Fue, como dicen unos historiadores insospechados de izquierdismo1 , “el conflicto más sensacional que enfrentó la administración de Agustín P. Justo”. Se refieren así al “debate sobre la política de la carne, sucedáneo de los entredichos en torno del pacto Roca-Runciman”. Su protagonista principal fue el senador demócrata progresista Lisandro de la Torre, calificado por los mismos autores como “protagonista temerario y orador temible”. Sus méritos y rectitud le valieron a De la Torre salir de aquel cruce con los títulos –tal vez un poco exagerados aunque su honestidad quedó afuera de toda duda− de “fiscal de la nación” y “abogado original de la soberanía económica argentina”. Los debates en la Cámara fueron de tal intensidad que varios libros británicos se hicieron eco de él. Sin embargo, en esta historia, no siempre se da su real importancia al papel de los trabajadores.
El pacto semicolonial
En la división internacional del trabajo establecida desde finales del siglo XIX, la Argentina tenía un papel definido, el de productor de materias primas para el mercado mundial. En un principio fue “el boom de la lana”, luego las carnes y más tarde los granos: la producción agropecuaria de la Pampa Húmeda tenía un destino prefijado, Europa y, en especial, Inglaterra, principal comprador de las exportaciones argentinas. Pero, además de socio comercial, Inglaterra dominaba el mercado financiero, tenía sólidas inversiones industriales y –dueño directo de los principales ferrocarriles−, también el transporte. Desde los años de Roca la Argentina era un país dependiente, condición que se modifica cuando el país firma con Gran Bretaña el pacto Roca (por el hijo del ex presidente)-Runcinam en 1933. Bajo el gobierno fraudulento de Agustín P. Justo la Argentina firmó ese acuerdo económico que renovó la condición de Inglaterra como “nación más favorecida”. La Argentina, así, se convirtió en una semicolonia inglesa: formalmente independiente en lo político, pero con pactos de sujeción en lo económico, situación que se mantendrá hasta el ascenso del peronismo en 1945. Pero a los británicos no parecía alcanzarles con tener a la Argentina como “la joya más preciada de la Corona” (más que Australia y Canadá, por ejemplo). Y sus empresas se dedicaron a la expoliación y el saqueo exprimiendo como un limón todo lo que la rica producción de las pampas podía ofrecer. Las voces críticas hacia la dominación británica se hicieron oír, entre ellas, la de una agrupación antiimperialista desprendida del radicalismo llamada FORJA (Scalabrini Ortiz, Homero Manzi, Gabriel del Mazo, Arturo Jauretche) y la de algunos sectores de la producción agropecuaria, como el que encabezó el hacendado santafecino Lisandro de la Torre y su partido, la democracia progresista, de origen conservador.
Denuncia, escándalo y asesinato
En la Cámara de Senadores Lisandro de la Torre fue el vocero de las denuncias del negocio de las carnes que favorecían abiertamente a los frigoríficos de capitales extranjeros. Sus denuncias sobre maniobras fraudulentas de los frigoríficos –minuciosamente documentadas con información amplia y precisaobligaron al Senado a iniciar una investigación al respecto. Quedó en evidencia que el negocio de las carnes favorecía abiertamente a los frigoríficos de capitales extranjeros y, en particular, a los tres más importantes: Anglo-Ciabasa, Swift y Armour, que recibían las cuotas más importantes (del orden del 70 al 80 por ciento) del total de las exportaciones, en detrimento de los frigoríficos locales. Los principales frigoríficos −además de los nombrados, La Blanca, Compañía Sansinena de Carnes Congeladas, The Smithfield & Argentine Meat Company y Wilson− actuaron corporativamente y las empresas se negaron a mostrar sus libros de contabilidad. El presidente del Anglo fue preso por desacato.
Pero –no siempre se lo subraya lo suficiente− fueron los trabajadores portuarios los que habían hecho estallar el escándalo, que tomó estado público cuando un grupo de estibadores comunicó al senador socialista Alfredo Palacios que el frigorífico Anglo estaba sacando clandestinamente sus libros de contabilidad y rollos con cálculos de costos en el vapor Norman Star, embalados como si fueran corned beef con destino a Inglaterra. La carga fue allanada antes de zarpar y se comprobó que la denuncia era cierta.
De la Torre actuó tanto en defensa de los criadores y de los pequeños productores, cuanto en su calidad de opositor político de un gobierno que era heredero del régimen instalado por Uriburu con el golpe de septiembre de 1930. Los resultados de la investigación fueron presentados en el Senado a partir del 11 de junio de 1935. En sucesivas sesiones atacó a los invernadores, frigoríficos y poderosos intereses que consideraba “cómplices” en el escándalo. Demostró, además, que el pool frigorífico llevaba doble contabilidad y sobornaba a los funcionarios de la Junta Nacional de Carnes, y exhibió pruebas de todo tipo de irregularidades en el proceso de comercialización. De la Torre puntualizó los privilegios que tenían las compañías británicas –exención de multas y excesiva tolerancia en el cobro de impuestos, entre otros– y reveló que el propio ministro de Agricultura y Ganadería Luis Duhau era beneficiado por los frigoríficos en la compra de ganado de su propiedad. Los ministros Duhau y Federico Pinedo, de Economía, se vieron obligados a declarar. En un clima cada vez más caldeado De la Torre denunció “el robo frigorífico organizado”, que se consumaba con “la acción extorsiva de un monopolio extranjero y la complicidad de un gobierno que unas veces lo deja hacer y otras lo protege directamente”.
El debate del 23 de julio de 1935 terminó en gritos y amenazas y tuvo un desenlace dramático: en medio de un grave altercado entre De la Torre y Duhau, que contemplaba una barra sin aliento, sonaron varios disparos y se vio caer al senador Enzo Bordabehere quien, intentando proteger a su jefe político, resultó asesinado de un tiro, en pleno recinto por Ramón Valdés Cora, un hombre del conservadorismo allegado al ministro Duhau2.
La corrupción es inherente al sistema
El impacto político del debate fue notable. El diario oligárquico La Prensa resumió la impresión que produjo, luego de su dramático final: “Creemos que estamos en presencia de uno de los trabajos parlamentarios más útiles realizados hasta hoy en el país [...] De hoy en adelante, ni la actual administración ni sus continuadores podrán permanecer impasibles [...]”. Pero no fue así. El imperialismo inglés continuó con sus maniobras y hasta realizó excelentes negocios al momento de desprenderse de algunas empresas –como las ferroviarias− cuando el peronismo las nacionalizó. Emergiendo como nuevo imperio dominante después de la Segunda Guerra Mundial, los Estados Unidos ocuparán el lugar que Inglaterra abandonó y, desde 1955, la Argentina volverá a ser una semicolonia, solo que dependiendo ahora de un nuevo amo.
No será, después, un caso raro: la corrupción está instalada en los tres poderes de la república y es inherente al capitalismo. Pero aquel episodio demostró que la movilización de los trabajadores puede generar fisuras en “los de arriba” y abrir paso a procesos de lucha contra los sobornos, los cohechos y la corrupción.
1. C. Floria y C. García Belsunce, Historia de los Argentinos, Buenos Aires, El Ateneo, 2014
2. El hecho es tema de la película Asesinato en el Senado de la Nación, realizado en 1984 por el director Juan José Jusid, con libro de Carlos Somigliana.
La despedida de De la Torre
La llamada “década infame” sumió a miles de personas en la “mishiadura”; las mafias y la corrupción crecieron de la mano del “fraude patriótico” y el pueblo sufría hastío y desazón. “Don Lisandro” presentó batalla contra los aspectos más putrefactos del régimen pero, desahuciado, terminó eligiendo el camino del suicidio. Dejó una nota con 56 destinatarios. Su voluntad fue cumplida.
Buenos Aires, Enero 5 de 1939
Señores: Dr. Luciano F. Molinas, Eduardo Paganini, Dr. Antonio Robirosa, Dr. Juan José Díaz Arana [...] [siguen otros 52 destinatarios]
Queridos Amigos: Les ruego que se hagan cargo de la cremación de mi cadáver.
Deseo que no haya acompaña- miento público, ni ceremonia laica ni religiosa alguna, ni acceso de curiosos y fotógrafos a ver el cadáver, con excepción de las personas que Vds. especialmente autoricen.
Si fuera posible, debería depositarse hoy mismo mi cuerpo en el crematorio e incinerarlo mañana temprano, en privado.
Mucha gente buena me respeta y me quiere y sentirá mi muerte. Eso me basta como recompensa [...]
No debe darse una importancia excesiva al desenlace final de una vida, aun cuando sean otras las preocupaciones vulgares.
Si Vds. no lo desaprueban desearía que mis cenizas fueran arrojadas al viento. Me parece una forma excelente de volver a la nada, confundiéndose con todo lo que muere en el Universo.
Me autoriza a darles este encargo el afecto invariable que nos ha unido.
Adiós