Escribe Adolfo Santos
El próximo 9 de noviembre se cumplen 30 años de uno de los acontecimientos políticos más importantes del último siglo: la caída del Muro de Berlín. Para algunos, los acontecimientos de 1989, significaron el triunfo del capitalismo sobre el socialismo. Llegaron a afirmar que era el “fin de la historia” y sectores de la izquierda lo vieron como una derrota de la clase trabajadora mundial. Los socialistas revolucionarios tenemos otra visión.
La caída del Muro de Berlín causó una sorpresa mundial. Los medios de comunicación, asistían y relataban exultantes como aquella infranqueable barrera de hierro y cemento, que durante 45 años había dividido el territorio alemán, separando familias, amigos y generando un trauma social espantoso, se derrumbaba bajo la incontenible fuerza de la movilización popular.
Algunos medios, intentaron explicar el hecho adjudicándolo a una jugada magistral del capitalismo imperialista, encabezado por el entonces presidente de los Estados Unidos, Ronald Reagan, junto al Papa Juan Pablo II y con la complicidad de Gorbachov. Hasta el día de hoy, el presidente ruso Vladimir Putin, dice que “Gorbachov se equivocó”, como si ese proceso histórico hubiera sido determinado por el acuerdo entre unas pocas figuras influyentes.
Ninguno de esos personajes, ni mucho menos el viejo dictador de la República Democrática Alemana, Erich Honecker, planificaron ese hecho. Al contrario, a todos les convenía mantener el “status quo” establecido al final de la segunda guerra mundial, cuando mediante los Pactos de Yalta y Potsdam, firmados por Churchill, Roosevelt y Stalin, se repartieron el mundo con el compromiso de que el Kremlin limitaría su dominio sobre los países del este europeo e iría a colaborar para evitar revoluciones en el resto del mundo.
Por eso es importante resaltar que la caída del Muro de Berlín, no se limitó solamente a la reunificación de las dos Alemanias, lo que por sí solo sería una gran victoria. Ese proceso significó el derrumbe del aparato estalinista mundial que mantenía encorsetado el movimiento de masas y puso fin al acuerdo entre el imperialismo y la burocracia soviética. Un acuerdo contrarrevolucionario que llevó a los PC’s a traicionar revoluciones o cuando no lo conseguían, desviarlas para que no avancen.
Hasta 1989, el imperialismo había apelado al peso del PC, de Moscú y sus agentes locales para evitar las revoluciones. Así actuaron para impedir nuevas Cubas, abortando procesos como el de Nicaragua o El Salvador. En Europa jugaron un papel similar en el Mayo Francés del ‘68 o en la revolución de Portugal del ’74. El estalinismo ahogó rebeliones apoyando dictaduras en los países africanos o enviando los tanques contra los levantamientos antiburocráticos del este europeo, como ocurrió en Hungría del ’56 y Checoslovaquia del ’68.
Esas traiciones, combinadas con las graves crisis económicas que afectaban los países del llamado “socialismo real”, crearon el caldo de cultivo donde se fue incubando un proceso de levantamientos y rebeliones que tuvieron en la caída del Muro de Berlín el hecho más destacado, acabando también con las dictaduras establecidas en Polonia, Hungría, Rumania y los demás países bajo el control estalinista incluyendo Rusia.
La reunificación alemana, por tanto, fue el resultado de un proceso de movilizaciones de las masas del Este europeo exigiendo democracia y bienestar, frente al deterioro de sus condiciones de vida impuestas por una economía dependiente del imperialismo, producto del estancamiento de la revolución mundial por la política estalinista. Sin embargo, debido a las ilusiones generadas en relación a las bondades del capitalismo y a la falta de una dirección revolucionaria, estas movilizaciones, no fueron capaces de evitar la restauración capitalista.
Pero a pesar de las fuertes contradicciones que generaron en la conciencia de los trabajadores, los socialistas revolucionarios consideramos que la caída del Muro de Berlín fue un hecho positivo, ya que el imperialismo perdió su principal aliado para frenar al movimiento de masas y hoy tiene mayores dificultades para controlar las rebeliones y movimientos revolucionarios que genera la profunda crisis del sistema capitalista, como lo demuestran los procesos en curso en Ecuador, Chile, Líbano, Irak y otros países.
Decir que fue un hecho positivo no significa desconocer las contradicciones que generó la caída del Muro. Uno de los mayores problemas, fue que ese proceso de revolución política no consiguió parar el curso restauracionista que había iniciado la burocracia estalinista mucho antes de 1989.
En todos los países donde dominaba la política estalinista, se pudo avanzar en la restauración del capitalismo por la alianza de la burocracia con el imperialismo y las multinacionales y porque en ese proceso no surgió una dirección revolucionaria capaz de evitarla. La falta de una alternativa anti restauracionista, generó una inmensa confusión en la cabeza de millones de trabajadores que creyeron que con el capitalismo podrían tener, además de libertades, conquistas sociales cualitativas.
Los casi setenta años de opresión estalinista, fueron el motor capaz de mover las masas contra esas dictaduras. Eso fue aprovechado por la propaganda imperialista para martillar sobre el fracaso del socialismo. A esto se sumó la izquierda reformista, ex estalinistas, los castro-chavistas que comenzaron a hacer ideología de que el fracaso del “socialismo real” era por “exceso de estatismo” y del régimen de partido con centralismo democrático creado por Lenin. De ahí inventaron nuevas fórmulas, como las del “socialismo del siglo XXI” entrelazados con las multinacionales y los empresarios. Y a partir de la teoría de que el leninismo fue lo que originó la burocracia estalinista, algunos de estos sectores proponen partidos horizontalistas, sin centralismo democrático, o que se niegan a disputar el poder.
Sin embargo los hechos de la realidad colocan en jaque estas nuevas teorías. Con la crisis económica de 2007/2008, se ha desarrollado un proceso de luchas a nivel mundial que cuestionan el propio sistema capitalista provocando avances importantes en la conciencia del movimiento de masas. Es lo que vemos en los procesos en curso, donde reivindicaciones mínimas como el aumento de pasajes o la aplicación de un impuesto, se convierten en rebeliones que cuestionan seriamente el sistema capitalista y sus organismos que los representan, como el FMI. Esto nos abre posibilidades inmensas para pelear por el programa, las consignas y una organización con centralismo democrático, independiente, de los trabajadores y el pueblo, que nos conduzca a la revolución socialista.
“El Muro de Berlín era la noticia de cada día. De la mañana a la noche leíamos, veíamos, escuchábamos: el Muro de la Vergüenza, el Muro de la Infamia, la Cortina de Hierro... Por fin, ese muro, que merecía caer, cayó. Pero otros muros han brotado, siguen brotando, en el mundo, y aunque son mucho más grandes que el de Berlín, de ellos se habla poco o nada. Poco se habla del muro que Estados Unidos está alzando en la frontera mexicana […] Casi nada se habla del Muro de Cisjordania, que perpetúa la ocupación israelí de tierras palestinas y de aquí a poco será 15 veces más largo que el Muro de Berlín. Y nada, nada de nada, se habla del Muro de Marruecos, que desde hace 20 años perpetúa la ocupación marroquí del Sáhara occidental [...]” Extracto del texto “Muros”, del escritor y periodista Eduardo Galeano, denunciando la hipocresía de los medios de comunicación mundial. (Página12 23/04/2006).
En 1949 la revolución china sacudió al mundo. En el país más poblado de la tierra caía la dictadura de Chiang Kai Shek. Una revolución socialista encabezada por Mao Tse Tung expulsó al imperialismo y expropió a los terratenientes y burgueses chinos.
China tenía una población en su abrumadora mayoría de campesinos muy pobres. La tradición eran las periódicas hambrunas. Gracias a la expropiación de la burguesía y la planificación, a pesar de la burocracia del Partido Comunista de China (PCCH) y la falta de libertades, cambió por completo la vida del pueblo chino.
Desde el inicio de la revolución socialista en 1949, en China se fue saliendo de su milenario atraso. Lo más importante fueron los logros sociales. En la década del sesenta, era común escuchar que “casi mil millones de chinos habían logrado comer un tazón de arroz, tener un reloj y una bicicleta”. A fines de los setenta el consumo medio de alimentos (en calorías) estaba un poco por encima de la media mundial y por encima de 14 países americanos. El 96 por ciento de los niños estaban escolarizados.
70 años después gran parte de esas conquistas sociales se perdieron fruto de la restauración del capitalismo. Desde 1978 la propia conducción del PCCH inició un proceso de vuelta al capitalismo. La entrada de las leyes capitalistas y de más de 70 mil multinacionales, significó millones de obreros y campesinos bajo trabajo semiesclavo, con salarios de miseria, caída del sistema de salud y educación estatal y gratuita y mayor deterioro del ambiente.
A raíz de este aniversario la editorial Cehus (Centro de Estudios Humanos y Sociales), reedita los escritos de Nahuel Moreno que en los años sesenta fue dando sus posiciones políticas ante estos cambios colosales. En los ochenta tempranamente alertaba sobre la capitulación de la burocracia del PCCH al imperialismo y las concesiones al capitalismo. Textos de otros autores documentan el avance de la restauración de la mano de la burocracia del Partido Comunista, y la nueva ubicación de China del siglo XXI como una potencia capitalista.
El pasado 28 de agosto se realizó la señalización de la entrada de la empresa Siderar (ex Propulsora) del Grupo Techint en Ensenada. Esta fábrica proveía de láminas de acero a otras ramas de la industria. Pero su importancia estuvo en la tradición de lucha de sus obreros. Por haber protagonizado grandes peleas, sus trabajadores fueron castigados por la represión de Isabel Perón y la dictadura.
En el acto donde se homenajeó a los trabajadores asesinados y desaparecidos estuvo presente la Comisión por la Masacre de La Plata, exigiendo justicia por los compañeros del PST, en particular, por Carlos Scafide, obrero de la fábrica y militante del PST asesinado en enero de 1976. Tras el homenaje, Jorge Ávila y José Rusconi, quienes fueron delegados combativos en la fábrica en dos periodos, comentaron:
- Jorge: Entré en la fábrica en 1969. Fui elegido varias veces como delegado de administración por la lista Blanca, opuesta a la Azul de la burocracia de la UOM. En esos años ingresé al PST. En 1974, pese al Pacto Social, los trabajadores de Propulsora fuimos a la huelga. Primero, con varios días de toma de fábrica hasta que fuimos desalojados. Luego seguimos con movilizaciones. En definitiva, tras una larga lucha le arrancamos a la empresa un 40% de aumento. ¡Algo inédito! Pero vinieron las represalias. Sufrimos el secuestro de Carlitos, un compañero del PST que, junto a otro activista, fueron asesinados y sus cuerpos dinamitados. Pero recién con el golpe se produjo el desbande del activismo. Días antes, sectores de la empresa avisaron a varios trabajadores que venía el golpe. Esto demuestra la complicidad de la patronal (la familia Rocca) con los militares. Por eso hoy soy testigo de una causa que investiga esa complicidad.
- Pepe: Yo entré a la planta en 1979, bajo la dictadura, y ya era militante del PST. Con Jorge y Carlitos había compartido actividades siendo parte de la JS. Con la apertura democrática en 1983 fui parte de una camada de activistas que desplazamos nuevamente a los delegados impuestos por la burocracia, que volvimos a practicar la democracia sindical. Fui despedido en 1987. Pero esa fue nuestra escuela de militancia trotskista morenista, que sigo reivindicando hoy en día.
Los días 4 y 5 de septiembre de 1975 ocho compañeros del PST de La Plata, partido antecesor de Izquierda Socialista, fueron secuestrados y asesinados por bandas fascistas que actuaban al amparo del gobierno peronista de Isabel Perón. Fue la antesala del golpe de marzo de 1976. José Rusconi, quien por entonces era un joven militante del PST, recuerda así los hechos.
Escribe José “Pepe” Rusconi
El 5 de septiembre era un día más en La Plata. Al mediodía, con Patricia Claverie volvíamos de realizar una actividad militante. Éramos dos estudiantes veinteañeros entusiasmados con nuestra militancia. Ella había llegado a estudiar desde Bahía Blanca y yo desde Lobos. Ambos pertenecíamos a la Juventud Socialista del Partido Socialista de los Trabajadores (PST). Me despedí de Patricia en las puertas del Banco Nación, donde yo había comenzado a trabajar. Ella siguió camino hacia nuestro local de la calle 54 entre 8 y 9. Esa sería nuestra despedida definitiva y aquel día dejaría de ser uno más.
Esa misma tarde me llegó la noticia de que cinco compañeros no aparecían desde la noche anterior. Ellos eran: Roberto “Laucha” Loscertales, que había sido dirigente estudiantil en la Facultad de Ingeniería (UNLP) y trabajaba en Propulsora Siderúrgica (hoy Siderar); Adriana Zaldúa, estudiante de Arquitectura y trabajadora del Ministerio de Obras Públicas; Hugo Frigerio, trabajador y delegado gremial del mismo ministerio; Ana María Guzner Lorenzo, trabajadora no docente de la UNLP y Lidia Agostini, joven odontóloga recién recibida. La noche anterior, los cinco se habían dirigido a la fábrica Petroquímica Sudamericana de Olmos (hoy Mafissa) para llevar dinero que se había recolectado para aportar al fondo de huelga de los trabajadores.
Cuando salí del trabajo, me dirigí rápidamente al local. Al ingresar, detrás de mí, cerraron las puertas. ¿La razón? Un ratito antes, cuatro compañeros habían salido con destino al Ministerio de Obras Públicas con volantes que denunciaban el hecho. Pero justo a la vuelta del local, sobre la calle 8, una de las compañeras, que se había agachado para atarse los cordones, vio cómo los otros tres compañeros eran obligados a ingresar a dos autos por personas armadas con fusiles. Los compañeros secuestrados eran Oscar Lucatti, trabajador del Ministerio de Obras Públicas; Carlos “Diki” Povedano, trabajador de una repartición pública de la época llamada Previsión Social; y la misma Patricia Claverie, con la que habíamos compartido la actividad unas horas antes.
Bandas fascistas amparadas por Isabel Perón
Nos quedamos en el local toda la noche. Nadie salía porque no sabíamos qué nos podía pasar. En la madrugada comenzaron a llegar noticias. Supimos que los compañeros habían sido “levantados” por un grupo fascista que actuaba en la ciudad. Era la época de las bandas de extrema derecha como la Triple A, la CNU (Concentración Nacionalista Universitaria) y CDO (Comando de Organización), que habían comenzado a actuar al amparo del gobierno de Perón, organizadas por su ministro López Rega.
Perón había regresado al país en 1973 con el objetivo de derrotar el ascenso obrero y popular inaugurado por el “Cordobazo” de 1969. Con su “Pacto Social” había intentado contener la lucha de los trabajadores, congelando los salarios y suspendiendo las negociaciones colectivas de trabajo. Pero los trabajadores salieron a reclamar contra la creciente inflación. Por eso Perón y, tras su muerte su vicepresidenta Isabel, respondieron con una brutal represión. Las bandas fascistas contaron con zonas liberadas para actuar. En junio de 1975, la movilización obrera conocida como “Rodrigazo” se llevó puesto al ministro de Economía, Celestino Rodrigo, a López Rega y dio por tierra con el plan de ajuste. La burguesía comenzaría entonces a preparar el golpe.
Su ejemplo y su lucha por el socialismo continúan
Los cuerpos de los primeros compañeros fueron hallados sin vida en La Balandra (Berisso), donde habían sido acribillados a balazos. Posteriormente se encontraron el resto de los cuerpos. El partido organizó el velorio a cajón cerrado debido al estado en que la tortura y el fusilamiento los había dejado. Al velatorio se acercaron delegaciones de obreros de diferentes fábricas y comisiones internas de la región, muchas de las cuales habían recibido la solidaridad de nuestros compañeros y el partido en sus luchas.
Aquel no fue el primer golpe que sufrió el PST, ni sería el último. Ya habíamos sufrido la masacre de Pacheco, tras lo cual habíamos promovido la unidad de acción antifascista, organizar la autodefensa obrera y nos había obligado a tomar medidas de semiclandestinidad. Nuestro partido, que se había instalado con mucha fuerza en la realidad de la lucha del movimiento obrero y era una referencia dentro de la izquierda y los luchadores, pagó con algunos de sus mejores militantes enfrentar al gobierno capitalista y el golpe. Para nuestra regional de La Plata fue un hecho terrible. La Masacre de La Plata quedará grabada en nuestra memoria.
Pero no fue en vano. Nuestra lucha y la de nuestros compañeros y compañeras del PST no son sólo un simple recuerdo para homenajear en estas fechas, sino un ejemplo de lucha coherente por el socialismo, sin claudicar a los cantos de sirenas de quienes dicen ser salida para los trabajadores y terminan siendo la tabla de salvación del sistema explotador y opresor capitalista. Nuestro partido, Izquierda Socialista, que continúa exigiendo justicia por nuestros compañeros y compañeras del PST, es orgulloso continuador de su política obrera y socialista. Por eso seguimos levantando como el primer día nuestros puños bien en alto y decimos: ¡compañeros y compañeras asesinados y detenidos-desaparecidos del PST! ¡Hasta el socialismo, siempre!
El triunfo de la revolución en 1979 tuvo un gran impacto y abrió grandes expectativas. Luego de 45 días de huelga general y con la lucha armada del FSLN (Frente Sandinista de Liberación Nacional), fue derrotada la Guardia Nacional y el feroz dictador huyó. 40 años después quien encabezó esa revolución, Daniel Ortega, es un sanguinario dictador repudiado por su pueblo.
Escribe Miguel Sorans, Dirigente de Izquierda Socialista y de la UIT-CI
Esa revolución triunfante fue llevada a la derrota por la conducción del sandinismo. Es muy importante sacar las conclusiones de cómo se llegó a que 40 años después el ex comandante Daniel Ortega, usando las banderas del FSLN, gobierne para los ricos y contra el pueblo trabajador y oprimido. Algunos ex sandinistas como el escritor Sergio Ramírez (fue vicepresidente de Ortega desde 1985 a 1990) argumentan, contra Ortega, que todo se debió a “que queríamos un partido hegemónico” y que se dejó de lado el carácter “democrático” de la revolución. Para los socialistas revolucionarios el balance es otro. Si bien es real el avance antidemocrático de Ortega, el problema de fondo es que el FSLN no rompió con la burguesía y el imperialismo. Y por ese camino terminaron hambreando y reprimiendo al pueblo nica.
La revolución fue inmensa. La familia Somoza dominaba Nicaragua desde 1936, con una dictadura totalmente proyanqui. En 1979 prácticamente todo el pueblo nica se fue levantando. Para mediados de año, en intensos combates entre el FSLN y la Guardia Nacional, la zona norte (Matagalpa y León) quedó en manos de “los muchachos” (la denominación popular de los sandinistas). Desesperado, en la capital, Managua, el sanguinario Somoza hizo bombardear las barriadas obreras. La pelea fue calle a calle. En el frente sur (fronterizo con Costa Rica), la batalla final se concentró en la toma de la ciudad de Rivas, último baluarte de la dictadura. El 19 de julio, Managua quedó en manos de los rebeldes. En un país con dos millones y medio de habitantes, hubo aproximadamente 50.000 caídos.
En su lucha, y con los sandinistas a la cabeza, las masas nicaragüenses liquidaron el Estado burgués, aniquilaron su ejército, se armaron parcialmente y comenzaron a ocupar tierras y fábricas, a fundar sindicatos y a ejercer embrionaria y parcialmente un poder político directo. Se abría una enorme oportunidad para avanzar en las expropiaciones a la gran burguesía y el imperialismo, desconocer la deuda externa de la dictadura, comenzar una planificación de la economía para satisfacer en primer lugar las urgentes necesidades del castigado pueblo nica. O sea iniciar el camino del socialismo.
La política de la conducción del FSLN fue opuesta. Formaron el Gobierno de Reconstrucción Nacional (GRN), con los principales representantes de la minúscula burguesía antisomocista, Violeta Chamorro del Partido Conservador, y el empresario Alfonso Robelo.
Los sandinistas emprendieron este camino de la mano de un consejero muy importante: Fidel Castro. En un discurso en la ciudad cubana de Holguín, con la presencia de Robelo y varios comandantes sandinistas, Castro dijo que “Nicaragua no debía ser otra Cuba” (Juventud Rebelde, 29/7/79*). Les aconsejó a los sandinistas que hicieran lo opuesto a la experiencia de Cuba en 1959-61, cuando Fidel y el Che Guevara encabezaron la ruptura con el imperialismo y la burguesía cubana, las expropiaciones y la planificación económica.
Nuestra corriente, encabezada por Nahuel Moreno, planteó una política alternativa a la de Ortega y Castro. Intervenimos en la revolución de 1979 con la Brigada de combatientes Simón Bolívar (ver nota). La política de la dirección de la brigada era impulsar la movilización y el poder obrero y campesino independiente, vía los nuevos sindicatos y las milicias populares. Proponía un gobierno sandinista sin capitalistas para avanzar en la expropiación de los terratenientes y la burguesía y apoyar el proceso revolucionario de El Salvador. La política de Ortega y la dirección del FSLN era otra. Y por eso finalmente el Ortega expulsó a la brigada. Los brigadistas fueron detenidos y enviados a una cárcel de Panamá.
Ortega y el FSLN gobernaron con la burguesía y reconstruyendo la economía y las instituciones políticas y militares del capitalismo. El pueblo nica fue el que sufrió las consecuencias de esta política con más pobreza y represión.
* Discurso completo en http://www.cuba.cu/gobierno/discursos/1979/esp/f260779e.html
En 1990 el FSLN perdió las elecciones a manos de la derechista pro yanky Violeta Chamorro. En el 2006 Daniel Ortega volvió al poder, antes había firmado un pacto con el somocista Partido Liberal Constitucionalista del corrupto Arnoldo Alemán. Se alió a los sectores más derechistas en el Congreso para aprobar, por ejemplo, una ley que prohibe el derecho al aborto, que se había logrado con la revolución. Pactó con la Iglesia Católica y con los grandes empresarios de Consejo Superior de la Empresa Privada (COSEP). Finalmente en abril de 2018 estalló una rebelión popular. El detonante fue el intento de Ortega de imponer una reforma previsional aconsejada por el FMI. Miles salieron a la calle en todo el país. Se levantaron otra vez barricadas. Ortega tuvo que retroceder con la reforma. Pero el odio a la dictadura llevó a que la movilización no se detuviera y pasara a exigir: Que se vaya Daniel! La Iglesia, el imperialismo, la OEA y los grandes empresarios, temerosos de que la dictadura cayera por una nueva revolución, como las del Norte de Africa, convocaron al “dialogo” y a la negociación. Mientras Ortega seguía reprimiendo y encarcelando a los luchadores. Hasta hoy se sabe de unos 350 muertos. Por esas dos vías lograron que, por ahora y pese a las movilizaciones, el régimen subsista.
La movilización fue mostrando formas de autoorganización de los estudiantes, del movimiento de mujeres y de los campesinos (el “Movimiento contra el Canal”, entre ellos). Pero el déficit de la rebelión popular nicaragüense ha sido la ausencia de una dirección revolucionaria. Este vacío fue aprovechado para que la oposición al régimen se canalice por la Alianza Cívica que está hegemonizado por sectores empresarios de la Cosep y Mario Arana presidente de la Cámara de Comercio Americana, entre otros. Desde marzo se instaló una mesa de negociación con el gobierno. Pero muchos sectores son críticos a ese dialogo. Entre ellos los dirigentes del movimiento estudiantil, organizaciones de mujeres en lucha o ex comandantes sandinistas como Luis Carrión y Dora Téllez, que rompieron con Ortega. Fruto de esas negociaciones salió una ley de Amnistía que liberó a una parte importante de los dirigentes presos, como el dirigente campesino Medardo Mairena, el dirigente estudiantil Yubrank Suazo o los periodistas Miguel Mora y Lucia Pineda. Pero la ley ha sido repudiada porque tiene la trampa que permite la liberación y la “amnistía” de los policías y paramilitares genocidas del régimen. Mientras siguen presos otros luchadores.
Contra este dialogo tramposo la única salida es continuar con la movilización popular hasta derribar a la dictadura de Ortega. Y ese camino ir buscando de dar pasos para formar un reagrupamiento revolucionario alternativo. En la perspectiva de luchar por un gobierno de los de abajo, de las organizaciones auto convocadas, de trabajadores, estudiantiles, de las mujeres y los campesinos. La tarea que quedó pendiente luego de la revolución de 1979.
Fue impulsada desde Bogotá, adonde estaba exiliado Nahuel Moreno, con el PST (Partido Socialista de los Trabajadores) de Colombia, que encabezaba una campaña sistemática de apoyo a la lucha contra la dictadura de Somoza.
En junio de 1979 comenzó el reclutamiento y entrenamiento en Bogotá. Más de mil voluntarios se anotaron en pocos días. Se financió con colectas de sindicatos, otras organizaciones y mucha gente que contribuía en las alcancías.
Muchos fueron incorporados individualmente a las filas del ejército sandinista en el Frente Sur y participaron en los sangrientos enfrentamientos que se dieron contra los últimos focos de resistencia de la Guardia Nacional somocista. Tres miembros de la brigada cayeron en combate (Mario Cruz Morales, Pedro Ochoa García y Max Senqui) y hubo numerosos heridos. Sobre la Costa Atlántica, en la ciudad de Bluefields, la derrota de los somocistas y la toma de la ciudad estuvieron directamente en manos de una columna de combatientes de la brigada.
Derrocada la dictadura, la brigada se dedicó a apoyar la formación de nuevos sindicatos, 110 organizaciones en Managua y Bluefields, junto al apoyo a las milicias barriales armadas. El 16 de agosto de 1979 fueron detenidos y expulsados del país.
*Ver el libro La Brigada Simón Bolívar. Ediciones El Socialista