Jul 16, 2024 Last Updated 6:38 PM, Jul 16, 2024

Escribe Federico Novo Foti
 
Trotsky fue uno de los principales dirigentes revolucionarios del siglo XX. Encabezó la primera revolución socialista triunfante de la historia junto a Lenin en Rusia. Su nombre está asociado a la lucha por el socialismo, la democracia obrera y el internacionalismo. Con su asesinato, Stalin intentó cortar la continuidad histórica de la lucha obrera revolucionaria. Pero su legado sigue vigente.

El 20 de agosto de 1940 Trotsky recibió en su residencia de la calle Viena en Coyoacán, México, a Frank Jackson. El joven, que se había introducido en el entorno de Trotsky como supuesto novio de una de sus colaboradoras, se había presentado con la excusa de intercambiar opiniones sobre un artículo. Jackson aprovechó el momento de intimidad para atacar salvajemente por la espalda al viejo líder revolucionario. Al día siguiente, Trotsky falleció por las heridas sufridas. Jackson, un agente del servicio secreto soviético cuyo verdadero nombre era Ramón Mercader, había logrado consumar la sentencia dictada por José Stalin, entonces líder de la URSS: “¡maten a Trotsky!”.

El asesinato de Trotsky fue la culminación de un acecho implacable iniciado en 1927 con su destierro de Rusia, su exilio obligado por “el planeta sin visado” y el asesinato o confinamiento de sus seguidores, colaboradores y familiares. La causa de su persecución se encontraba en que, desde mediados de la década del ‘20, Stalin había comenzado a consolidar su poder burocrático en la URSS. Impuso desde 1924 la concepción no marxista del “socialismo en un solo país” y, desde 1935, los “frentes populares” de capitulación a las burguesías en todos los partidos comunistas de la Tercera Internacional.1

Entre 1936 y 1938, Stalin montó los “Juicios de Moscú”, una farsa judicial para exterminar a la vieja guardia dirigente del partido de Lenin, a sus opositores e incluso a algunos de sus más cercanos colaboradores. Trotsky fue el principal inculpado en los juicios, porque era el más destacado y consecuente dirigente opositor a la burocracia estalinista y encarnaba la continuidad del programa revolucionario, la democracia obrera y el internacionalismo. Por eso, para justificar su condena a muerte, las campañas difamatorias contra Trotsky recrudecieron. Para entonces el estalinismo llevaba más de una década borrando de la memoria popular su vida revolucionaria y su rol dirigente en la revolución junto a Lenin, acusándolo seguidamente de “agente de Estados Unidos” y “agente nazi”.
 
Una vida dedicada a la revolución socialista

León Davidovich Bronstein, Trotsky, había nacido el 26 de octubre de 1879 en una aldea cerca de Odesa en Ucrania, región sometida en ese entonces al imperio zarista de Rusia. Siendo muy joven se hizo marxista. El régimen zarista, rápidamente, le impuso encarcelamientos y la deportación a Siberia. Se unió al Partido Obrero Socialdemócrata Ruso tras su primera fuga de Siberia, sumándose a la organización orientada por Lenin. En la revolución de 1905 fue el máximo dirigente del soviet de San Petersburgo, capital del imperio. Tras la derrota de la revolución, fue deportado a Siberia junto a los líderes soviéticos, de donde escapó en un trineo tirado por renos, cuyas peripecias contaría en el libro “Viaje de ida y vuelta” de 1907, hoy reeditado con gran repercusión.2 En su balance de la revolución de 1905 plasmó por primera vez su “teoría de la revolución permanente”. Afirmaba que los obreros de las ciudades, acaudillando al campesinado pobre, no la burguesía, eran la única clase capaz de encabezar la revolución democrática burguesa y, al tomar el poder, avanzar hacia el socialismo transformando las condiciones de vida en el campo y las ciudades. Trotsky fue también parte de la minoría internacionalista que, junto con Lenin, Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht, rechazó la traición de la Segunda Internacional cuando apoyó la guerra interimperialista en 1914 y pronosticó que “los años venideros presenciarán la era de la revolución social”.

En febrero de 1917 estalló la revolución en Rusia. Tras el derrumbe del régimen zarista, asumió el gobierno una coalición de la burguesía liberal y partidos reformistas. Pero, a su lado, resurgieron los soviets desafiando su poder. Trotsky logró retornar a Rusia en mayo, fue incorporado en la conducción del soviet de Petrogrado (ex San Petersburgo) e ingresó al Partido Bolchevique de Lenin. La revolución permitió una rápida confluencia entre ambos dirigentes. Lenin había logrado que el partido no diera su apoyo al gobierno provisional burgués y asumiera la pelea por un gobierno obrero, apoyado en los campesinos, lo que sería el preludio de la revolución socialista internacional. Los bolcheviques, con Lenin y Trotsky, fueron ganando cada vez más peso y lograron la mayoría en los soviets, siendo los únicos que defendían consecuentemente los intereses de obreros, campesinos y soldados. Finalmente, Trotsky fue designado responsable del Comité Militar Revolucionario del soviet que organizó la toma del poder el 24 de octubre, consumando la primera revolución obrera socialista triunfante de la historia.
 
Su legado sigue vigente

En el gobierno de los soviets, Trotsky ocupó distintos cargos y encabezó el Ejército Rojo, que derrotó en la guerra civil al Ejército Blanco, la coalición de ejércitos imperialistas. Tras la muerte de Lenin en 1924 y la consolidación del aparato burocrático, encabezó la Oposición de Izquierda contra el abandono del programa revolucionario por la burocracia estalinista. Luego del ascenso del nazismo en Alemania en 1933 habilitado por la política estalinista de dividir al movimiento obrero, Trotsky concluyó que la Tercera Internacional había muerto y era necesario fundar una nueva organización mundial. En 1938, aún bajo terribles condiciones de persecución, Trotsky se abocó a uno de los desafíos más importantes de su vida: la fundación de la Cuarta Internacional, el partido de la revolución mundial para dar continuidad al hilo rojo de la lucha revolucionaria. Su programa, el “Programa de Transición”, afirmaba que bajo el capitalismo decadente “la crisis de la humanidad se reduce a la crisis de su dirección revolucionaria”. Poco después Trotsky sería asesinado, asestando un duro golpe al movimiento trotskista y agravando una crisis de dirección revolucionaria que continúa en la actualidad.

A ochenta y dos años del asesinato de Trotsky, el imperialismo sigue condenando a millones a la pobreza e indigencia en todo el planeta en medio de la crisis económica más importante de la historia del capitalismo y la guerra de ocupación de Putin en Ucrania. Pero los pueblos se rebelan, protagonizan heroicas luchas y revoluciones que derrotan los planes de ajuste y llegan hasta derribar gobiernos burgueses. Ante los cantos de sirena del falso socialismo que conducen a los trabajadores y los pueblos a nuevas frustraciones y derrotas,  Izquierda Socialista y la Unidad de Trabajadoras y Trabajadores – Cuarta Internacional (UIT-CI) reivindican la trayectoria revolucionaria de Trotsky, la importancia de la fundación de la Cuarta Internacional y la necesidad aún vigente de construir partidos revolucionarios en todos los países. En el camino de reconstruir la Cuarta, llamamos a unir a los revolucionarios contra el capitalismo imperialista y los gobiernos burgueses, en defensa de los derechos de los trabajadores y demás sectores populares para desarrollar la movilización y conquistar mediante revoluciones triunfantes gobiernos obreros y populares que construyan un verdadero socialismo en todo el mundo.

1. Organización revolucionaria internacional fundada en Moscú en 1919.
2. L. Trotsky. “La fuga de Siberia en un trineo de renos”, Siglo XXI Editores, Buenos Aires, 2022.

Escribe Fede Novo Foti
 
A comienzos del siglo XIX la dominación española en América se hacía cada vez más insoportable. España saqueaba los recursos naturales de las colonias, imponía tributos y ejercía el monopolio comercial. Pero, entre tanto, en 1808 el imperio francés de Napoleón Bonaparte invadió España, obligó al rey Fernando VII a renunciar y lo mantuvo en cautiverio.

El descontento creciente en las colonias provocó entonces las revoluciones en los virreinatos del Río de La Plata (Buenos Aires), Nueva España (Dolores, México), Nueva Granada (Bogotá), y en las capitanías generales de Chile (Santiago) y Venezuela (Caracas), que derribaron a virreyes, gobernadores y demás funcionarios coloniales. La reacción de las tropas españolas no se hizo esperar.

En Buenos Aires, la “Revolución de Mayo” de 1810 provocó la caída del virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros. El enfrentamiento militar con las fuerzas realistas, que buscaban retomar el control del virreinato, no evitó que se desataran agudos enfrentamientos entre los distintos sectores revolucionarios. Algunos pretendían evitar o retrasar la declaración de la independencia. Había, incluso, quienes buscaban mantener la sumisión a España o la creación de un “protectorado” británico.

El proyecto de una nación independiente fue defendido desde un comienzo por Mariano Moreno, Juan José Castelli y Manuel Belgrano. Ellos se inspiraban en los pensadores más avanzados de las revoluciones burguesas de Inglaterra en el siglo XVII y de Francia en el XVIII, y en la independencia de Estados Unidos. Unían la lucha por la independencia a un proyecto de igualdad para la población. Castelli afirmaba que “nuestro destino es ser libres o no existir, y mi invariable resolución es sacrificar la vida por nuestra independencia”.

Pero el camino hacia la independencia no fue fácil. En 1814 regresó al trono Fernando VII y las revoluciones estaban siendo derrotadas por las fuerzas realistas en casi toda América. Gran Bretaña, imperio capitalista en ascenso, buscaba profundizar sus negocios en la región, aunque no tenía especial interés en la independencia de las colonias españolas.

Tal era el escenario cuando comenzó a sesionar el Congreso de Tucumán en 1815. José de San Martín, entonces gobernador intendente de Cuyo, insistió tenazmente por la declaración de la independencia. En una carta de mayo de 1816 a Tomás Godoy Cruz expresaba: “¡Hasta cuándo esperamos declarar nuestra independencia! ¿No le parece a usted una cosa bien ridícula, acuñar moneda, tener el pabellón y cucarda nacional y por último hacer la guerra al soberano de quien se dice dependemos y no decirlo?”.  

La independencia fue finalmente declarada el 9 de julio de 1816. Todos los diputados aprobaron por aclamación que “es voluntad unánime e indubitable de estas Provincias romper los violentos vínculos que los ligaban a los reyes de España, recuperar los derechos de que fueron despojados, e investirse del alto carácter de una nación libre e independiente del rey Fernando séptimo, sus sucesores y metrópoli”. Aún existían sectores que entendían el futuro del país bajo la dependencia de alguna otra potencia europea. De modo que diez días después se completó el Acta de la Independencia con el agregado “y de toda dominación extranjera”.

La declaración de la independencia significó una guerra a muerte con la monarquía española. Llevados por la necesidad de la guerra, sus dirigentes más consecuentes apoyaron a los sectores más explotados y oprimidos. En Salta, Juana Azurduy se destacó en los combates. Güemes liberó a peones de arriendos y tributos. En la Banda Oriental, Artigas impulsó el reparto de las tierras de los reaccionarios. San Martín liberó a los esclavos para incorporarlos al ejército.

San Martín y Simón Bolívar fueron quienes mejor expresaron la necesidad de la unidad americana. En diciembre de 1824, dos días antes de la batalla de Ayacucho, Bolívar envió por circular a los nuevos gobiernos americanos “para que formásemos una confederación”. Pero en pocos años se frustró la oportunidad de lograr la ansiada unidad. Fueron primando los intereses de las oligarquías regionales que buscaron consolidar su dominación sobre la porción de territorio que habían comenzado a gobernar. El virreinato del Río de la Plata se fragmentó en cuatro países: Argentina, Paraguay, Bolivia y Uruguay.

La Argentina fue conducida desde entonces por la oligarquía de comerciantes porteños y estancieros bonaerenses, cuyos negocios estaban íntimamente ligados al capitalismo inglés, y frustraron la posibilidad del desarrollo autónomo. Sometieron al país al saqueo británico por medio de mecanismos comerciales y financieros, transformando a la naciente argentina en una semicolonia inglesa.

La declaración de independencia liberó al país de las cadenas coloniales españolas. Pero el sometimiento económico al imperialismo británico, primero, y estadounidense, desde mediados del siglo XX, aún deja pendiente la tarea de lograr la segunda y definitiva independencia. Para ello hay que terminar con este sistema capitalista e imponer un sistema económico y político socialista.

Como lo hicimos a lo largo de estos veinte años, desde Izquierda Socialista/FIT Unidad estuvimos acompañando a las familias de Maximiliano Kosteki y Dario Santillán la búsqueda de justicia completa y castigo a los asesinos materiales e intelectuales de la masacre de Avellaneda. Denunciamos que la impunidad que gozan hoy funcionarios como Felipe Solá, Aníbal Fernández o Eduardo Duhalde, entre otros, solo se explica por el encubrimiento que todos los gobiernos desde Néstor Kirchner hasta Alberto Fernández llevaron adelante. Así lo expresó el padre de Darío, Alberto Santillán, en el acto de cierre de la jornada de este domingo 26, reiterando que los asesinos de ayer no pueden ser los salvadores de hoy en referencia a que muchos de ellos son funcionarios del gobierno del Frente de Todos.

Vale recordar que tras la masacre, el gobierno  de entonces y los medios hegemónicos como Clarín, salieron  a decir que “los piqueteros se habían matado entre ellos” intentando demonizar a quienes se movilizaron contra el hambre y la desocupación. En aquel momento, la respuesta no se hizo esperar y el repudio generalizado a la represión y al asesinato de dos luchadores tampoco. Miles salieron a las calles, y por eso Duhalde tuvo que llamar a elecciones anticipadas, para no ser el siguiente en la lista de presidentes que desde diciembre de 2001 fueron echados por la movilización. Los reclamos de Maxi y Dario siguen vigentes: trabajo, salud, vivienda y educación, que se deben garantizar en vez de pagar la deuda externa. Por eso decimos no al FMI y sus planes de ajuste.
 

Escribe Federico Novo Foti
 
El 14 de junio de 1982, el General Menéndez firmó la rendición argentina dando por terminada la Guerra de Malvinas. La movilización revolucionaria de las masas, motorizada por la bronca creciente, derribó a Galtieri y al régimen militar, conquistando amplias libertades democráticas y abriendo una nueva etapa en el país. Pero la ausencia de una dirección revolucionaria de peso permitió a peronistas y radicales desviar la movilización hacia las elecciones y la democracia burguesa, continuando con el capitalismo semicolonial.
 
El 14 de junio de 1982 cayó Puerto Argentino en las islas Malvinas, a tres días de iniciada la ofensiva británica final. Esa misma noche el General Mario Benjamín Menéndez firmó la rendición ante el General Jeremy Moore. Así terminaba, tras setenta y cuatro días, la guerra en las islas Malvinas e islas del Atlántico Sur.

La Junta Militar, encabezada por el Teniente General Leopoldo Fortunato Galtieri, había planificado un paseo militar, esperando recuperar las islas en la mesa de negociaciones, confiando en el apoyo del imperialismo estadounidense. No buscaba un enfrentamiento militar con el imperialismo británico, sino realizar un golpe de efecto para prestigiarse y desviar hacia los ingleses el odio popular contra su dictadura genocida, que crecía al ritmo de la crisis económica. Pero el tiro le salió por la culata.      

Galtieri y la Junta quedaron atrapados entre el imperialismo, que decidió ir a la guerra sin negociar, y la enorme y genuina movilización obrera y popular anti imperialista, desatada en todo el país y varios países de Latinoamérica. Finalmente, su temor a la movilización de las masas y su servilismo ante el imperialismo fueron más fuertes. Iniciados los combates el 1° de mayo, a pesar del heroísmo de los conscriptos, soldados rasos y parte de la oficialidad, la Junta se rehusó a tomar las medidas políticas, económicas y militares que exigían los esfuerzos de la guerra para triunfar. Posteriormente, en los primeros días de junio, con la venida del Papa Juan Pablo II y el apoyo de peronistas y radicales, impusieron la capitulación (ver nota "2 de abril de 1982 / La guerra de Malvinas y el PST").
 
¿Por qué cayó la Junta Militar?

Los manuales escolares dicen que la Junta Militar “cayó por su propio peso”. Cuentan que el sucesor de Galtieri, el General Reynaldo Bignone, simplemente “anunció un proceso de transición democrática”. Partidos de izquierda, como PTS, afirman que hubo una “transición pactada” y PO que “la iniciativa de volver a la democracia fue tomada por el imperialismo norteamericano”.[1] Estos relatos ocultan o minimizan el rol jugado por la lucha de los trabajadores y los sectores populares. Lo cierto es que Galtieri cayó por la movilización revolucionaria de las masas, que impuso la disolución de la Junta Militar genocida y conquistó amplias libertades democráticas, abriendo una nueva etapa en el país.

El 15 de junio, la Junta Militar llamó a la población a concurrir a Plaza de Mayo para escuchar a Galtieri. Mientras llegaba la gente a la plaza la indignación aumentaba: “los pibes murieron, los jefes los vendieron” se cantaba. Pronto volvió a resonar el “se va a acabar la dictadura militar”, tal como había sucedido antes del inicio de la guerra, el 30 de marzo, durante el paro y la movilización de la CGT Brasil. La represión policial se desató, pero las movilizaciones continuaron. El 16 de junio cayó Galtieri y el 23 se disolvió la Junta Militar. Durante días no hubo quien gobernara el país.   

Bignone asumió recién el 1° de julio. Su gobierno dio continuidad formal a la dictadura, pero el régimen militar estaba herido de muerte. Bignone debió apoyarse exclusivamente en el Ejército y sobrevivió gracias al apoyo de los partidos patronales, peronista y radical, reunidos en la Multipartidaria. Pero las huelgas y movilizaciones obreras continuaron contra los impuestos, los desalojos e indexación de los alquileres, también hubo ocupación de terrenos y viviendas. La lucha por libertades democráticas creció, al igual que la participación en las marchas de las Madres de Plaza de Mayo. El desprestigio de los militares era absoluto, con protestas públicas contra la alta oficialidad, como la de los veteranos de Malvinas que los insultaban públicamente. El 6 de diciembre hubo una huelga general contra la dictadura y otra en marzo de 1983.  

Ante su extrema debilidad, Bignone se vio obligado a levantar la “veda política”, permitir reuniones o manifestaciones públicas, con o sin autorización policial, y terminar con la censura, dejando correr incluso publicaciones y actividades de partidos trotskistas como el Partido Socialista de los Trabajadores (PST), que aún estaba proscripto. Los partidos patronales en la Multipartidaria, entretanto, aprovecharon la coyuntura para intentar frenar y desviar las movilizaciones y encaminar la crisis hacia una salida electoral ordenada, fijada finalmente para octubre de 1983.  
 
Lecciones de la guerra y la caída de la dictadura

La disolución de la Junta Militar tras la rendición y el fin del régimen militar fueron enormes triunfos revolucionarios conquistados por las masas movilizadas. Que la dictadura no “cayó por su propio peso” o como resultado de un “pacto con el imperialismo yanqui” lo demuestran los juicios que llevaron a la cárcel a las cúpulas militares, la continuidad de las movilizaciones masivas cada 24 de marzo que exigen justicia por los 30.000 detenidos-desaparecidos, el desprestigio aún vigente de las Fuerzas Armadas y que se se enterrara por décadas la posibilidad de una salida militar a las sucesivas crisis de gobierno en nuestro país.

La nueva etapa abierta en el país significó la caída del régimen que secuestró, torturó, asesinó y desapareció a miles de personas y la conquista de amplias libertades democráticas. Solo la ausencia de una dirección revolucionaria reconocida por las masas permitió, en ese entonces, que la movilización fuera desviada hacia la salida electoral impuesta por la Multipartidaria. Evitaron así que se avanzara hacia un gobierno de trabajadores y trabajadoras. En los años subsiguientes, fueron los gobiernos patronales radicales, peronistas o macristas, quienes buscaron impunidad para los militares genocidas (obediencia debida, punto final, indultos, juicios a cuentagotas, etcétera) y continuaron sometiendo a nuestro país al imperialismo. Vienen así creciendo vertiginosamente la pobreza, la miseria, la desocupación, entre otros males sociales. Por eso desde Izquierda Socialista en el FIT Unidad llamamos a la ruptura con los partidos patronales y sus gobiernos, a construir una alternativa que impulse y encabece las luchas por trabajo, salario, salud, educación y vivienda, contra el pago de la deuda y el pacto del gobierno y el FMI. Hoy sigue vigente la lucha por la recuperación de las islas Malvinas y la segunda y definitiva independencia, que sólo serán posibles con un gobierno de trabajadores y trabajadoras hacia el socialismo.

[1] Ver Liszt, G. “¿Quién fue Moreno?” en La Izquierda Diario (25/1/2020) y Santos, R. “Los documentos secretos…” en Prensa Obrera N° 1214 (15/3/2012).

Desde su exilio en Bogotá, Nahuel Moreno, maestro y fundador de nuestra corriente, impulsó la solidaridad con Argentina durante la Guerra de Malvinas. Tras la rendición de la Junta Militar, junto a la dirección nacional del PST analizó los grandes cambios producidos en el país. Moreno expuso sus posiciones en el escrito de mayo de 1983 llamado: “1982: comienza la revolución”. Allí definió que la caída de la Junta Militar había sido provocada por una “revolución triunfante”, que abría una nueva etapa en el país. Afirmó que a partir del 2 de abril de 1982 “se combina la irrupción del movimiento de masas que apoya la reconquista de las islas con la colosal agudización de la crisis económica e institucional de la dictadura militar”. Señala que el vacío de gobierno “se inicia con la derrota militar, continúa con la caída de Galtieri y culmina con el gobierno de Bignone, que abre un período de libertades democráticas […] que entierra al viejo régimen y hace surgir uno nuevo”. Con Bignone aún en el gobierno, apoyado por la Multipartidaria, Moreno y el PST plantearon ajustar las consignas para continuar la tarea de “derrotar a los partidos burgueses o pequeñoburgueses que están en el poder para que asuma el gobierno la clase obrera con sus partidos y organizaciones. Los llamamos a hacer una nueva revolución para cambiar el carácter del estado, no solo del régimen político; una revolución social o socialista”.[1]

[1] Nahuel Moreno. “1982: comienza la revolución”. Ediciones El Socialista, Buenos Aires, febrero 2015. En nahuelmoreno.org

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