La gravedad de la crisis del coronavirus y sus consecuencias ha abierto un debate sobre cómo será el mundo luego de la pandemia. Se escriben decenas de artículos. Algunos apuestan a una supuesta vuelta del “rol del estado” y a una mejor “redistribución de la riqueza”. Otros advierten que se podría estar ya en el camino del fortalecimiento del autoritarismo.
Escribe Miguel Sorans, dirigente de Izquierda Socialista y de la UIT-CI
La gravedad de la crisis no está en discusión. En primer lugar, de la pandemia. Millones de contagiados en 185 países y más de 100 mil muertos. En segundo lugar, las consecuencias sociales sobre los pueblos del mundo son graves, con millones sin trabajo o cobrando salarios reducidos por el rol nefasto de los grandes empresarios y banqueros del mundo. Con millones que no tienen acceso a la comida diaria o al agua para lavarse las manos. La crisis económica y social del capitalismo se va a profundizar. Muchos dicen que la crisis será como el crack capitalista de 1929. Pero en realidad venimos de la crisis del 2007/08 que fue igual o superior a la del ´29. Y ahora la titular del FMI, Kristalina Georgieva, alerta “que el mundo está en una recesión peor que en la crisis de 2008” (Clarín, Argentina, 26/3/20). O sea, que los propios jerarcas del imperialismo mundial nos dicen que ya estamos viviendo la peor crisis de la economía capitalista en toda su historia. Por primera vez se puede decir que el mundo capitalista está casi parado. Los de arriba nos dicen que es por la pandemia. Si y no. Porque, en realidad, el coronavirus vino a profundizar la crisis de la economía que ya existía. A fines de diciembre del 2019 ya se estaba al borde de una nueva recesión mundial.
¿Iríamos hacia un mundo mejor?
“Si hay un lado positivo en la pandemia de Covid-19, es que ha inyectado un sentido de unión en las sociedades polarizadas”. Para sorpresa de muchos esto fue dicho en una editorial del periódico británico Financial Times. Tal es el grado de la crisis que algunos voceros del imperialismo buscan dar una versión optimista y “solidaria” del capitalismo. Aseguran que: "La redistribución volverá a estar en la agenda. Los privilegios de los ancianos y ricos en cuestión. Las políticas hasta hace poco consideradas excéntricas, como los impuestos básicos sobre la renta y la riqueza, tendrán que estar en la mezcla" (BAE Negocios 5/4/20). Otros. como Joseph Stiglitz o la economista norteamericana Carmen Reinhart, proponen una “colaboración” de los países ricos” otorgando, por ejemplo, una moratoria de las deudas externas.
Es claro que ante la gravedad de la crisis y las convulsiones sociales que se podrían crear, existen sectores burgueses que proponen algunos paliativos para intentar amortiguar la debacle que se vive. Incluso no podemos descartar que alguna medida excepcional se concrete por la crisis y la presión social. Pero no habrá mejoras de fondo, ni progresos para la clase trabajadora y los sectores populares. Ya se anuncian más de 50 millones de nuevos desocupados en el mundo. El imperialismo y las multinacionales buscarán hacer descargar otra vez la crisis sobre las espaldas de las masas, con nuevos planes de ajuste, saqueo y explotación. El único cambio posible, la única redistribución de la riqueza en favor de los pueblos, vendrá de la lucha por imponer gobiernos de las y los trabajadores en todo el mundo.
¿El peligro de un mundo más autoritario?
En la coyuntura inmediata los gobiernos están aprovechando el tema de la pandemia y la cuarentena para tratar de desmovilizar a las masas. Para esto los gobiernos están apelando a la unidad nacional y, en otros casos, a la militarización de la crisis, agudizando los rasgos autoritarios de muchos regímenes y gobiernos.
La crisis sanitaria agrandó el papel de las fuerzas armadas (reparten comida, instalan hospitales, hacen traslados) y de las policías para el control de las cuarentenas. También ha crecido el control virtual. Se estima que unos 40 países utilizan los sistemas de localización de los móviles y distintas aplicaciones para vigilar las cuarentenas o seguir los movimientos y contactos personales, en China, Hong Kong, Corea del Sur, Taiwán, Singapur, Rusia, Israel, Estados Unidos y muchos países de la Unión Europea. Ocho grandes operadores europeos, entre ellos Telefónica, van a proporcionar a la Comisión Europea datos de la localización de sus clientes de telefonía móvil.
Efectivamente existe el peligro que luego de la pandemia se pretenda utilizar todo esto contra los pueblos que se rebelen o para tratar de evitar que lo hagan. No es una tendencia nueva. Ya antes había avances de gobiernos ultra reaccionarios y autoritarios (Trump, Bolsonaro, Erdogan, Putin, Victor Orbán en Hungría, Nicolás Maduro en Venezuela o el dictador Rodrigo Duterte, de Filipinas). O la represión en Chile de los carabineros sobre las movilizaciones contra Piñera. Pero está por verse si van a predominar los regímenes autoritarios y represivos. Porque lo que predominaba antes de la crisis del coronavirus era la tendencia a la desestabilización política de los regímenes y gobiernos capitalistas por movilizaciones populares. Al inicio del coronavirus existía una oleada revolucionaria de luchas que estaba conmoviendo al mundo. Parte de esa oleada eran las rebeliones populares en Chile, en Líbano o la huelga obrera de Francia. No parece que haya un retroceso estructural en la disposición a movilizarse, más bien existe un reacomodo coyuntural del movimiento de masas, que se ajusta a la situación de cuarentena para tratar de evitar, lógicamente, el contagio. Por ahora no se producen movilizaciones masivas pero sí huelgas o protestas parciales para reclamar por la seguridad sanitaria frente a la pandemia o contra despidos y rebajas salariales. Pero una vez superado el coronavirus puede haber nuevas movilizaciones o rebeliones populares en muchas partes del mundo contra las consecuencias sociales y económicas de la crisis del coronavirus. Para eso nos preparamos los socialistas revolucionarios.
Los justificados temores de Henry Kissinger
Quien quizás mejor haya reflejado esta posibilidad, de un mundo con nuevas y mayores confrontaciones sociales que cuestionan al sistema capitalista-imperialista, ha sido Henry Kissinger, uno de los referentes históricos del imperialismo.
El ex canciller de Richard Nixon, que inició el acercamiento de la China de Mao al imperialismo yanqui (1972), y que sufrió la derrota de la guerra de Vietnam (1975), publicó una columna de opinión en The Wall Street Journal (5/4/20).
“Cuando termine la pandemia de Covid-19, se percibirá que las instituciones de muchos países han fallado”, pronosticó. “El desafío para los líderes es manejar la crisis mientras se construye el futuro. El fracaso podría incendiar el mundo”, advirtió. Kissinger, a los 96 años de edad, mantiene su lucidez en defensa del sistema. Es consciente que los pueblos visualizan la debacle: “se percibirá que las instituciones…han fallado”. Y que el mundo se “podría incendiar”. Por eso en esa misma columna aconseja que se “deberían tratar de mejorar los efectos del caos inminente en las poblaciones más vulnerables del mundo”.
Su temor, como fiel representante de las oligarquías del mundo, está justificado porque Kissinger sabe de la oleada de rebeliones que se venían dando desde el 2019. Sabe que los pueblos están hartos de los ajustes capitalistas y del crecimiento de la pobreza y de la explotación. Los Kissinger y compañía le temen a ese posible “incendio” de las rebeliones populares. La confrontación social está planteada como una hipótesis basada en la realidad. El mundo post coronavirus será la continuidad agravada de todo lo que conocemos hoy del capitalismo. Por eso desde la UIT-CI hemos convocado “a la más amplia unidad de acción de las organizaciones obreras, populares, de la juventud, del movimiento de mujeres, el movimiento en defensa del ambiente, como de la izquierda anticapitalista y socialista, para coordinar un movimiento de lucha internacional por el plan de emergencia obrero y popular en la perspectiva de la lucha a fondo por terminar con este sistema capitalista-imperialista e imponer gobiernos de la clase trabajadora y el pueblo” (Llamamiento internacional, marzo 2020. www.uit-ci.org). Los cambios sólo podrán venir de la movilización de la clase trabajadora y los pueblos.
14 de abril de 2020
Escribe Reynaldo Saccone, ex presidente de Cicop
María Correa, inmigrante colombiana diabética de 73 años fue llevada por la ambulancia al hospital. En su casa de Queens, donde vivía desde hacía 20 años, sintió fiebre y dificultad respiratoria. Sus familiares la buscaron luego durante una semana y ni el hospital, ni los bomberos ni la policía sabían de ella. Finalmente, apareció en la morgue con el nombre cambiado por confusión de los paramédicos. Esta escena muestra la situación caótica que la epidemia ha creado en el país imperialista más poderoso del planeta.
En los Estados Unidos se han producido hasta la fecha cerca de 400.000 casos de COVID 19 de los cuales murieron 13.000. Solo en el estado de Nueva York se han acumulado 140.000 casos y 5500 muertes mientras que, en Queens, un barrio de inmigrantes, hubo 23.000 casos. Con estos números, Estados Unidos encabeza la triste procesión de las víctimas de la pandemia. Cifras que cobran su verdadera dimensión si las comparamos con las cantidades del mundo: cerca de 1.400.000 infectados y 74.000 muertos.
¿Cómo se pudo llegar a esta situación?
El gobierno de los Estados Unidos es el máximo responsable. Donald Trump minimizó en todo momento la importancia de la epidemia. Más aún, se desecharon los informes que alertaban el problema. Se sabe ahora que el principal asesor comercial de la Casa Blanca, Peter Navarro, había advertido en términos crudos sobre cuán mortal y económicamente devastador podía ser el brote del nuevo coronavirus para Estados Unidos.
En los comienzos de la epidemia, la dictadura capitalista china hizo callar a Li Wengyang, el médico que descubrió la nueva enfermedad y aún está desaparecida la Dra. Ai Fen, su colega, que difundió la existencia de la virosis. Instalada ya la epidemia, la dictadura se reacomodó y, con sus métodos brutales, adoptó medidas severas para frenarla. Trump, en cambio, acompañado por el hoy infectado premier británico Boris Johnson, planteó con claridad que era necesario preservar la economía y se negaron -ambos- a tomar las medidas necesarias para preservar la salud de la población. Recién cuando la presión de los gobernadores se hizo insostenible, Trump se avino en forma parcial a tolerar las cuarentenas y otras medidas que tardíamente se establecieron en 39 de los 50 estados y que no lograron frenar la expansión de la virosis por todo el país.
La presión popular
Los gobernadores reflejaron en forma más directa la profunda inquietud, que el avance de la epidemia producía en amplios sectores populares en sus respectivos estados. En Chicago hubo denuncias públicas porque los afroamericanos que son el 30% de la población, constituían el 60% de los infectados. En otros estados los médicos de las emergencias y las enfermeras -que en muchos casos están haciendo frente a la oleada de pacientes con coronavirus y a la escasez de equipos de protección, están descubriendo que se les está reduciendo los adicionales. Muchos trabajadores de la salud son contratados por empresas de trabajo temporario y estas compañías están reduciédoles el salario, haciendo recaer sobre ellos la presunta pérdida por la suspensión del trabajo no urgente. La empresa Alteon Health, una de las principales contratistas de médicos y enfermeras, publicó un memorando el lunes 30 de marzo en el que informaba que "la empresa reduciría la cantidad de horas de trabajo de los médicos, los salarios del personal administrativo en un 20%" y que suspendería los planes 401k (ahorro jubilatorio previo), las bonificaciones y el salario vacacional".
Otra presión que han recibido los gobernadores es la que ejerce la comunidad científica. La más antigua y prestigiosa revista médica de los Estados Unidos, New England Journal of Medicine, que venía haciendo campaña por una política más agresiva del gobierno, publicó el 1 de abril un editorial con el provocativo título de “Como eliminar la epidemia en diez semanas” que contempla, en primer lugar establecer una conducción única que centralice todos los recursos sanitarios del país, cuarentenas estrictas, protección del personal de salud, puesta a disposición del poderío industrial para producir insumos médicos, subsidio y protección a los necesitados y, finalmente, investigar sobre la marcha remedios y vacunas. Un programa opuesto al de Trump.
¿Por qué no se pueden tomar las medidas necesarias para aplastar la pandemia?
Simplemente, porque en el capitalismo, la economía no puede parar de producir ganancia para el capital. Los grandes monopolios multinacionales y la gran burguesía de cada país no pueden dejar de ganar. Por eso presionan constantemente, de distintas maneras, para seguir funcionando más allá de cuantas víctimas se produzcan. Esta dinámica imparable, también, genera roces interburgueses entre los imperialistas como la lucha por los cargamentos de barbijos o de kits diagnósticos que se arrebatan entre sí en los aeropuertos o las puertas de las fábricas chinas. Esa misma dinámica capitalista de búsqueda irrefrenable de ganancia hace imposible un acuerdo de los grandes institutos científicos de los países más adelantados para buscar de manera colaborativa una vacuna y remedios para esta enfermedad. Cada monopolio farmacéutico quiere producirla por sí mismo y así aumentar sus ganancias. Por estas razones, porque vivimos en un régimen capitalista, no se puede resolver de fondo la pandemia si no se cambian las relaciones de propiedad capitalista, de los monopolios y la gran burguesía, hoy día el mayor obstáculo para derrotar la pandemia.
En medio de la pandemia, los trabajadores y pueblos del mundo sufren contagios y muertes, despidos y más pobreza. Los gobiernos imperialistas y capitalistas, sean del color que sean, siguen aplicando ajustes brutales. Algunos de ellos empiezan a postular un “capitalismo ético” para evitar una catástrofe mayor. Cada vez se hace más evidente que la alternativa es socialismo o barbarie capitalista.
Escribe Francisco Moreira
“El mundo quedará absolutamente transformado”. Esta frase profética la dijo Martin Wolf, columnista estrella del más importante diario financiero del mundo, The Financial Times. Es que ya a nadie se le escapa la gravedad de la crisis capitalista, profundizada por la pandemia del coronavirus Covid-19.
Hoy millones de personas están viviendo en cuarentena. Se superó ya largamente el millón de infectados y hay casi 100.000 muertos en el mundo, lo que puso en evidencia el colapso de los sistemas de salud tras años de políticas de ajuste y recortes presupuestarios por parte de todos los gobiernos.
La Organización Internacional del Trabajo (OIT), a comienzos de la pandemia, había anunciado que en el mundo habría 25 millones de nuevos desempleados por la profundización de la crisis económica. El cálculo que hace ahora es que se perderán entre 195 y 230 millones de puestos de trabajo (solo en Estados Unidos ya se reportaron casi 10 millones). Los despidos y suspensiones instrumentados por las empresas para sostener sus márgenes de ganancia aumentan la pobreza y dejan desamparados a millones de trabajadores y sus familias en medio de la pandemia.
Ante tamaña crisis algunos gobernantes y sus voceros han ido a criticar a los líderes del mundo “por sus errores” y se han apresurado a anunciar que, de continuar este “capitalismo salvaje” es inevitable un horizonte catastrófico para la humanidad. El mismo Wolf afirma que “millones de personas van a estar en la más desesperada situación social, económica y psicológica” y prenuncia “una catástrofe de la que acaso no nos recuperemos realmente por décadas”. En contrapartida, postulan la necesidad de un “capitalismo ético”.
Los gobiernos capitalistas siguen aplicando brutales ajustes
Pero la experiencia de los pueblos del mundo informa que el “capitalismo ético” no existe más que en la cabeza de quienes lo postulan. Desde comienzos de 2019 había una oleada de luchas de los pueblos del mundo contra los paquetes de ajuste y recortes en derechos democráticos, instrumentados por los gobiernos imperialistas y capitalistas. La irrupción de la pandemia aumentó el descrédito de los gobiernos porque, pese a sus diferencias, todos siguen empeñados en aplicar paquetes de ajuste. Quienes claman por un “capitalismo ético” donde, por ejemplo, “el FMI preste ayudas económicas”, ya recibieron su respuesta: “El FMI está para proteger el estado de la economía mundial”. Es decir, va a seguir saqueando a los países pobres del mundo.
No hay “errores”. Detrás del ocultamiento inicial de la epidemia por parte de la dictadura capitalista china o su negación por los gobiernos imperialistas, como el de Trump o Boris Johnson (Gran Bretaña), hay una raíz común: mantener las políticas de saqueo, ajuste y explotación capitalistas. Es la misma política que adoptaron gobiernos como el del reaccionario Bolsonaro. También es la política que intentan esconder detrás de su doble discurso gobiernos “progresistas”, como el de Alberto Fernández, que afirman la necesidad de “conciliar la economía con las cuarentenas” mientras permiten despidos, suspensiones y no detienen la sangría de las deudas externas.
Hay una salida: que la crisis la paguen los capitalistas
Desde la izquierda decimos que hay una salida posible para los trabajadores y pueblos del mundo, que no están condenados de antemano a sufrir los efectos de la crisis. Llamamos a retomar las luchas y rebeliones contra los planes de ajuste que aplican los gobiernos imperialistas y capitalistas. Decimos ¡que la crisis la paguen los capitalistas, no los trabajadores!
Resulta cada vez más necesario y urgente impulsar un plan global de emergencia anticapitalista y socialista. Exigir fondos de emergencia sanitaria, que salgan de altos impuestos progresivos a los grupos empresarios, al capital financiero y que se dejen de pagar las deudas externas. Que se aumenten los presupuestos de salud para atender la emergencia sanitaria. Es necesaria una reorganización general de la producción en función de las necesidades de la emergencia sanitaria bajo control obrero.
Que las empresas y los de arriba se hagan cargo de la crisis del coronavirus. Ningún despido o suspensión y que nadie se quede sin su salario durante la cuarentena. Reparto de las horas de trabajo disponibles entre todos los trabajadores. Implementación de un seguro al desocupado y al monotributista.
No existe en el mundo ningún gobierno imperialista o capitalista que esté dispuesto a llevar este programa hasta el final. No existe un “capitalismo ético”. Por eso, ante el desastre provocado por los ajustes y recortes aplicados por los gobiernos de todo el mundo se impone luchar por gobiernos de trabajadores que den urgente respuesta a las necesidades populares. Más que nunca la alternativa es socialismo o barbarie capitalista.
Escribe Adolfo Santos
La pandemia causada por el Covid-19 está generando nuevos escenarios políticos. Aunque tendremos que aguardar el fin de esta crisis para poder sacar mejores conclusiones, es evidente que, más que en épocas normales, los gobiernos y sus políticas son colocados bajo la lupa por las consecuencias que acarrean. Algunos datos que recibimos de los Estados Unidos, aunque en pequeña escala, nos permiten percibir que, a pesar del confinamiento, existe un movimiento de protesta, sobre todo en defensa de la salud y de la vida de la población trabajadora.
No es que antes de esta crisis no haya habido conflictos. Recordemos la histórica huelga de los trabajadores de General Motors en 2019, o la de los docentes. Más recientemente, los mineros del cobre de Asarco, en los estados de Texas y Arizona, estuvieron en huelga varios meses, también los estudiantes de posgrado de la UC Santa Cruz, en California, y los hoteleros de Chicago. Pero lo que a la distancia se puede observar en estos momentos es una extensión de la protesta a amplios sectores que se manifiestan contra las pésimas condiciones de trabajo, que no garantizan la seguridad sanitaria.
La extensión desmedida alcanzada por el coronavirus en los Estados Unidos por la política del “negacionista" Trump, que demoró en tomar los recaudos a tiempo, generó una gran reacción. Las huelgas y acciones de protesta adoptadas por los trabajadores que tomaron conciencia del peligro fueron en aumento. El martes 24 de marzo, después de que un mecánico dio positivo en el test de coronavirus, más de la mitad de los trabajadores de Bath Iron Works, un astillero de Maine, no fueron a trabajar y le exigieron a la empresa que tome medidas de seguridad.
Hay muchos relatos sobre este movimiento. En Warren, Michigan, los trabajadores se retiraron de una planta de camiones de Fiat-Chrysler porque no había agua caliente para lavar los platos. En Alberta los conductores de autobuses de Birmingham se declararon en huelga por la falta de protección contra el coronavirus ante el riesgo de transportar pasajeros infectados. Los choferes de Detroit hicieron un paro por la misma razón. Los trabajadores de la sanidad de Pittsburgh, Pensilvania, pararon preocupados por la pandemia. Otro tanto hicieron los camioneros de Memphis y los farmacéuticos de West Virginia, los repartidores de alimentos y de Amazon, los de los supermercados Whole Foods, o los carpinteros del área de Boston, que organizaron un paro el 7 de abril. A esto le podríamos agregar los cacerolazos de las protestas en Nueva York.
Para algunos, aún puede ser un movimiento pequeño para conmover al gobierno de Trump, sin embargo, creemos que puede tener mucha importancia en la post pandemia. Como en toda gran crisis, los millonarios han acudido rápidamente a apoderarse de los miles de millones que el gobierno republicano ha colocado a disposición para paliar los efectos del coronavirus. Sin embargo, los Estados Unidos saldrán de esto con uno de los mayores ejércitos de desocupados, subocupados y precarizados, que exigirán empleo, salario y servicios sociales. Es evidente que los ricos, que se adueñaron de los créditos oficiales, destinarán una porción ínfima de ese dinero para atender a los trabajadores. En ese marco, la protesta puede aumentar y no debemos descartar que el coronavirus acabe actuando como verdadero motor de la lucha de clases en los Estados Unidos.
En las últimas semanas la crisis política en Brasil se ha venido agudizando. Bolsonaro intentó desplazar al ministro de Salud Luiz Henrique Mandetta, pero finalmente debió dar marcha atrás ante la presión dentro del propio gobierno. La designación del general Walter Braga Neto como ministro de la Casa Civil refuerza la idea de una creciente influencia del sector militar en el gobierno. Tanto es así que algunos analistas políticos se preguntan quién gobierna realmente.
Escribe Adolfo Santos
El debilitamiento de Bolsonaro es evidente. En su último pronunciamiento público, presionado por el rechazo a sus propuestas, tuvo que ser menos ofensivo. Es la crisis de un presidente aislado. De los líderes mundiales “negacionistas” es el único que continúa minimizando la gravedad de la pandemia. Mientras Trump, su gurú, comienza a hacer importantes inversiones para evitar la crisis social, Bolsonaro sigue sin darle importancia al problema y amenaza permanentemente en decretar el fin de la cuarentena establecida por los gobernadores.
No es casual que los cacerolazos continúen en todo el país que, desde el 18 de marzo, no han dejado de crecer. El más grande fue el día que hizo su pronunciamiento público. Esa indignación también se expresa en las encuestas. El 42% considera a la gestión del presidente “ruin o pésima” y, por primera vez, el apoyo quedó por debajo de 30 por ciento. Lula, el PT y otros opositores salieron a plantear la renuncia del presidente, más allá de que no empujen ninguna medida para llevarla adelante. Bolsonaro tuvo que reconocer que no tiene el apoyo necesario para decretar la reapertura del comercio. El gobierno quería insuflar a su base alegando que la población pasaba hambre por causa de la cuarentena, que no la deja salir a trabajar. Sin embargo, importantes sectores comienzan a ver que el gobierno no hace nada para acabar con el hambre pero, mientras tanto, sigue creciendo el número de muertos e infectados por el coronavirus.
Las medidas de ajuste no pararon
Apoyadas en medidas provisorias editadas por el gobierno para unificar a la patronal detrás de sí, las empresas vienen proponiendo reducción de sueldos, suspensión de contratos y de aportes laborales. Ahora están preparando un proyecto para atacar a los servidores públicos con un recorte salarial. En vez de atacar a los banqueros y grandes empresarios, el gobierno avanza con una campaña para exigir el sacrificio de los empleados públicos que, supuestamente, estarían ganando mucho.
Aún no ha surgido una oposición con una política alternativa capaz de enfrentar al gobierno. Los gobernadores de San Pablo y Río de Janeiro, dos figuras nefastas de la derecha brasilera, antiguos aliados de Bolsonaro, apenas se han despegado de él para evitar hundirse juntos. Las principales centrales sindicales no van más allá de notas críticas, no organizan una lucha consecuente, inclusive, en algunos casos han hecho acuerdos con las patronales para reducir los salarios. En muchos lugares, sobre todo en los hospitales, sectores de base se han organizado por fuera de los sindicatos para defender sus derechos y la protección de la salud en el trabajo.
En este marco, la pequeña central sindical CSP Conlutas consiguió en la importante región del Valle de Paraíba/SP que el 80% de los trabajadores permanezcan en sus casas sin reducción salarial. Los compañeros de la Corriente Socialista de los Trabajadores (CST), sección hermana de Izquierda Socialista, que forman parte de esa central, manifestaron: “Es fundamental organizar la lucha contra el ajuste del gobierno y los patrones, del colapso de la salud pública y de las condiciones de trabajo. Es necesario movilizarnos, independientemente de estar en cuarentena. Esa es la única forma de derrotar los ataques. En ese proceso debemos exigir la suspensión del pago de la deuda y la aplicación de impuestos a las grandes fortunas para volcar esos fondos a la salud pública y demás necesidades populares y continuar luchando por fuera Bolsonaro”.