May 22, 2024 Last Updated 9:52 PM, May 21, 2024

Escribe Gabriel Massa

El presidente ajustador se reunió con Pichetto este lunes. El martes lo hizo con Schiaretti y el miércoles con Urtubey. Así, día tras día, Macri tuvo sus encuentros (y fotos) con tres de los cuatro referentes del Peronismo Federal.

Estas reuniones muestran lo difícil que es para estos dirigentes peronistas tratar de mostrarse como opositores al gobierno nacional. Es que se trata, justamente, de los políticos patronales que personalmente o dando el mandato a sus diputados y senadores posibilitaron que Cambiemos cuente con leyes fundamentales para hacer pasar el ajuste. Fueron ellos quienes habilitaron el pago a los fondos buitres, la reducción de las jubilaciones o el presupuesto de ajuste del FMI.

Los abrazos y sonrisas con Macri son la mejor imagen de que nada puede esperar de ellos el pueblo trabajador. Alternativa Federal, que ha definido dirimir en las PASO la candidatura presidencial de ese espacio entre Urtubey, Pichetto y Massa, y del cual se ha retirado Roberto Lavagna, es otra salida patronal al servicio de respetar al FMI y seguir pagando la deuda.

Escribe Gabriel Massa

El secretario general de la CGT, Héctor Daer, dio su respaldo a la fórmula Alberto Fernández-Cristina Kirchner. Aseguró que “los trabajadores tienen candidato”. Y agregó: “La dirigencia sindical va a confluir en la candidatura de Alberto y Cristina que no solo va a permitir ganar las elecciones, sino gobernar”.

Como era de esperar, estos burócratas de la CGT se apresuran en colocarse donde creen que calienta el sol para las próximas elecciones después de que dejaron pasar el ajuste de Macri.

Escribe Gabriel Massa

Victoria Donda y Pino Solanas apoyan la fórmula de los Fernández, los mismos que criticaban tiempo atrás a Cristina y a su gobierno.

Pino Solanas declaraba en 2013: “¿Cómo puede posar la presidenta de antineoliberal si acaban de mandar una ley tan canalla como la de reforma de los hidrocarburos? Les están entregando más beneficios a las corporaciones que se chuparon todo el petróleo. Son puro doble discurso, se pelean con Macri pero arreglan con Franco Macri como gestor de las compras a China sin licitaciones. Compran vagones llave en mano y dejan sin trabajo a miles de argentinos. Deberíamos recuperar nuestra industria ferroviaria”. Era el propio Pino el que más de una vez denunció el doble discurso de un gobierno que posaba de antiimperialista pero terminaba entregando la soberanía.

Victoria Donda, por su parte, aseguraba en 2017 (cuando ya gobernaba Cambiemos) que Macri y Cristina “son parecidos en muchas cosas. En esto de pensar que el Estado es una herramienta para resolver problemas personales o problemas de sus amigos. Cuando me enteré lo del acuerdo del Correo me pareció que estaba viendo una película que atrasaba un año y medio”.

Todo esto parece haber quedado en el pasado. Con el argumento de la “unidad contra Macri”, Pino y Donda ponen todo en el olvido y se transformaron en fervientes seguidores del kirchnerismo y de su nueva fórmula electoral.

El endeudamiento de nuestro país ya supera largamente los 400.000 millones de dólares. De ellos, 150.000 millones tienen vencimientos inmediatos en los próximos tres años. Al mismo tiempo, toda nuestra economía está atada a las decisiones del FMI, que nos exige un feroz plan de ajuste. No hay otra salida que romper con el Fondo y suspender inmediatamente
los pagos de deuda.

Escribe José Castillo

No es un problema nuevo. La deuda externa se ha transformado desde hace décadas en el mayor flagelo que sufre el pueblo argentino. Toda nuestra riqueza, el trabajo de varias generaciones, se ha ido por los agujeros de ese barril sin fondo. Fue generada fraudulentamente durante la dictadura genocida y después pagada por todos los gobiernos que la sucedieron. Varias veces, con Menem primero y con los Kirchner después, nos quisieron vender que “ya no era más un problema” o que “nos habíamos desendeudado”. Pero era falso. La deuda externa, cual un fantasma, siempre vuelve.

Ahora debemos un PBI entero (el equivalente a toda la riqueza que produce el país en un año). El último salto grande se dio durante el actual gobierno de Cambiemos. El mismo que, cuando ya los acreedores no quisieron seguir prestándonos y comenzaron a exigir la “devolución”, recurrió al FMI, que nos dio otros 57.000 millones de dólares con el único objetivo de garantizar el pago de vencimientos anteriores a cambio de que se lleve adelante un brutal ajuste (y de aumentar en ese monto más aún el endeudamiento).

Hoy, con la economía absolutamente hundida, con una inflación que no cesa de comerse el poder adquisitivo de los salarios y las jubilaciones, con una desocupación creciente y con millones cayendo en la marginación y la miseria, todo producto de esas políticas de ajuste, surge cada vez más acuciantemente la pregunta de cuál es la salida a todo esto.

La bronca absoluta al gobierno de Macri hace que muchos trabajadores, jóvenes, vecinos de los barrios populares, miren con expectativas a lo que se presenta como la oposición mayoritaria, encarnada en las distintas variantes del peronismo. Y dentro de ellas, muchos ponen sus esperanzas en el kirchnerismo, hoy encarnado en la fórmula Alberto Fernández- Cristina Fernández de Kirchner.

¿Qué dicen todos estos candidatos y partidos con respecto al problema más importante que hoy enfrenta la economía argentina?
Todos, absolutamente todos, acuerdan en continuar bajo la tutela del acuerdo del FMI. Y también unánimemente se cansan de decir que garantizarán como sea los pagos de deuda externa. En eso coinciden Macri, Alberto Fernández, Massa, Lavagna, Pichetto y Urtubey. A partir de ahí abren un abanico de demagogia, alegando que igual se puede implementar una política “progresista”, “de redistribución de la riqueza” o “nacional y popular”. Alberto Fernández ha llegado al extremo de decir, cuando se le preguntó cómo haría para llevarla adelante si a la vez se cumple con el Fondo y con los acreedores, que “hay que recurrir a la creatividad”. Otras veces se argumenta que bastaría con “renegociar” con el FMI y que a partir de ahí se nos abrirían todas las facilidades.

Desde la izquierda somos clarísimos y advertimos al pueblo trabajador: todo esto es mentira. Si se continúa con el acuerdo con el FMI y se sigue pagando la deuda externa no hay absolutamente ninguna oportunidad de hacer la más mínima política de reactivación, o tomar medida alguna a favor de los trabajadores. Iremos de crisis en crisis, que cada vez serán mayores, y nos hundiremos cada vez más rápido. Y el Fondo nos exigirá cada vez más ajuste.

Por eso insistimos en aquello que la izquierda ha quedado proclamando sola. Ya es cuestión de vida o muerte: hay que romper con el FMI y suspender inmediatamente los pagos de deuda externa. Esas son las medidas elementales para comenzar un programa de emergencia obrero y popular. Que debemos complementar con otras, como nacionalizar la banca y el comercio exterior, o reestatizar las privatizadas. A partir de allí contaremos con los recursos para efectivamente garantizarle a todos los trabajadores un salario mínimo igual a la canasta familiar (hoy calculada por la junta interna de ATE Indec en 40.000 pesos), el 82% móvil para los jubilados, más plata para la educación y la salud pública, planes de viviendas para resolver el flagelo del desempleo y a la vez terminar con el déficit habitacional (se necesitan construir cinco millones de viviendas). En suma, poner los miles de millones de dólares que hoy se van a manos de los pulpos acreedores al servicio de resolver las más urgentes necesidades populares.

Escribe José Castillo

Muchos economistas, tanto del gobierno como de la oposición peronista, atacan nuestra posición por “utópica”. Sostienen que no se puede dejar de pagar la deuda externa. Que si lo hacemos nos sobrevendrían todos los males, algunos llegan a decir que “nos invadirían” o que “nos bloquearían”.

No es cierto. La Argentina tiene recursos, produce alimentos, tiene gas, petróleo, produce acero y aluminio. Nuestro problema no es “que no entran capitales”, sino todo lo que se va por el barril sin fondo de la deuda. Por supuesto que suspender los pagos no será una medida fácil, y que deberemos complementar con otras, como proponerle al conjunto de los países latinoamericanos conformar un club de deudores para encarar de conjunto los eventuales chantajes que pueda hacernos el imperialismo.

Pero no estamos planteando algo que no haya sucedido otras veces en la historia. Los economistas Kenneth Rogoff y Carmen Reinhardt, de la Universidad de Harvard, han contabilizado doscientos casos de cesaciones de pago de deuda de los Estados desde 1800 a la fecha. Pero no necesitamos irnos tan lejos: en diciembre de 2001, presionado por las enormes movilizaciones populares del argentinazo, el entonces presidente Rodríguez Saá llegó a proclamarlo en su discurso de asunción en el Congreso. Si bien fue una suspensión de pagos parcial, e incluso a los pocos años (en 2005) Néstor Kirchner volvió a pagarla, ello bastó para que la economía saliera de la crisis en que estaba sometida y creciera, con superávit fiscal durante varios años. Como ejemplo de lo que se pudo hacer, en marzo de 2002 se otorgaron dos millones de planes sociales a los desocupados, utilizando los fondos que de otra manera se hubieran destinado a los acreedores externos.

Entonces somos tajantes. La respuesta de qué pasa si no pagamos es clara: lograríamos reactivar la economía, podríamos subir los salarios, terminar con el desempleo y darnos un plan de desarrollo. Son muchas más las ventajas que los riesgos. En cambio, si seguimos pagando, nuestro destino de miseria y marginación está cantado.

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