Escribe Federico Novo Foti
Fue la primera guerra importante del siglo XXI. Estados Unidos buscó reforzar su cuestionada hegemonía mundial. Pero la heroica resistencia del pueblo iraquí le asestó una histórica derrota militar. Irak fue su segundo Vietnam. El resultado fue la profundización de su crisis de dominación que continúa en la actualidad.
El 19 de marzo de 2003, el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, anunció la invasión a Irak. Ubicado en Medio Oriente, Irak tenía por entonces veinticuatro millones de habitantes gobernados por la férrea dictadura de Saddam Hussein y era poseedor de una de las mayores reservas mundiales de petróleo. Bush declaró que su objetivo era terminar con el régimen de Hussein, a quien apuntó como integrante del “eje de mal” (junto a Irán y Corea del Norte) y que poseía peligrosas “armas de destrucción masiva”. Desde un primer momento, la UIT-CI se posicionó junto a la resistencia iraquí, sin dar apoyo político a Hussein. Alentó y participó de movilizaciones en distintos países, reclamando el retiro inmediato de las tropas imperialistas y exigiendo a los gobiernos la ruptura de relaciones con los países invasores.
En aquel momento, se aseguraba que la invasión expresaba la incuestionable hegemonía imperialista de los Estados Unidos, bajo el “nuevo orden mundial” nacido de la caída de la URSS y los estados obreros de Europa central. También, que se trataba de una “guerra por el petróleo”. Efectivamente, Estados Unidos y sus multinacionales (Chevron y Exxon) buscaban un nuevo reparto del negocio petrolero en Irak, frente a las multinacionales francesas (Total), chinas (China National Oil Company) y rusas (Lukoil). Pero sus objetivos iban más allá. El imperialismo yanqui invadió Irak para reafirmarse como gendarme mundial ante el crecimiento de rebeliones populares en el mundo. Buscó colonizar Irak para reforzar sus posiciones políticas en Medio Oriente, ante la incapacidad de Israel y sus gobiernos árabes aliados, como Arabia Saudita, de frenar la llamada “Segunda Intifada”, la resistencia popular palestina surgida en el año 2000. Buscaba también dar un fuerte mensaje contra el creciente movimiento antiglobalización, nacido en Seattle en 1999, a las enormes movilizaciones que derrotaron los planes de ajuste del FMI en Latinoamérica (el Argentinazo, la derrota del golpe en Venezuela en 2002 y las rebeliones bolivianas) y a las huelgas obreras en toda Europa. En lo económico, intentaba superar la crisis de la economía capitalista, expresada en la caída de grandes multinacionales como Enron, Xerox, AOL, WorldCom, y el crecimiento de la desocupación al 6% en Estados Unidos.
Bush utilizó los atentados contra las Torres Gemelas del 11 de septiembre de 2001 para lanzar una contraofensiva política, militar y económica, con la excusa de combatir el “terrorismo”. Invadió Afganistán en 2001 e Irak en marzo de 2003. A pesar de no contar con el apoyo del conjunto de la OTAN, siendo acompañado por una débil coalición imperialista comandada por Gran Bretaña (Tony Blair) y el Estado Español (José María Aznar), Bush aseguró que obtendría una rápida victoria. El 9 de abril llegaron las tropas yanquis a Bagdad, la capital de Irak. El régimen de Hussein cayó. Parecía ratificarse la predicción de Bush. Pero desde ese momento comenzó a crecer una heroica y masiva resistencia del pueblo iraquí, que enfrentó el poderío militar y tecnológico imperialista. La resistencia se fortaleció con la unidad de chiítas y sunnitas (las dos ramas del Islam), con movilizaciones crecientes y la afluencia de combatientes desde todos los países árabes para sumarse a las milicias de la resistencia. Se consolidó también la intifada palestina y aumentaron las movilizaciones en Medio Oriente y en Asia bajo la consigna “somos todos iraquíes”.
La brutalidad de la ocupación recrudeció con bombardeos indiscriminados que dejaron en cuatro años más de 600.000 víctimas civiles, dos millones de refugiados y brutales torturas contra prisioneros de guerra. La exposición de estos hechos desnudó las verdaderas razones de la invasión y dejó cada vez más aislado al gobierno de Bush, a pesar de sus intentos de pactar con las conducciones chiítas y sunnitas. En Estados Unidos creció el rechazo a la guerra y aumentaron las movilizaciones por el retiro de las tropas. En marzo de 2004 cayó en las elecciones el gobierno de Aznar, obligando a su sucesor a retirar las tropas de Irak. En febrero de 2007, Tony Blair debió retirar las suyas y meses más tarde dimitió anticipadamente. Para mediados de 2007 la invasión yanqui en Irak estaba completamente derrotada, pese a que mantuvo una ocupación formal hasta octubre de 2011, cuando Barack Obama, el sucesor de Bush, anunció el retiro definitivo. El triunfo iraquí demostró que la lucha abnegada y consecuente de los pueblos por su liberación puede derrotar al imperialismo más poderoso, aún a pesar de sus conducciones traidoras.
Irak se convirtió en un nuevo Vietnam para Estados Unidos. Bush había querido dar un mensaje contra las rebeliones en el mundo, establecer una nueva colonia en Medio Oriente, convirtiendo a Irak en una inmensa base militar yanqui y controlando su petróleo. Pero actuó como un “bombero loco”, que quiso apagar el fuego con gasolina. Terminó incentivando el movimiento mundial anti-guerra y el antiimperialismo. Llevó al colapso de la economía capitalista mundial de 2007/2008, continuó el ascenso de la lucha de los pueblos del mundo y desde 2011 se desataron las revoluciones árabes. En 2021 el ejército yanqui huyó derrotado de Afganistán. En definitiva, profundizó la crisis de dominación política, militar y económica de Estados Unidos que continúa en la actualidad.