Jul 18, 2024 Last Updated 6:04 PM, Jul 17, 2024

La semana pasada fue la más movida en mucho tiempo en términos económicos. El dólar empezó a subir: primero de 20,30 a 20,50; luego siguió y pasó la barrera de los 21 pesos. El gobierno, con el presidente del Banco Central Federico Sturzenegger a la cabeza, salió a vender dólares para tratar de que no se le escapara tanto. Pero el billete verde igual terminó subiendo después de que se perdieran 3.000 millones de dólares de reserva y de que el gobierno aumentó la tasa de interés de 27,25% a 30,25%. Hasta aquí los hechos. En los lugares de trabajo muchos se hacían dos preguntas: ¿qué es lo que efectivamente está pasando? Y, la más importante: ¿cómo nos afecta a los trabajadores?

Expliquemos el primer interrogante. Macri desde el comienzo de su mandato se dedicó a endeudarnos a niveles astronómicos. Miles de millones de dólares pasaron a engrosar nuestra deuda externa. ¿Para qué se usaron? Terminaron financiando una vertiginosa bicicleta financiera. Los grandes pulpos de la especulación, que no son otra cosa que fondos de inversión de multinacionales extranjeras, se hacían de esos dólares, los pasaban a pesos y compraban Lebac (letras del Banco Central que, en estos años, llegaron a rendir más de 30% anual, una superganancia que no se obtiene en ningún lugar del planeta). Por supuesto, el final del negocio se da cuando esos especuladores deciden “volver al dólar” y fugar ese dinero porque aparece otra operación más rentable en algún lugar diferente del planeta. Eso fue exactamente lo que pasó la semana pasada: se calcula que 3.000 millones de dólares que estaban en Lebac (o sea en pesos) “se pasaron” rápidamente a dólares, provocando la suba de la divisa norteamericana, demostrando la fragilidad extrema de la política de mayor endeudamiento del gobierno de Macri y de todo el plan económico, dependiente de las idas y venidas de los capitales imperialistas, que sólo puede sostenerse cada día aumentando la deuda externa para refinanciar los vencimientos anteriores y que, al menor cimbronazo internacional, hace agua por todos los costados.

Ahora bien, vamos a la segunda pregunta: todo este tembladeral, con un gobierno que pierde reservas y bandas de especuladores internacionales que, después de hacer su negocio, “huyen” del país con los dólares bajo el brazo, ¿en qué nos afecta a los trabajadores? No es muy difícil la respuesta, basta apelar a la memoria cercana: cada vez que hay una devaluación, aun cuando luego el dólar se aquiete y deje de ser noticia en la tapa de los diarios, lo que sigue es un aumento generalizado de todos los precios. Eso fue lo que ya pasó en el verano, cuando el salto del dólar de 17 a 20 pesos ocasionó una inflación que ya lleva el 9% en apenas cuatro meses, pulverizando salarios y jubilaciones. Encima, tenemos que sumarle que el gobierno trató de evitar que se le fueran más Lebac aumentando el “premio” para los especuladores que se queden con ellas, por eso aumentó la tasa de interés. La consecuencia será créditos más caros, que todos pagaremos cada vez que financiemos un saldo de tarjeta de crédito o tengamos que abonar la cuota de un crédito hipotecario.

Claro que las cuotas más caras ya no son únicamente porque cambiamos un electrodoméstico. También resultará más caro el financiamiento de las cuotas de la factura del gas. ¡La calefacción se tornó en un auténtico artículo de lujo, que hasta lo vamos a terminar pagando en cuotas! Es que la suba de precios no sólo es fogoneada por el dólar. También tenemos la otra “política macrista”: los tarifazos para garantizarles las ganancias a las privatizadas, nuevamente con la excusa de que “hay que bajar los subsidios para reducir el gasto público”. La consecuencia está a la vista: los subsidios se achican, pero a las privatizadas se les mantienen las ganancias a costa de nuestro bolsillo, mientras que ¡el gasto público sigue igual, o incluso aumenta, producto de que cada día pagamos más intereses de deuda!

Mientras la inflación se come nuestros salarios, la burocracia sigue firmando paritarias al 15%. Y la oposición peronista no hace nada más que buscar algún circo parlamentario sin plantearse ninguna pelea en serio contra el tarifazo ni contra el techo salarial.

La deuda externa, que sigue creciendo astronómicamente, no sólo hace que para pagarla el gobierno ajuste salarios, despida, meta tarifazos, reviente la educación y la salud pública. La deuda también es el mecanismo que aceita la bicicleta financiera, esa que vimos provocar la corrida cambiaria de la semana pasada, que pagaremos todos con más inflación. Por eso, amigo lector, volvemos a insistir en lo que venimos diciendo desde hace años: el problema central de la Argentina es la deuda externa. Y no hay salida para los trabajadores, ni programa económico alternativo viable si no comenzamos por repudiarla, suspendiendo inmediatamente sus pagos y volcando todos esos recursos a un programa de emergencia que priorice el salario, el trabajo, la educación, la salud y la vivienda.

Muchos compañeros, aun acordando en que la deuda externa es el barril sin fondo por donde se van nuestros recursos, plantean dudas sobre nuestra propuesta de dejar de pagarla. Honestamente nos preguntan si se puede: ¿no nos embargarán? ¿Las grandes potencias no nos invadirán?

Lo primero que debemos responder es que estamos planteando algo que ya sucedió cientos de veces. Hay muchísimas experiencias de países que dejaron de pagar su deuda en distintas circunstancias: lo hizo Rusia en la revolución de 1917 y Cuba en 1959. Pero también países capitalistas recurrieron a esa política. Los propios Estados Unidos en la guerra civil, o Inglaterra, cuando dejó de pagarnos la deuda acumulada durante la Segunda Guerra Mundial. Aunque parcialmente, ya que nunca se dejó de pagar, podemos referirnos también a la suspensión de pagos de una parte importante de la deuda en medio del Argentinazo de 2001. ¿Qué pasó en todos esos casos? Esos fondos sirvieron para resolver situaciones de crisis extremas, ¡hasta el entonces presidente Duhalde, para aplacar la rebelión popular desatada en diciembre de 2001, utilizó esos fondos para otorgar dos millones de planes sociales a los desocupados!

No estamos diciendo que no pueda haber ningún tipo de represalias económicas o políticas de las potencias imperialistas. Sostenemos que en ese caso nos defenderemos llamando a la conformación de un club de países deudores, ya que la deuda externa no es un problema exclusivamente argentino, sino que afecta a todas las naciones de Latinoamérica. Apelaremos a que, de conjunto, uniendo todas las riquezas (los alimentos argentinos, la industria brasileña, los minerales chilenos y bolivianos, el petróleo venezolano y ecuatoriano) podremos resistir cualquier embargo. 
En cualquier caso, algún problema que pueda surgir a partir de la suspensión de los pagos de la deuda será infinitamente menor a los beneficios que se obtendrán por el solo hecho de cerrar ese “barril sin fondo” por el que se van nuestras riquezas y el trabajo de nuestro pueblo.

 

Escribe José Castillo

La suba de precios de enero a abril ya había acumulado 9,6%. Era el producto de la devaluación de diciembre pasado (donde el dólar subió de 17 a 20 pesos), más los tarifazos de enero y abril y las subas indiscriminadas de los combustibles que se venían produciendo desde octubre de 2017. Por supuesto a esto hay que sumarle las avivadas de los grandes monopolios, que aprovechan el “río revuelto” para remarcar indiscriminadamente las listas de precios que envían a las cadenas de súper e hipermercados, que a su vez le agregan su respectiva “tajada”. Todo esto hizo que, ya antes del 25 de abril, nadie creyera en la meta anual de 15% de inflación, que solo sirvió para ponerle un techo a las negociaciones salariales.

Pero sucede que ahora tenemos que sumarle la nueva devaluación de estas semanas: el dólar pasó de 20 a 25 pesos. Y eso ya empieza a notarse en los precios, en particular en los alimentos y otros artículos de primera necesidad. La que “picó en punta” fue la harina, con un incremento de 20%, lo que repercutirá en el pan y los fideos, artículos esenciales de toda alimentación popular. Pero los aumentos recorren toda la gama de alimentos (tanto en productos frescos como secos) junto con los artículos de limpieza y tocador. Y esto es solo el comienzo. Muchos otros productos que hasta hace una semana los mayoristas no querían vender aduciendo que “no tenían precio”, ahora sí lo tienen... con el dólar a 25 pesos.

A todo esto tenemos que agregarle que el gobierno no piensa detenerse un centímetro con los tarifazos: ya se vienen los nuevos aumentos en el transporte. En octubre tenemos pautado otro salto en el precio del gas. Sin olvidarnos que Aranguren logró “maquillar” el salto inflacionario de mayo postergando hasta julio un nuevo incremento en los combustibles, que entre la devaluación y la suba del precio internacional del petróleo promete ser astronómica.

El famoso 15% será rápidamente superado. La mayoría de los estudios acuerdan en que la inflación de 2018 terminará cerca de 30%. Resulta urgente exigir un aumento salarial de emergencia, ¡nadie debe ganar menos de 28.000 pesos! Hay que reabrir ya mismo todas las paritarias que se cerraron al 15% y reclamar su actualización. En aquellos gremios donde aún no se ha firmado, exigir que no haya techo, planteando incrementos que permitan recuperar el poder adquisitivo perdido y que se ajusten automáticamente por inflación mes a mes. Para llevar esta lucha adelante hoy es más urgente que nunca el reclamo de un paro nacional y un plan de lucha para derrotar el ajuste de Macri y el FMI.

 

Escribe Guido Poletti

En medio de la crisis de estas semanas se vio cómo los principales monopolios exportadores, empresas transnacionales como Nidera, Cargill o Dreyfuss, aprovecharon la crisis para, luego de exportar la soja (estamos en plena época del año de esa actividad), en vez de ingresar los dólares al país los tuvieron afuera, a la espera de una mayor devaluación.

Este hecho desnudó una realidad del comercio exterior argentino. Los principales exportadores son empresas transnacionales (como las ya mencionadas en el negocio de los granos, las petroleras o las automotrices). Esto no es nuevo. Esto mismo pasó en los doce años kirchneristas. El Estado argentino no controla su propio comercio exterior, esas firmas son las que después chantajean exigiendo una mayor devaluación o menores impuestos para “ingresar” los dólares de lo que vendieron. Tanto el kirchnerismo como ahora el macrismo lo sostuvieron.

Sin embargo, en las épocas del primer peronismo (1946-1955) existió el IAPI (Instituto Argentino de la Promoción del Intercambio), donde los productores agrarios estaban obligados a venderle al Estado, éste les pagaba en pesos y era el propio Estado el que exportaba y cobraba las divisas. En 1955, el gobierno de la “fusiladora” de Aramburu lo primero que hizo fue cerrar este organismo. Ningún gobierno posterior, entre ellos los peronistas de 1973/76 o el kirchnerismo entre 2003 y 2015, se planteó volver a medidas de este tipo. Se les garantizó así a los monopolios exportadores seguir con sus negociados.

Hoy, solamente desde el Frente de Izquierda seguimos planteando que hay que nacionalizar el comercio exterior, como en cierta forma se hizo en ese entonces con el IAPI, para que los dólares que se obtengan de las exportaciones no sean un objeto de especulación, sino que puedan ser utilizados para adquirir aquellos bienes esenciales como medicamentos o insumos de alta tecnología que todavía no estamos en condiciones de producir. Esta es la verdadera salida para hacernos de dólares genuinos, junto con dejar de pagar la deuda externa. Lo opuesto a lo que hace Macri con su acuerdo con el FMI.

 

Escribe Guido Poletti

Hay un punto en que macristas y kirchneristas dicen exactamente lo mismo: que durante los años de Néstor y Cristina la deuda externa se redujo sustancialmente, hasta dejar de ser un problema. Los kirchneristas lo llaman “el desendeudamiento”. Los macristas lo aprovechan como excusa para sostener que la nueva deuda que están tomando (140.000 millones de dólares en poco más de dos años) no sería un problema al arrancar de un nivel “tan bajo”.

Todo esto es rotundamente falso. No nos desendeudamos en la era kirchnerista. Al contrario, luego de pagarle al contado y con intereses astronómicos al Fondo Monetario y al Club de París, de hacer dos canjes de deuda en 2005 y 2010, de transformarnos en “pagadores seriales” (expresión de la propia Cristina Fernández de Kirchner en un discurso) abonando 200.000 millones de dólares, llegamos a 2015 con una deuda que superaba largamente los 240.000 millones de dólares.

Los economistas kirchneristas mostraban números de desendeudamiento donde no contaban la deuda pendiente con los buitres, o sostenían que lo que se adeudaba en pesos no “afectaba” en nada ya que lo tenían organismos como la Anses o el Banco Central y se podrían “renovar” indefinidamente. Esos mismos economistas son los que hoy reconocen que esa deuda nominada en pesos, ahora en el gobierno de Macri, “sí importa y es un problema”, como se acaba de comprobar la semana pasada con el vencimiento de las Lebac.

Tampoco es cierto que “nos liberamos del FMI”. De hecho, el último acuerdo con el Fondo, anterior al que actualmente negocia el gobierno de Macri, fue firmado por el entonces presidente Néstor Kirchner el 20 de septiembre de 2003, a los pocos meses de haber asumido su mandato. Ese fue el préstamo que se canceló por anticipado y en efectivo en enero de 2016. Este hecho tampoco fue ninguna “señal de soberanía”, como se lo quiso vender entonces. Era el propio Fondo quien presionaba para cobrar por anticipado, y de hecho ya había logrado en las semanas previas que lo hicieran Turquía y Brasil.

En síntesis, la deuda externa es el mayor problema de la economía argentina de los últimos 40 años. Nació y creció fraudulentamente durante la época de la dictadura militar. Y fue pagada, con el hambre del pueblo, por todos los gobiernos posteriores, llámese Alfonsín, Menem, De la Rúa, los Kirchner o ahora Macri. Varias veces, como en 1982 al final de la dictadura, en 1989 con la hiperinflación, o en 2001 con el corralito, esas políticas nos llevaron a la crisis total. Por eso la única salida es la que, desde hace décadas, venimos planteando desde la izquierda: dejar de pagar ya mismo esa deuda inmoral, ilegal, fraudulenta e impagable y romper con el FMI y todos los organismos financieros internacionales como primer paso para oponerle un plan económico alternativo obrero y popular

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