Jul 30, 2024 Last Updated 5:39 PM, Jul 29, 2024

Izquierda Socialista

Durante la cuarentena, la organización de los hogares colapsó. El cuidado de niños y niñas en las casas, hacer la comida, pensar juegos para que no se aburran tanto y ayudarlos con la tarea escolar es un desgaste tremendo que recae mayoritariamente sobre las mujeres. Por supuesto que no empezó con el aislamiento, pero puso al descubierto las desigualdades que ya existían en relación con el trabajo reproductivo y que desde el feminismo venimos alertando.

Escribe Mercedes Trimarchi, diputada bonaerense Izquierda Socialista/Frente de Izquierda Unidad

Comencemos por definir qué es el trabajo reproductivo. Es aquel que engloba las tareas necesarias para garantizar el cuidado, bienestar y supervivencia de todas las personas. Este trabajo abarca desde la reproducción biológica, la gestación, el parto y la lactancia, hasta la reproducción social: mantenimiento del hogar, hábitos y normas que incluyen la crianza, la educación, la alimentación, etcétera. Esta tarea sumamente necesaria para vivir en sociedad actualmente está feminizada, es decir que la realizan mayoritariamente mujeres producto de la división sexual patriarcal del trabajo, de la cual el capitalismo se aprovecha para usufructuar mayores ganancias. 

Veamos algunos datos que aporta el Indec con la Encuesta sobre el Trabajo No Remunerado y el Uso del Tiempo que se realizó en 2013 (único documento oficial que existe). Entre otras cosas, se mide la cantidad de horas que le dedican varones y mujeres a las tareas dentro del hogar y no remuneradas, que incluyen quehaceres domésticos, apoyo escolar y cuidado de personas. Los resultados establecen que, en promedio, los varones le dedican dos horas diarias a estas tareas, mientras que las mujeres, seis. Lo primero para resaltar de la encuesta es que las mujeres tenemos cuatro horas menos por día que los varones para  estudiar, trabajar fuera del hogar o para hacer alguna actividad recreativa. En definitiva, tenemos menos tiempo libre. Lo segundo, es que las mujeres estamos realizando un trabajo que nos insume seis horas diarias y nadie nos está pagando por ello. 

Ahora bien, si le asignáramos un valor monetario a este trabajo reproductivo, ¿cuánto deberíamos cobrar? Es una incógnita, pero se puede calcular un estimativo en nuestro país, de acuerdo a lo que establece la Comisión Nacional de Trabajo en Casas Particulares (Cntcp) para estas tareas. Según la Cntcp, el valor por hora que deben cobrar quienes se dedican al cuidado de otras personas es de 150 pesos y, para quienes realicen tareas generales como limpieza, lavado o cocina es de 139 pesos por hora (datos actualizados a marzo 2020, según el Boletín Oficial). Entonces, un cálculo rápido nos da que en promedio deberíamos cobrar como mínimo 26.000 pesos por mes por realizar estas tareas, cuenta que demuestra la tremenda precarización y mal paga que sufren las trabajadoras domésticas, que en el país son el 95% mujeres. 

¿Pero por qué no nos pagan? Básicamente, porque vivimos en un sistema capitalista patriarcal que busca obtener ganancias de prácticamente todo y por ello nos inculcaron por medio de todas las  instituciones (iglesias, medios de comunicación, escuelas, etcétera) que estas tareas las debemos hacer las mujeres por amor y no por un salario. Así, los gobiernos de todo el mundo se están ahorrando unos cuantos billetes. Por ejemplo, en la Argentina el equivalente al 125% del PBI de la industria manufacturera, según el Centro de Estudios Atenea (BAENegocios, 19/4/2020). Desde Isadora e Izquierda Socialista, como parte del movimiento feminista peleamos desde hace años para que estas tareas sean reconocidas como trabajo y, por lo tanto, remunerado con un salario igual a la canasta familiar. 

En este contexto de pandemia mundial las mujeres estamos garantizando nuestro cuidado y el de todas las personas que conviven en el hogar, lo hacemos gratuitamente e incluso a costa de nuestra salud sin ningún tipo de ayuda ni acompañamiento estatal. Por eso exigimos una cuarentena con derechos: sin despidos, sin suspensiones, sin rebaja salarial y con licencias pagas para las madres y padres que tengan a su cargo hijos, hijas y adultos mayores.  

 

En ocasión de cumplirse 45 años de la derrota militar norteamericana en Vietnam reproducimos una nota de Mercedes Petit de abril de 2015, publicada en El Socialista 288.

El 30 de abril de 1975 el gobierno títere de Vietnam del Sur, sostenido por el imperialismo norteamericano, se rindió ante las tropas de las heroicas guerrillas del Vietcong, apoyadas por Vietnam del Norte, que lo enfrentaron durante más de diez años. Por primera vez en toda su historia los yanquis sufrían una derrota militar que los marcó desde entonces.

Escribe Mercedes Petit, dirigente de Izquierda Socialista y de la UIT (CI)

Distintos imperialismos dominaron la península de Indochina desde el siglo XIX. Con un heroísmo increíble, el pueblo vietnamita resistió y los fue expulsando. En la década de los ’50, luego de la división del país (Vietnam del Norte y Vietnam del Sur), los yanquis fueron el principal sostén de la odiada dictadura de Ngo Dinh Diem en el sur. La resistencia fue fortaleciendo a una guerrilla de masas, el Vietcong o Frente de Liberación Nacional (FLN), que contaba con el apoyo de Vietnam del Norte, limítrofe con China, siendo ambos países lo que los trotskistas denominábamos Estados obreros burocráticos. A medida que fue creciendo la resistencia popular a la dictadura, el ejército de Vietnam del Sur mostró su incapacidad para sostener al gobierno títere en el poder. Los yanquis tuvieron que pasar del envío de asesores y la ayuda militar a los bombardeos y la intervención directa de sus tropas invasoras, en 1964, bajo el gobierno de Lyndon B. Johnson.

Bombas, tropas y napalm

Durante ocho años, el todopoderoso imperialismo yanqui desarrolló una masacre cotidiana contra un pueblo que resistió con incalculables sacrificios. Llegó a enviar más de medio millón de soldados, tuvo cerca de 50.000 muertos y gastó más de 150.000 millones de dólares (lo que influyó en la crisis económica mundial de 1973/74). Hicieron conocer en todo el mundo una palabra siniestra: napalm, un combustible que produce una combustión más duradera que la de la gasolina simple, que arrojaban desde sus aviones. Toneladas de bombas, de napalm y de químicos exfoliantes arrasaban con los cultivos y toda la vegetación. Los soldados yanquis tuvieron que pelear cuerpo a cuerpo con los heroicos campesinos, transformados en guerrilleros.

Un heroísmo sin límites

La prensa mundial comenzó a poner ante los ojos del mundo todas esas atrocidades. La guerra se transmitía cotidianamente por televisión, los periodistas y reporteros gráficos divulgaban la infinita crueldad de la invasión yanqui mostrando los efectos del napalm, los asesinatos a civiles y otras monstruosidades. Comenzó a ganar espacio entre los luchadores la solidaridad con el pueblo vietnamita. Por su parte, las burocracias china y soviética solo lo ayudaban “con cuentagotas”, sin involucrarse en forma contundente junto al pueblo agredido. En 1965 la delegación del PC cubano hizo en el XXIII Congreso del PCUS una propuesta fundamental: exigió a las conducciones de los partidos comunistas de la URSS y China que declararan a Vietnam parte inviolable de sus propios territorios para derrotar contundentemente la invasión. El Che hizo su llamado: “Hagamos dos, tres, muchos Vietnam…”. Los burócratas hicieron oídos sordos.

1968: un punto de inflexión

Las masas vietnamitas comenzaron a inclinar la balanza a su favor desde lo que se llamó “la ofensiva del NET”, cuando en febrero de 1968 se produjeron levantamientos en las principales ciudades del sur. Y con el Mayo Francés y el ascenso de las movilizaciones en todo el mundo la solidaridad con el pueblo vietnamita se instaló entre la juventud estudiantil y los luchadores de Europa y América. En los Estados Unidos comenzó a desarrollarse un movimiento contra la invasión a Vietnam cada vez más masivo y vigoroso. En 1970 se produjo la célebre “marcha sobre Washington”, que convocó a más de un millón de manifestantes en la capital. También marcharon en cientos de ciudades de todo el país. La represión comenzó, hubo centenares de presos, heridos e incluso muertos. En la vida política norteamericana, en las universidades, los medios intelectuales y de prensa y en la industria cinematográfica se instaló cotidianamente el tema de Vietnam. La actriz Jane Fonda tuvo la valentía de visitar durante quince días Vietnam del Norte en 1972. El veterano marine Ron Kovic, que había viajado como voluntario entusiasta en 1967 y volvió parapléjico, se sumó al repudio a la invasión. En 1974 escribió su autobiografía en el libro Nacido el 4 de julio (publicado en 1976 y llevado al cine en 1989 por Oliver Stone). Millones fueron saliendo a las calles con la consigna “traigan los soldados a casa ahora”. En enero de 1973, el gobierno yanqui y su títere en Saigón, Cao Ky, tuvieron que firmar “acuerdos de paz” que incluían la retirada de los yanquis y un consejo –que involucraba al Vietcong– para convocar elecciones. Aunque los yanquis comenzaron a retirar las tropas (más que nada obligados por el repudio en los Estados Unidos y el mundo), no cumplieron con todo lo acordado, pero la suerte de los dictadores del sur y sus amos imperialistas ya estaba echada.

Un triunfo histórico

En el inicio de 1975 el avance del FLN era arrollador. En marzo ya casi no había respuesta por parte del gobierno de Saigón y sus tropas. El 29 de abril entró en la historia la foto de los helicópteros que sacaban a los pocos funcionarios que aún quedaban por los techos de la embajada norteamericana. El 30, un fugaz presidente, Duong Van Minh, ordenó a lo que quedaba de su ejército suspender las hostilidades y se rindió, transfiriendo el poder al gobierno del FLN. Los vietnamitas habían triunfado derrotando a la más grande potencia militar, los Estados Unidos. La tremenda capacidad de lucha de las masas vietnamitas había quedado demostrada en años de heroica resistencia. La solidaridad mundial había jugado un papel decisivo para llevarlas hacia el triunfo. Pero de todos modos estaba planteado con toda agudeza el problema de la dirección, en manos del FLN, aliado del Partido Comunista de Vietnam del Norte, que encabezaba Ho Chi Minh. El Partido Socialista de los Trabajadores (PST), orientado por Nahuel Moreno, señalaba en su periódico el carácter burocrático e inconsecuente de la dirección comunista. Valga de ejemplo que Duong Van Minh y otros altos funcionarios fueron puestos en libertad de inmediato e invitados a formar parte del nuevo gobierno. Decíamos que “[…] la falta de una dirección consciente y consecuentemente revolucionaria y de la democracia obrera seguirá siendo un formidable obstáculo para la revolución vietnamita” (Avanzada Socialista 146, 10/5/75). Así se demostró al producirse la reunificación de Vietnam bajo las condiciones totalitarias de la burocracia del norte. Y mucho más aún cuando acompañó el curso restauracionista de la burocracia china, abriendo las puertas al retorno del capitalismo. Pero nada de eso puede esconder la tremenda importancia que tuvo la derrota del imperialismo yanqui en 1975. Se demostró que se podía vencer a semejante monstruo. El “síndrome de Vietnam” lo llevó a buscar negociaciones y abstenerse de invadir países durante unos cuantos años. Y cuando reincidió, las masas de Afganistán y de Irak retomaron aquellos caminos propinándole nuevas derrotas.

Treinta años de guerra

Desde fines del siglo XIX el imperialismo francés dominaba toda la península de Indochina. Para entonces, ya había nacido el nacionalismo vietnamita. En la década del ’20 se fundó y se hizo fuerte un partido comunista, que desde los años ’30 tuvo una importante ala trotskista, fundamentalmente en las ciudades y en el movimiento obrero.

En la década del ’40 se fundó el Vietminh, que impulsó la resistencia al ocupante japonés. En 1945 se vivía un poderoso ascenso de masas que puso prácticamente el poder en manos de la resistencia. Pero los acuerdos de Stalin con el imperialismo en las reuniones de Yalta y Potsdam permitieron que los imperialistas franceses se reinstalaran en su dominio colonial.

En 1946 empezó la lucha, que logró derrotar a los franceses en 1954. Se negoció una retaceada independencia que le permitió a los yanquis tomar la posta de Francia. Se resolvió una partición, el norte para el Partido Comunista (encabezado por Ho Chi Minh), y el sur conducido por un títere de los yanquis, Ngo Dinh Diem. En 1956 se iban a realizar elecciones para reunificar el país.

Ante una inminente derrota en las urnas, Diem desató una feroz represión, el país quedó dividido y se reinició la guerra de guerrillas en las zonas rurales del sur. En 1960 se fundó el Frente de Liberación Nacional (o Vietcong). Como el dictador ya era un lastre para el gobierno títere, lo asesinaron sus propios funcionarios, pero eso profundizó la crisis.

Desde 1956 los yanquis mantenían miles de asesores militares para apuntalar al ejército de Vietnam del Sur, que se debilitaba cada vez más ante la resistencia de una guerrilla de masas que ganaba el apoyo creciente del campesinado.

A mediados de 1964, el presidente Johnson denunció un supuesto ataque a uno de los barcos de su Séptima Flota en el golfo de Tomkin (que luego se supo fue prácticamente fraguado por los yanquis) para comenzar a bombardear Vietnam del Norte y enviar miles y miles de marines, lo que puso en marcha la invasión, que culminaría en 1973 con el inicio del retiro de las tropas y la derrota total de abril de 1975.

 

En el marco de la cuarentena llevamos adelante una charla virtual con nuestra compañera Mercedes Petit, dirigente histórica de nuestra corriente. Somos conscientes de que la palabra “socialismo” tiene múltiples usos y que ha sido manchada por experiencias burocráticas, los crímenes del estalinismo y, más recientemente, por el chavismo venezolano. Por eso queremos compartir unos fragmentos de la intervención de Petit para clarificar nuestra posición socialista y revolucionaria.

Una salida de fondo

Ya que estemos haciendo una charla virtual en medio de una crisis sanitaria tremenda nos da una indicación, el virus se ha transformado en una calamidad planetaria y desnuda la responsabilidad del sistema capitalista imperialista. Un sistema completamente injusto y desigual que funciona para producir al servicio de las ganancias de los explotadores, de los propietarios privados, que viven y lucran explotando a las masas trabajadoras de todo el mundo. 

Nosotros proponemos una salida socialista. Decimos no va más el sistema capitalista, hay que destruirlo antes de que destruya a la humanidad. ¿Cómo lo concretamos eso? Cuando desde Izquierda Socialista hablamos de los cambios de fondo, con un gobierno de los trabajadores, nos referimos centralmente a tres aspectos.

Primero, expropiar a la burguesía, a las grandes multinacionales, los grandes empresarios. ¿Qué significa? Quitarles su propiedad de los medios de producción, la industria, la producción agrícola. Segundo, planificar esa nueva economía reorganizada por un Estado de los trabajadores. ¿Con qué prioridad? Nunca más la prioridad de la ganancia para los empresarios, ahora todo en función de satisfacer salud, vivienda y educación para los trabajadores y las masas. Esos serían los grandes objetivos del plan económico que siempre decimos que es necesario. Tercero, extender y coordinar estos cambios revolucionarios con los trabajadores y las masas de los países vecinos. 

Pensemos lo siguiente, Argentina y América latina, lo que conocemos. Si estuvieran unidas, coordinando con gobiernos obreros y socialistas, se podría cortar de cuajo el saqueo, la producción para la ganancia y las fronteras nacionales. 

Doy unos poquitos nombres. Expropiamos a la familia Odebrecht en Brasil, que es tan rica que logró corromper a varios gobiernos latinoamericanos, y no solo latinoamericanos. Al señor Slim, uno de los diez más ricos del mundo, que tiene Televisa, todo lo que es telecomunicaciones, acá los celulares Claro. A Paolo Rocca, de Techint. A Bulgheroni, empresario del petróleo, entre otras cosas. Y a las empresas extranjeras, las automotrices, las agroindustrias, los bancos. Así, casi de inmediato se podría poner en América latina una producción reorganizada de alimentos que permitiría rápidamente erradicar el hambre. La Argentina y Brasil, grandes productores de alimentos. Perú, para cambiar la dieta, nos aportaría todo tipo de pescados. Colombia y Costa Rica, café. Nos sacaríamos de encima las colosales ganancias de los exportadores actuales, y lo que quisiéramos exportar lo haríamos con un ente nacional al servicio de un plan central. Podríamos frenar el saqueo de los mares, que devasta el mar de Perú y Argentina. En términos de energía, no sería inmediato, pero se podría avanzar con todo en la búsqueda de energías renovables y, mientras tanto, tendríamos petróleo abundante y barato de Venezuela, México y Ecuador para todos. Sin hacer locuras como lo de Vaca Muerta y sin regalárselo a las multinacionales como está sucediendo actualmente en estos países. Tendríamos minerales de sobra de Chile y Bolivia. Vestimenta con la lana y el algodón de Centroamérica y Uruguay. Se podría empezar a construir y reconstruir el ferrocarril, que es el transporte más barato y limpio. Podríamos tomar medidas urgentes para proteger el Amazonas, frenar los desmontes, no devastar más bosques. Empezar a frenar en serio los estragos del cambio climático.

¿Se aplicó alguna vez?

Sí, se aplicó y funcionó. Fueron los primeros años de la revolución socialista en Rusia de 1917, los primeros seis años, cuando surgió la Unión Soviética. Gracias a estas medidas, fundamentalmente expropiación y planificación, se salió del tremendo atraso de un enorme país campesino, se ganó una cruenta guerra civil y se recuperó un país devastado por esa guerra. Y esto se hizo con una dirección revolucionaria internacionalista consecuente que era la de Lenin y Trotsky. Eran los bolcheviques que poco después se pusieron el nombre de Partido Comunista de la Unión Soviética. Funcionaban organismos obreros, democráticos, con los campesinos, que se llamaron soviets. 

Ese progreso, esos primeros pasos se frustraron, porque no se avanzó al tercero, no se extendió con nuevos triunfos de la revolución socialista en Europa, los países avanzados, que era donde Marx decía que tenía que empezar la revolución. Y la URSS fue copada por una burocracia, el estalinismo. Ahora, a pesar de esa burocracia ineficiente que buscaba sus privilegios y era represora, la URSS se transformó en la segunda potencia mundial.

Por eso nosotros insistimos, donde se expropió a la burguesía y se planificó, incluso con burócratas represores e ineptos, comenzó un progreso. Como se vivió en China desde los ’50, en Cuba desde los ’60. Ahora también decimos que esos procesos se detuvieron y retrocedieron al capitalismo otra vez. ¿Cómo lo explicamos? La vuelta al capitalismo en la ex URSS, el Este europeo, China y Cuba lo que demuestra es que el socialismo tiene que ser mundial, hay que extender la revolución y hay que construirlo sin burocracias reformistas y represivas, con libertad, con la iniciativa de los trabajadores y no con las dictaduras siniestras de partido único que lo que hacen es defender las fronteras nacionales, que es lo que tiene que abolir el socialismo para extenderse.

¿Cómo lograrlo?

Dialogando con activistas y trabajadores que acompañan al FIT Unidad y a Izquierda Socialista, que nos dicen “sería lindo, pero al capitalismo no hay cómo destruirlo, no se puede”.

¿Qué respondemos? No es fácil, pero se puede, no es una utopía. Con el capitalismo imperialista los trabajadores y las masas vivimos cada vez peor. Lo imposible y utópico es lograr progresar y tener un futuro con el capitalismo. Hay que destruir al capitalismo con la revolución socialista. 

¿Cómo avanzar ahora, desde el presente, hacia los cambios que den lugar al gobierno revolucionario que implemente el inicio de las medidas socialistas? ¿Qué hacer ahora?

Hay dos carriles. El primero, hay luchas, hay que desarrollar las luchas, acá y en el mundo. El capitalismo es mundial y la solución tiene que ser mundial. Luchan los trabajadores, la juventud estudiantil y precarizada, las mujeres conmueven al mundo con su movilización, hay un movimiento en defensa del ambiente. Nosotros decimos hay que impulsarlas, hay que unirlas, hay que solidarizarse con todas las luchas contra los gobiernos, contra los patrones, por libertades, por condiciones de vida, que muchas de esas se dan contra o desbordando a los burócratas sindicales que frenan y traicionan. 

El segundo carril: hay que construir una nueva dirección alternativa, el partido revolucionario, acá y en todos los países. Un partido que pelea y defiende la independencia política frente a todos los patrones y todos los gobiernos burgueses, que responda a la tarea electoral como hacemos con el FIT Unidad, pero sin crear falsas expectativas en el Parlamento, al estilo de los políticos burgueses y la socialdemocracia. Que convoque a la unidad de los revolucionarios con un programa por el socialismo y el apoyo a todas las luchas y causas justas.   

En ese camino es que llamamos a las luchadoras y los luchadores a que se sumen a este esfuerzo en la construcción de Izquierda Socialista. 

 

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Escribe Luis Covas

En el Líbano se retomaron las movilizaciones desde fines de abril. Miles salieron a la calle en la capital Beirut y en la ciudad de Trípoli. al norte del país, en columnas de autos y motos, al grito de “revolución”. Los manifestantes iban también con barbijos.

Las manifestaciones populares retoman con fuerza luego de un impasse por la aparición del coronavirus. La rebelión popular había estallado en octubre del 2019. Paralela a las rebeliones de los pueblos y la juventud de Chile e Irak.

El brote del coronavirus ha exacerbado una grave crisis económica y financiera que ha afectado al país desde finales del año pasado y que es la más seria en el Líbano desde el final de su guerra civil, que transcurrió de 1975 a 1990.

La moneda libanesa alcanzó un nuevo mínimo histórico en abril, cotizándose a 4.000 libras libanesas por dólar en el mercado negro, mientras que el precio oficial se mantuvo en 1.507 libras.

Trípoli es la capital del norte del Líbano, donde la tasa de desempleo es de las más altas del país y la pobreza es generalizada.

Se incendiaron varias sucursales bancarias en Trípoli y un par de vehículos policiales. Frente a ello el ejército libanés también ha aumentado la represión y matado a un manifestante.

“Solo queremos pan, es muy simple, pero nos lo han robado todo”, gritaba uno de esos jóvenes con las manos repletas de piedras y el rostro cubierto por una mascarilla que le sirve para protegerse de tanto la covid-19 como del gas. Mientras se enjuagaba la cara con el agua de una manguera, algo mareado explicaba por tanto ajetreo y con el estómago vacío desde el amanecer por la celebración del Ramadán, mes de ayuno musulmán, uno de los más austeros que vive el país. La libra libanesa lleva dos semanas en caída libre y los precios se han disparado un 55%, según datos del Ministerio de Economía, empujando a casi la mitad de los 4,5 millones de ciudadanos bajo el umbral de la pobreza. “Trípoli ha sido históricamente marginalizada política y económicamente, de ahí que la pobreza afecte al 60% de sus habitantes”, valora en conversación telefónica Adib Nehme, experto en desarrollo y pobreza (El País, 29/4/2020).

Los bancos cerraron sus puertas hace ya un mes y no todos los cajeros tienen billetes. Por eso el odio de los sectores populares contra sus instalaciones.

En Líbano la mayor parte de accionistas de la banca son simultáneamente diputados o ministros. De ahí que la patronal bancaria mantenga estrechos lazos con la mayoría de los líderes políticos, de todas las confesiones religiosas. Incluido el ex primer ministro Saad Hariri, depuesto en octubre por las protestas.

El retome de las movilizaciones en el Líbano muestra que los pueblos pueden retomar la oleada de luchas que se desataron durante el 2019. Enfrentando los intentos de los gobiernos capitalistas y del imperialismo de que la crisis del coronavirus la paguen la clase trabajadora y los sectores populares.

 


 

 

No son pocos los gobiernos que intentan aprovechar la desmovilización provocada por la cuarentena para aprobar proyectos reaccionarios. En 2018, las masivas movilizaciones de mujeres obligaron al gobierno ultracatólico liderado por el ex primer ministro Jaroslaw Kaczynski a archivar el proyecto sobre la limitación del aborto que ahora quiere desempolvar. Los legisladores ultraconservadores polacos rescataron ese proyecto que pretende limitar aún más el aborto, y otro para penalizar a quienes promuevan la educación sexual a niños, niñas y adolescentes.

Nuevamente, las mujeres están en pie de guerra. Han protestado en Cracovia y organizado movilizaciones contra ese debate en el Parlamento, que no cuenta con el apoyo de la mayoría de la población. “La cuarentena no va a impedir que nos manifestemos”, dice Marta Lempart, del movimiento feminista Huelga Nacional de Mujeres. “Hemos organizado hoy una protesta desde los coches, pegamos pancartas en las tiendas abiertas y hacemos acciones en internet”.

Las mujeres polacas están llamando la atención de Europa. Ya 170 parlamentarios de veinticuatro países miembros del Foro Parlamentario Europeo por los Derechos Sexuales y Reproductivos han expresado su profunda preocupación por ambas propuestas. Exigen el derecho de las mujeres a tomar decisiones autónomas sobre sus propios cuerpos y funciones reproductivas y “condenan el cambio hacia la desinformación de los y las jóvenes y la estigmatización y prohibición de la educación sexual”.

La cobardía de los legisladores ultraconservadores polacos, de aprovecharse de la “ventaja” que les ofrece la cuarentena, ya la habían utilizado hace unos días para convocar a elecciones presidenciales para este 10 de mayo aprobando la votación por correo. Un verdadero escarnio. Sin embargo, no está dicha la última palabra, el movimiento de mujeres ya los detuvo una vez. Los legisladores polacos ultrarreaccionarios están jugando con fuego, pero corren el serio riesgo de acabar quemados en la hoguera. 

 

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