Escribe Mariana Morena
Ni jornada de fiesta ni día de franco. Fue establecido por la Segunda Internacional al calor de las luchas obreras por la jornada de ocho horas, en memoria de los mártires de la huelga general del 1° de mayo de 1886 en Chicago. Así lo seguimos honrando.
A mediados del siglo XIX, junto con el desarrollo industrial en Europa y Norteamérica, se generalizaron las protestas obreras por la reducción de la jornada laboral. Miles de obreros iban al paro con la consigna “8 horas de trabajo, 8 horas de ocio y 8 horas de descanso”, pese a ser reprimidos con golpes, balazos y prisión. En Estados Unidos, donde los inmigrantes europeos crearon las primeras organizaciones de trabajadores difundiendo las ideas anarquistas y socialistas, los obreros se volcaron a la huelga el 1° de mayo de 1886 para conseguir las ocho horas -ya establecida por la ley pero incumplida por la patronal-. Unos 350.000 trabajadores organizados paralizaron la producción del país. Fue una conquista histórica.
Los mártires de Chicago
En Chicago, la agitación de anarquistas y socialistas por medio de sus periódicos, oradores y activistas ganaba a miles para la huelga, mientras crecía el odio de la patronal. Las fábricas contrataban rompehuelgas y el diario Chicago Tribune publicaba: “El plomo es la mejor alimentación de los huelguistas”. Hubo dos mil obreros despedidos por negarse a abandonar sus sindicatos.
El 1º de mayo la policía intervino para dispersar a unos 500.000 huelguistas. La movilización continuó en los días siguientes, con choques entre obreros despedidos y rompehuelgas. El 4 de mayo, la policía disparó a quemarropa en un masivo mitin en la plaza Haymarket. Una bomba estalló matando seis oficiales, pero la brutal respuesta policial provocó 38 muertos y más de cien heridos. Se declaró el estado de sitio, con centenares de detenidos, golpeados y torturados, y miles fueron despedidos. La prensa burguesa pidió la horca para “los criminales de Haymarket”. Un grupo de 31 trabajadores y sindicalistas fueron enjuiciados en un proceso plagado de irregularidades, donde no se probó la culpabilidad de los ocho condenados: cinco a la muerte en la horca (Engel, Fischer, Parsons, Spies y Lingg), dos a cadena perpetua (Fielden y Schwab) y uno a 15 años de trabajos forzados (Neebe). Fueron ahorcados el 11 de noviembre de 1887.
Una jornada de lucha obrera, socialista e internacionalista
En homenaje a los mártires de Chicago, el Congreso Obrero y Socialista celebrado en París en 1889 (que dio origen a la II Internacional), fijó el 1° de mayo del año siguiente como jornada de lucha en todo el mundo para conquistar las 8 horas, proponiendo mantenerla hasta que todas las demandas de los trabajadores sean satisfechas. Estados Unidos y Canadá no lo celebran, e instituyeron un “día del trabajo” (labor day) en septiembre para evitar la radicalización del movimiento obrero.
Contra todo intento de vaciarlo de significado, el 1° de Mayo los socialistas revolucionarios honramos a los mártires de Chicago y reivindicamos las luchas en curso, en la perspectiva de lograr gobiernos de trabajadores que liquiden la esclavitud capitalista.
El 1° de Mayo en la Argentina
En nuestro país, unos tres mil trabajadores se reunieron en el Prado Español en aquella primera jornada reivindicatoria del 1° de mayo de 1890. En su mayoría eran inmigrantes sometidos a condiciones inhumanas de explotación, que daban los primeros pasos del movimiento obrero en la Argentina. A principios de 1900 el Estado se ensañó particularmente con las jornadas del 1° de mayo convocadas por la FORA (Federación Obrera Regiónal Argentina, de tendencia anarquista).
La represión más feroz se dio en la jornada del 1º de mayo de 1909, en la que estaban convocados dos actos. El de los anarquistas en Plaza Lorea (hoy parte de Plaza Congreso) fue atacada por orden del jefe de policía coronel Ramón Falcón, resultando 8 obreros muertos y 40 heridos. Miles de obreros anarquistas que huían por Avenida de Mayo terminaron engrosando la columna de los socialistas al confluir en la 9 de Julio. Sin que el ejército se atreviera a reprimir, una multitud avanzó en absoluto silencio hasta el sitio de la convocatoria del acto socialista en Paseo Colón (atrás de Casa de Gobierno). Allí fue aclamada la propuesta de declarar la huelga general por tiempo indefinido como desagravio a la clase obrera, al mismo tiempo que se exigía la renuncia del jefe de policía y el castigo a todos los represores.
Unos 200.000 obreros cumplieron una semana de huelga general, con alta adhesión en todo el país, sin trenes, tranvías ni comercios abiertos, y con la Capital Federal militarizada. Finalmente, el Partido Socialista negoció con el gobierno levantar la huelga a cambio de la libertad de los presos y la reapertura de locales, pero sin exigir la renuncia de Falcón. Seis meses después, el 14 de noviembre, el joven obrero anarquista Simón Radowitzky hizo justicia por mano propia, asesinando a Falcón en un atentado. Esa misma noche se desató otra brutal represión bajo el estado de sitio, con cientos de detenidos, torturados y deportados por la “ley de residencia”. Bandas policiales atacaron las imprentas de los locales socialistas y anarquistas. Radowitzky fue apresado y condenado a perpetua en el penal de Ushuaia (fue indultado en 1929). A 110 años de la masacre de Plaza Lorea, seguimos reivindicando a sus mártires, levantando con orgullo la bandera internacional de la clase obrera.
El 1° de abril de 1939 el fascista general Francisco Franco comunicó el final de la guerra. La derrota republicana fue la antesala de la Segunda Guerra Mundial y el comienzo de una dictadura que duró casi cuatro décadas. La lucha por justicia y por acabar con la herencia franquista aún continúa.
Escribe Federico Novo Foti
“En el día de hoy, cautivo y desarmado el Ejército Rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado”, fue el último parte de guerra emitido por Franco. Pero la derrota ya se preveía: el 26 de enero había caído Barcelona y el 28 de marzo Madrid. 460.000 refugiados huían desesperados colapsando los caminos hacia Francia. Pero el suplicio del pueblo español recién comenzaba. Hubo 500.000 ejecutados en juicios sumarios y 115.000 víctimas de desaparición forzada. El régimen de Franco impuso represión y oscurantismo hasta su muerte, en 1975.
La revolución española
La década de 1930 en el Estado Español había comenzado con un fuerte ascenso revolucionario. El odio de las masas superexplotadas de obreros y campesinos se fue transformando en lucha. En 1931 tuvo que abdicar el rey Alfonso XIII, cayó la monarquía y se estableció la Segunda República.
Con avances y retrocesos el ascenso revolucionario se mantuvo y se fue profundizando durante los años siguientes. En febrero de 1936 triunfó en las elecciones el Frente Popular: una coalición de partidos burgueses republicanos, socialistas (socialdemócratas reformistas), comunistas (estalinistas) y el POUM (marxistas críticos de la burocracia de la URSS). El gobierno del Frente Popular intentó vanamente conciliar los intereses contrapuestos de las masas obreras y campesinas con la burguesía y la oligarquía terrateniente. Pero el enfrentamiento se fue agudizando con oleadas de huelgas y ocupaciones de tierras.
La derecha fascista y monárquica conspiró con el sector fascista (falangista) de las fuerzas armadas encabezado por Franco y el 18 de julio de 1936 declararon el golpe de Estado. El gobierno republicano se paralizó, pero las masas no. En Madrid abortaron el golpe. La población trabajadora se armó de inmediato para la defensa de la ciudad. En Cataluña y Asturias también se formaron milicias. Gracias a la iniciativa de obreros y campesinos fue aplastada la sublevación en la mayor parte del territorio español. Al armamento generalizado se empezó a sumar la ocupación de tierras, el desalojo de los curas de las iglesias y el control de los trabajadores sobre distintos aspectos de la vida social. El gobierno, mientras tanto, pretendía combatir al fascismo sin cuestionar la sagrada propiedad privada.
¿Por qué ganó Franco?
El triunfo de Franco se explica por la traición del Frente Popular. La suerte de la revolución se jugó dentro del campo republicano porque esas direcciones fueron las que aplastaron a los trabajadores y campesinos que estaban liquidando a los fascistas. El Partido Comunista fue cumpliendo un papel cada vez más importante usando el prestigio de la URSS y el envío a cuentagotas de armas. Su hombre, Juan Negrín, encabezó el gobierno desde 1937. La GPU (policía secreta de Stalin) persiguió y asesinó a los revolucionarios.
En la actualidad, frente a los gobiernos burgueses surgidos desde la transición de 1975, sigue planteada la lucha de los trabajadores y el pueblo por acabar con la herencia franquista, ligando la pelea por justicia por los asesinados y desaparecidos a las huelgas y movilizaciones contra el ajuste y la opresión nacional.
Nahuel Moreno y la lucha contra el fascismoEl dirigente trotskista argentino en su trabajo “Revoluciones del siglo XX” abordó el debate sobre cómo enfrentar a la contrarrevolución burguesa imperialista y tomó el ejemplo de la Guerra Civil Española: “La aparición del fascismo, primero como partido o movimiento y después, cuando triunfa, como un régimen político contrarrevolucionario, le plantea al marxismo dos graves problemas políticos que se pueden sintetizar en uno solo: ¿cómo enfrentar al fascismo como partido cuando lucha por llegar al poder, y como régimen cuando ya llegó a él? […] La Guerra Civil Española fue la máxima expresión de esa lucha para impedir el triunfo franquista, aunque las direcciones de las masas no la encararon con un criterio marxista revolucionario. Esas direcciones (los burgueses republicanos, con el Partido Socialista y el estalinista) quisieron circunscribir la lucha solo al enfrentamiento entre el régimen democrático burgués y el fascista. Y eso dentro de los cánones de la burguesía, respetando la propiedad privada y apoyándose en la policía y el ejército burgueses. Los marxistas revolucionarios, en cambio, planteábamos que era indispensable derrotar al fascismo a través de la unidad de todos los que estuvieran dispuestos a pelear contra él. Pero, al mismo tiempo, por la movilización del movimiento obrero y de masas, liquidar a los terratenientes y a la burguesía, poniendo bajo control de los trabajadores al aparato productivo, cambiando el carácter de clase del Estado. Esta sería la única forma de lograr una adhesión cada día mayor de los obreros y campesinos a la lucha contra el franquismo. Decíamos, en síntesis, que había que transformar la lucha en defensa del régimen burgués democrático en una lucha permanente por el socialismo.
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Escribe Martín Fú
A principios de 1982 la dictadura se encontraba en crisis terminal por la debacle económica fruto de las políticas instauradas por Martínez de Hoz a pedido del imperialismo y los organismos financieros internacionales. El 30 de marzo de 1982, con las consignas “paz, pan y trabajo” y “abajo la dictadura”, un paro general con movilización a Plaza de Mayo convocada por la CGT terminó en una brutal represión. Un muerto, 2.500 heridos y 4.000 detenidos no le alcanzaron a la dictadura para desmovilizar y apagar la bronca. Intentando darle un poco más de aire a un régimen agónico, el general Galtieri decide que el 2 de abril tropas argentinas desembarquen en nuestras islas Malvinas, que se encontraban ocupadas desde 1833 por el colonialismo inglés. La junta militar, enfrascada en una campaña militar de ultramar con aroma nacionalista, jamás pensó que la movilización podía despertar en las masas la posibilidad de ir a una guerra contra el imperialismo inglés, como sucedió el 10 de abril en Plaza de Mayo cuando miles cantaron “fuera ingleses y yanquis de Malvinas”, a la vez que silbaban a Galtieri.
Thatcher, la “dama de hierro”, rápidamente envió hacia el Atlántico Sur una fuerza de tareas de una envergadura que no se veía desde la Segunda Guerra Mundial. Más de cien navíos pusieron proa al Sur ante los ojos incrédulos de la junta. Los militares buscaron negociar rápidamente una salida que evitara la confrontación armada, vía la mediación de Estados Unidos, al que consideraban un “aliado”, pero que rápidamente se puso del lado británico, no solo apoyándola públicamente en los organismos internacionales como la ONU y la OTAN, sino también en el plano militar con pertrechos y tecnología de punta.
Finalmente, el 2 de mayo el ARA “General Belgrano” fue torpedeado y hundido cobardemente por el submarino nuclear Conqueror fuera de la zona de exclusión y con proa hacia el continente. Un claro mensaje de Thatcher que cerraba cualquier canal de diálogo a la salida negociada que buscaban los militares. El hundimiento del Belgrano y el asesinato de 323 argentinos marcaron el “punto de no retorno” de la guerra.
Gran parte de Latinoamérica ofreció su ayuda a nuestro país: Colombia, Perú, Brasil, Cuba y Venezuela, entre otros, abrían registros de voluntarios para ir a combatir a Malvinas y hasta pusieron armas a disposición. La junta estaba decidida nuevamente a traicionar y capitular a pesar de que las tropas en las islas ya combatían con unas de las potencias militares mejor equipadas y entrenadas del mundo. Sin organización ni planificación real para sostener un conflicto bélico y con los altos mandos lejos de las líneas de combate, nuestros soldados tuvieron el honor de enfrentar al invasor inglés, logrando asestar duros golpes que pusieron en jaque al enemigo. El 14 de junio el comandante de las tropas argentinas, el general Menéndez firmó la rendición final ante los ingleses.
El PST, nuestro partido antecesor, se colocó desde el primer momento en el campo militar contra el imperialismo inglés, sin dejar de denunciar el carácter represivo y hambreador de la dictadura. Exigimos que se dejara de pagar cualquier deuda con Inglaterra, que se expropiaran sus activos en el país y que se aceptara cualquier ayuda internacional ofrecida para derrotar a los piratas ingleses.
La guerra de Malvinas puso de manifiesto nuevamente la larga tradición de los argentinos en nuestros sentimientos antiimperialistas, que comenzó enfrentando a los ingleses y yanquis, sellando la suerte y el final de la dictadura genocida. Queda pendiente como tarea la recuperación definitiva y absoluta de nuestra soberanía sobre las islas Malvinas.
Escribe Gabriel Massa
La Primera Guerra Mundial, con sus decenas de millones de muertos, su devastación y sus padecimientos para las masas, dejó al desnudo lo que significaba el capitalismo en su fase imperialista: una verdadera catástrofe que conducía a la barbarie. Pero esta disputa entre las potencias por el control del mundo provocó una enorme crisis del capitalismo y la reacción de los trabajadores y los pueblos, de la que nació la Revolución Rusa de 1917 encabezada en octubre por el Partido Bolchevique de Lenin y Trotsky, que dio lugar a la fundación de la III Internacional, la máxima conquista organizativa y programática de la clase obrera.
A partir de la conquista del poder por los soviets encabezados por el Partido Bolchevique, rebautizado Partido Comunista, los obreros y el pueblo ruso lograron extraordinarias hazañas. En medio de la invasión del país en 1918 por dieciséis ejércitos de países capitalistas, fueron capaces de construir un ejército de un millón de hombres que en tres años habría de triunfar y consolidar el poder revolucionario en todo el territorio.
Mientras tanto, las viejas direcciones de los partidos socialdemócratas de todos los países europeos, agrupadas en la II Internacional, entraban en crisis por haber apoyado cada uno a su gobierno en la guerra imperialista. Y, terminada la guerra, por traicionar las revoluciones que estallaban en varios países de Europa Central, siendo el caso más destacado el alemán, donde la socialdemocracia fue cómplice del asesinato de Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo. Debido a todo esto, millones de trabajadoras y trabajadores, de jóvenes, de todos los sectores explotados, se volcaban al apoyo a la Revolución Rusa y surgían partidos comunistas en todas esas naciones.
Los bolcheviques rusos eran conscientes de que la revolución no podía triunfar en un solo país, y mucho menos en Rusia, una nación atrasada, con gran mayoría campesina. Que solo podía hacerlo extendiéndose a toda Europa y el mundo, derrotando definitivamente al capitalismo imperialista y comenzando la construcción del socialismo a nivel internacional. Para ello se necesitaba crear un estado mayor de la revolución, una nueva internacional que dirigiera a los partidos comunistas de todos los países en una estrategia común.
Con esa perspectiva, en marzo de 1919 convocaron en Moscú a lo que sería el primer congreso constitutivo de la Tercera Internacional o Internacional Comunista. El congreso se daba en medio de la guerra civil y con inmensas dificultades para la llegada de los delegados de decenas de países. A pesar de ello, el I Congreso de la Internacional Comunista se realizó en Moscú entre el 2 y el 6 de marzo de 1919, con la participación de 52 delegados de treinta países.
El congreso sesionó en medio de un espíritu de ofensiva revolucionaria de la clase obrera, resumido así en un escrito de Lenin de la época: Las decenas de millones de muertos y mutilados que dejó la guerra […] están abriendo los ojos, a una velocidad sin precedentes, a millones y decenas de millones de personas aterrorizadas, oprimidas y engañadas por la burguesía. De la ruina mundial causada por la guerra está surgiendo una crisis revolucionaria mundial que, por largas y duras que puedan ser sus fases, solamente puede conducir a la revolución proletaria y a su victoria (prólogo a la edición francesa y alemana de 1920 de su libro “El imperialismo etapa superior del capitalismo”).
Cambia la marea
Pero pronto se dieron derrotas y retrocesos. Primó allí la traición de las viejas direcciones socialdemócratas y la debilidad y la inexperiencia de los jóvenes partidos comunistas. Así lo resumió Trotsky en su célebre artículo “Una escuela de estrategia revolucionaria” (1921): Es indudable que, en la época del I Congreso de la Internacional Comunista (1919) todos esperábamos que un sencillo asalto de las masas trabajadoras y campesinas derribase a la burguesía en un futuro próximo. Y, en efecto, el ataque fue poderoso. El número de las víctimas, grande. Pero la burguesía soportó este primer asalto y, gracias a ello, ha podido reafirmarse en su estabilidad de clase.
Así, del optimismo sobre un triunfo rápido de la revolución mundial, se pasó a la convicción de la necesidad de un proceso de educación de las nuevas camadas de revolucionarios para una lucha larga y difícil. Objetivo en el que se concentrarían los siguientes congresos de la Internacional. Para ello se elaboraron documentos de orientación en la construcción de los partidos comunistas, en el desarrollo de tácticas como la del frente único para enfrentar la contraofensiva de la burguesía, sobre el trabajo entre las mujeres y los soldados y tantos más.
Sin embargo, las derrotas de la revolución europea terminaron golpeando a la propia Rusia que, aislada, sufrió el retroceso de la revolución y la burocratización del Estado. Así se impuso el estalinismo, liquidando la democracia de los soviets y convirtiendo también a la III Internacional en un instrumento de su política contrarrevolucionaria. Por eso León Trotsky planteó, a partir de 1933, volver a comenzar la tarea de construir una internacional obrera revolucionaria y terminó fundando, en 1938, la IV Internacional. La III, mientras tanto, siguió por unos años existiendo como mero sello y correa de transmisión de la política contrarrevolucionaria de Stalin, que terminó directamente disolviéndola en 1943.
Una guía fundamental para los revolucionarios
A pesar de ello y de las graves consecuencias que tuvo la burocratización de la Unión Soviética y la III Internacional, la Revolución Rusa y los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista bajo la conducción de Lenin y Trotsky quedaron como referencia histórica, como una verdadera escuela de estrategia revolucionaria.
Hoy las enseñanzas revolucionarias de la Internacional Comunista son una guía fundamental en la lucha por superar la crisis de dirección revolucionaria provocada por el estalinismo, la liquidación de la III Internacional y las propias crisis que llevaron a la dispersión de la IV Internacional. Desde la Unidad Internacional de los Trabajadores – Cuarta Internacional y su sección argentina, Izquierda Socialista, nos reconocemos parte de esa tradición de lucha por la construcción de una dirección revolucionaria internacional para la clase obrera, de la que la III Internacional fundada por Lenin y Trotsky fue su punto más elevado.
Así la definía Nahuel Moreno, maestro y fundador de nuestra corriente.
Debemos reconocer que la Revolución de Octubre ha sido excepción en lo que va del siglo, que no ha habido otra con sus características. La Revolución de Octubre es hasta la fecha una excepción. Lo mismo su resultado: la Tercera Internacional. La excepcionalidad de la Revolución de Octubre está dada, hasta la fecha, por la existencia de un partido como el Bolchevique. Sin una Revolución de Octubre y sin un Partido Bolchevique no se hubiera podido fundar la Tercera Internacional, ni impulsar como tarea esencial y más importante de la revolución, como lo plantearon los bolcheviques, el desarrollo de la revolución socialista europea e internacional. Gracias a la lucha de la izquierda revolucionaria antes y durante la primera guerra imperialista, la Tercera Internacional, guiada por Lenin y Trotsky, comenzó a superar la crisis de dirección del proletariado.
Escribe Tito Mainer
La historia de la Semana Trágica de enero de 1919 no es muy conocida. La Argentina muestra aquellos años como los de un país rico cuya oligarquía vacacionaba en Europa y construía lujosos palacios. Pero los cientos de asesinados en cuatro días en Buenos Aires nos hablan de otra cara, la de la miseria, la lucha y la represión del primer gobierno radical.
El 2 de diciembre de 1918 la Sociedad de Resistencia Metalúrgicos Unidos elevó un petitorio a la Compañía Pedro Vasena e Hijos. Sus reclamos eran propios de un “programa mínimo”: “aumento de jornales, trabajo extra voluntario con 50% de prima¸ domingos al 100%, abolición del trabajo a destajo, sin represalias por medidas de fuerza”. Y destacaba: “Creemos inútil argumentar la justicia que los asiste a los obreros dada la notoria carestía de la vida, subsistencias, alquileres, etcétera. Y los elevadísimos salarios que perciben en industrias y establecimientos similares, así como la generalización de la jornada de 8 horas. […] La contestación es esperada en el local de esta sociedad que patrocina y apoya el movimiento”, advirtiendo, “con el concurso de todos los gremios organizados”.
Las noticias del mundo
La huelga involucró a 2.500 trabajadores. Los diarios de esos días hablaban de “armisticio de paz de las potencias”, comentaban la “ofensiva bolchevique” y destacaban la crisis desatada en Alemania y las movilizaciones dirigidas por espartaquistas. Se mencionaba ocasionalmente la actividad de Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht y se aseguraba que ¡Trotsky ha dado un golpe en Rusia y metió preso a Lenin! La revolución social era una palabra que estaba en el ambiente. En ese mismo enero fueron asesinados los dos dirigentes alemanes, y en abril el jefe de la revolución mexicana del Sur, Emiliano Zapata. El fin de la guerra mundial definió dos polos políticos, el de la revolución y el de la contrarrevolución.
Piquetes de huelga, carneros y represión
Los piquetes en la puerta de Vasena de Nueva Pompeya sostuvieron el conflicto más de un mes: impedían la entrada de carneros y camiones. Pero la patronal no respondía y el gobierno de Hipólito Yrigoyen aparecía como prescindente. El día 5 un camión intentó forzar la entrada y los trabajadores resistieron: los agentes patronales, con respaldo de la policía, atacaron a los huelguistas a balazos y murieron cinco trabajadores.
La violencia patronal templó la lucha. Cientos de trabajadores se agolparon donde se velaba a los muertos y se organizó un imponente funeral cívico que partió del barrio de Pompeya, que debía pasar por otra planta ubicada donde hoy está la plaza Martín Fierro, en San Cristóbal, para dirigirse a Chacarita. Asambleas de diversos gremios decidieron parar en solidaridad y se reunieron entre 20.000 y 30.000 obreros. Al paro en Vasena se plegaron los capataces y comenzaron a haber expresiones de repudio en el interior del país. Esa misma noche el consejo federal de la FORA V Congreso –el ala más combativa– declaró la huelga general y sus 32 gremios adheridos se sumaron, desde obreros del calzado a navales, y desde conductores de tranvías a albañiles, pintores y panaderos. La FORA del IX Congreso, más conciliadora, también adhirió.
Huelga general y brotes insurreccionales
Encabezó la columna una “comisión de mujeres” y los ataúdes fueron cargados a pulso, pero al pasar por La Rioja y Cochabamba fue atacada por francotiradores apostados en los techos de la fábrica. Se produjeron decenas de bajas mientras los “cosacos”–caballería montada– atropellaban. La marcha fue nuevamente baleada en Oruro y Constitución. En San Juan y Loria los trabajadores asaltaron una armería y pusieron en fuga al jefe de la policía, incendiando su auto; después sitiaron la Comisaría 21, donde se produjeron numerosas bajas. La columna, diezmada, llegó al cementerio con algunos cientos y, nuevamente, fue atacada por tiradores parapetados tras las lápidas.
La indignación era inmensa. La huelga general se tornó masiva: por tres días en la ciudad no hubo transporte ni autos particulares, ni abastecimiento de pan, carne o verdura. Los días 8 y 9 las calles estaban en poder de decenas de piquetes obreros que, levantando barricadas y armados con revólveres y algunos rifles y, sobre todo, valentía y decisión, impidieron toda actividad. Se llegaron a contabilizar hasta veinte focos simultáneos en distintos barrios: los tiroteos y refriegas se multiplicaron.
El 10 durante la noche el general Luis Dellepiane, comandante de Campo de Mayo, irrumpió en el Departamento de Policía –que también fue tiroteado desde terrazas vecinas–y asumió el mando de las fuerzas acuarteladas. El gobierno perdió el control de la situación y el ejército optó por la militarización lisa y llana de la ciudad. Yrigoyen avaló ese “golpe” la mañana siguiente. Entre la tarde del 10 y el 11 la contraofensiva del Estado se convirtió en represión salvaje: muchos cadáveres fueron sacados a las 3 o 4 de la mañana de la morgue y trasladados con rumbo desconocido.
Las cifras eran escalofriantes. En poco menos de una semana se contabilizaban entre 300 –datos semioficiales– y 700 muertos. Esta última cifra fue avalada tanto por La Vanguardia, socialista, como por La Protesta, anarquista, y la embajada de los Estados Unidos. El consulado de Francia aumentó el número a 1.400 muertos. Los heridos de cierta gravedad sumaban entre 3.000 y 4.000 y los presos, encausados o deportados alcanzaron a 45.000 en todo el país.
Extensión nacional
El sábado 11 una masiva asamblea decidió continuar el movimiento a menos que se satisficieran de inmediato todos los reclamos, agregando la “libertad de todos los presos sociales”. Al día siguiente la patronal aceptó la mayoría del pliego. Una parte de los obreros no quiso transigir pero, lentamente, la combatividad declinó y los trabajadores de Vasena retornaron paulatinamente a sus tareas. Entre el 14 y el 15 la ciudad volvió a la “normalidad”, aunque una “guardia blanca” entró en acción y empezó una represión selectiva de dirigentes y “rusos”. Para entonces, en buena medida, la lucha había tomado carácter nacional, con fuerte incidencia en ciudades como Rosario y Mendoza y por la huelga que comenzaron los marítimos y portuarios. Además, amenazó con extenderse a Montevideo, donde hubo redadas preventivas, y a Chile, donde el gobierno dispuso censurar en la prensa las noticias de Buenos Aires.
El balance
Durante tres o cuatro días la clase obrera “tuvo el poder” en la ciudad. Se confirmó que cuando una huelga general es poderosa la patronal no tiene medios de “poner en movimiento” las empresas y el comercio. En aquella “semana trágica” la furia obrera desbordó a todas las direcciones y se asistió a una verdadera insurrección obrera y popular, altamente espontánea y desorganizada, pero que comprendió también la necesidad del enfrentamiento armado. Todas las direcciones fueron desbordadas, y tanto la FORA del IX Congreso como los socialistas demostraron su “pacifismo” cuando se distanciaron del ala revolucionaria encarnada por la FORA V y denunciaron a los “agitadores”. La división en la dirección, sin embargo, no impidió que, a altísimo costo, los reclamos se lograran.
La “democracia” radical se puso a prueba. Yrigoyen había asumido en 1916 con el discurso de enfrentar a las viejas oligarquías, pero sus salvajes métodos represivos se repitieron luego en la Patagonia y en el Chaco de La Forestal. El gobierno antiobrero armó además a los civiles para integrar “guardias blancas”, como el Comité de la Juventud (radical) y la Legión Cívica. El “milagro” económico que muchos recuerdan como la Argentina opulenta de Alvear, el sucesor de Yrigoyen, se asentó sobre el principal logro de la represión: en la década siguiente hubo una notable disminución de las luchas obreras.
Los sucesos de la Semana Trágica, por fin, pusieron en evidencia que, si bien la clase trabajadora funcionaba en sus respectivos gremios con mecanismos de democracia obrera, la dirección anarcosindicalista revolucionaria fue incapaz de centralizar la lucha generando organismos de poder dual al estilo de los soviets rusos. Además faltaba un partido revolucionario que lo dotara de un programa orientado hacia la toma del poder.
Nuestra compañera legisladora de la Ciudad de Buenos Aires Laura Marrone presentó el proyecto al cumplirse cien años de esta brutal represión. En los fundamentos se expresa: “Corrió mucha sangre, y si bien los reclamos se lograron, el costo fue muy alto. La impunidad de los represores animó a nuevas campañas represivas en los años sucesivos, en particular contra obreros rurales, tanto en la Patagonia como en los quebrachales del Noreste”.
“Es inaceptable que una de las principales autopistas de la ciudad de Buenos Aires homenajee al general Luis J. Dellepiane, jefe máximo y principal responsable, junto al gobierno, de la muerte de cientos de trabajadores, incluyendo niños, mujeres y ancianos ajenos por completo a la huelga obrera, cerca de 4.000 heridos de cierta gravedad y la cárcel y proceso y deportación de decenas de miles. Por eso, proponemos que se cambie el nombre al de Semana Trágica, como llamaron los obreros a la represión de 1919”.