblo volvió a movilizarse contra la burocracia gobernante en 1989 y esta vez logró acabar con la dictadura estalinista en una revolución política triunfante. Por las razones que explicamos, hoy día hay dos pequeñas repúblicas capitalistas, Checa y Eslovaquia, semicolonias del imperialismo. Sigue planteada la lucha por un auténtico socialismo con democracia obrera como el que plantearon y comenzaron a desarrollar Lenin y Trotsky en la URSS en sus primeros años, y por el cual también se levantaron los obreros y estudiantes checoslovacos en la Primavera de Praga.

Escribe José Castillo

Carlos Marx no se equivocó: el capitalismo sigue engendrando miseria, marginación y explotación. Aún está pendiente la gran tarea: que la clase obrera tome el poder, expropie a la burguesía y comience a construir el socialismo, planificando democráticamente una economía mundial al servicio de las necesidades y el desarrollo de la humanidad.

Brückenstraße 10 en Trier, Alemania. Ahí está el Museum Karl-Marx-Haus. En el primer piso se puede visitar la habitación donde nació Marx. Hace ya 200 años. 170 desde que se escribió el Manifiesto Comunista. Y 151 desde la publicación de El Capital. A pesar de que se lo quiso “enterrar” decenas de veces, el legado del mensaje de Marx sigue presente.

¿A qué se debe la vigencia de Marx? A que no se equivocó en lo esencial: el capitalismo, ese régimen social que había llegado a la historia “chorreando lodo y sangre” no ofrecía ni ofrece ninguna salida a la humanidad. Sólo puede generar, y más aún en nuestra época imperialista, más explotación, opresión, miseria, marginación, guerras y destrucción planetaria. Por eso, la tarea central es destruirlo.

Un programa para la emancipación del proletariado

El planteo de Marx es claro. La clase obrera tiene que unirse para pelear por sus derechos contra la explotación capitalista. Esa organización no alcanza con que sea sólo sindical. Tiene que organizarse en un partido propio, separado y diferente de los partidos patronales. Y tiene que hacerlo para triunfar en la revolución socialista, tomando el poder del estado capitalista. Ahí, desde un gobierno de los trabajadores, tiene que expropiar los medios de producción y comenzar a construir el socialismo, planificando la economía y, al mismo tiempo, extender la revolución por todo el mundo ya que el socialismo sólo será realizable a escala internacional.

Las traiciones “en nombre de Marx”

Lamentablemente, se cometieron en “nombre del marxismo” muchas traiciones a la clase obrera. Así la socialdemocracia de la II Internacional -grandes partidos socialistas que se organizaron en el último tercio del siglo XIX- comenzó a negar que para construir el socialismo era necesaria la revolución. Cogobernó con la burguesía y mandó al archivo para “los días de fiesta” la necesidad de expropiar a la burguesía y construir el socialismo. Sus máximas traiciones fueron, sin duda, haber apoyado la Primera Guerra Mundial, mandando a la clase obrera de ambos bandos a masacrarse mutuamente al servicio del capitalismo imperialista. Y, a posteriori de la guerra, ponerse en la vereda de enfrente de la primera revolución socialista triunfante de la historia, la revolución de octubre de 1917 en Rusia, así como de las que comenzaron a estallar por toda Europa a partir de 1918, llegando hasta a asesinar a líderes obreros como Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo.

La otra gran traición sería la del stalinismo, que hundiría en una feroz dictadura burocrática a la mayor conquista del proletariado de toda su historia, el gobierno de los soviets surgido de la revolución bolchevique dirigida por Lenin y Trotsky. A la aberración de llamar “socialismo en un solo país” a lo que estaba sucediendo en una Rusia sumida en privaciones y contradicciones, le siguió la expulsión, el silenciamiento, la represión y finalmente el asesinato en masa de toda la vieja guardia dirigente de la revolución. En nombre “de Marx, de Engels, de Lenin y de Stalin” se traicionarían y hundirían revoluciones en las décadas siguientes. Más adelante, serían las propias clases trabajadoras quienes derribarían a esos regímenes que se autoproclamaban “marxistas” y “socialistas”, en un proceso revolucionario cuya expresión más emblemática fue la caída del tristemente célebre Muro de Berlín.

Y en los últimos años volvimos a ver tergiversadas y arrastradas por el fango las enseñanzas de Marx, con la aparición del autoproclamado “socialismo del siglo XXI”, que explicando que podía “trascenderse el capitalismo” con economía mixta y sin expropiar a la burguesía, gobiernan al servicio del saqueo de las multinacionales, hambreando y reprimiendo al pueblo, como hoy lo hacen Maduro en Venezuela u Ortega en Nicaragua. O, peor aún, vemos regímenes como el de la dictadura capitalista china, que sigue llamándose “comunista”.

Y sin embargo Marx siempre vuelve

El Capital vuelve a ser un best-seller, las obras de Marx se reimprimen por millones en todos los idiomas. Nuevas generaciones de luchadores se proclaman anticapitalistas y buscan, una vez más, una guía para la acción en el viejo barbudo alemán. Lo trae de regreso el capitalismo imperialista, con sus crisis, sus millones de nuevos desocupados, sus multinacionales que depredan el planeta, sus guerras y masacres.
Por eso, a pesar de las tergiversaciones y las traiciones, volvemos a Marx. Nahuel Moreno (fundador de la corriente a la que pertenece Izquierda Socialista) sostenía que “los trotskistas hoy día son los únicos defensores, según mi criterio, de las verdaderas posiciones marxistas [...] mientras exista el capitalismo en el mundo o en un país, no hay solución de fondo para absolutamente ningún problema […] Es necesaria una lucha sin piedad contra el capitalismo hasta derrocarlo, para imponer un nuevo orden económico y social en el mundo, que no puede ser otro que el socialismo”.1

Porque, como lo proponía Marx, la gran tarea es construir el partido y la internacional revolucionaria de la clase trabajadora. Para seguir luchando por aquello que escribió ese gran revolucionario que nació hace 200 años:

“Los comunistas consideran indigno ocultar sus ideas y propósitos. Proclaman abiertamente que sus objetivos sólo pueden ser alcanzados derrocando por la violencia todo el orden social existente. Las clases dominantes pueden temblar ante una revolución comunista. Los proletarios no tienen nada que perder en ella más que sus cadenas. Tienen, en cambio, un mundo que ganar.

¡Proletarios de todos los países, uníos!”.2

 

1. Nahuel Moreno (1985), Ser trotskista hoy, 1985.
2. Carlos Marx y Federico Engels (1848), Manifiesto Comunista, Anteo, 1973.

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